Feb 18 2025
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1970: el verano en el que el rock argentino escribió su Constitución Nacional

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Por Hernani Natale

En un lapso de un mes aparecieron las dos obras claves que marcaron el futuro: los primeros discos de Almendra y Manal.

Verano del ’70. El rock argentino ya cuenta desde hace unos pocos años con un documento de identidad, un ADN, una filosofía y un idioma propio. Y, sin embargo, salvo en el caso de Los Gatos, aún faltaban obras sólidas sobre las que se pudiera asentar el nuevo lenguaje que le hablaba a la generación de las flores, los colores y la nueva consciencia.

Había expresiones cristalizadas en discos simples que advertían que ese universo podía ampliar sus fronteras hacia límites insospechados; que podía conjugar mundos dispersos y ricos en pos de una sólida e indestructible nueva cultura.

Y, entonces, llegaron ellos: el hombre de la lágrima y la bomba; campo y asfalto; psicodelia y bohemia porteña; surrealismo y existencialismo; bucolismo y crudeza; Piazzolla y la música negra; Los Beatles y Cream. O para ser más precisos, los primeros larga duración de Almendra y Manal.

Tan disruptivos ambos que ni siquiera respondieron a una regla de oro de la industria musical: concentrar los lanzamientos en los días previos a las fiestas navideñas y entrar en un receso durante los meses vacacionales. El disco debut de Almendra vio la luz el 15 de enero, mientras que el de Manal se estima que fue en febrero, aunque no existen registros que precisen el día exacto y sus propios protagonistas tampoco lo recuerdan de manera fehaciente.

Lo que sí se puede asegurar es que en un lapso de un mes aparecieron las dos obras claves que marcaron el futuro del rock local; que despejaron las últimas dudas que quedaban respecto a si el incipiente movimiento, que se había presentado en sociedad de manera tímida pero potente con una reunión hippie en Plaza Francia, en el Día de la Primavera de 1967, no era más que un espejo tardío de lo que sucedía en los centros del mundo.

«Somos todos parecidos en que todos somos diferentes», solía decir Javier Martínez, la mente maestra de Manal, y así quedó demostrado cuando los dos grupos dieron a conocer sus respectivas óperas primas. Historias muy distintas, enfoques diametralmente opuestos, pero ambos confluyendo hacia un mismo espacio.

La historia del cuarteto conformado por Luis Alberto Spinetta, en guitarra y voz; Emilio del Guercio, en bajo; Edelmiro Molinari, en primera guitarra; y Rodolfo García, en batería, tiene olor a colegio y familia. Nació del encuentro de los primeros dos en las aulas de una conservadora institución educativa católica, se extendió en las calles del Bajo Belgrano y tomó forma artística en largas jornadas en la casa de la calle Arribeños de la familia Spinetta, entre ensayos, sueños compartidos y café con leche.

Hasta la aparición de su primer larga duración, Almendra ya había anticipado de qué se trataba su propuesta artística con la edición de los simples «Tema de Pototo«/ «El mundo entre tus manos»; «Hoy todo el hielo en la ciudad»/ «Campos verdes»; y «Gabinetes espaciales» / «Final». Sin embargo, el disco que llevaba el nombre de la banda permitió que el grupo desplegara en su máximo esplendor todo su potencial, fundamentalmente gracias a una producción también inédita para la época.

En el plano musical, el disco presentaba un abanico que iba desde la simpleza de «Muchacha ojos de papel»; a la zapada psicodélica de poco más de nueve minutos creada por Edelmiro «Color humano«; el surrealismo de «Figuración«, con la notable influencia de la operita «María de Buenos Aires» en un recitado al que Pappo sumó su voz; y el estilizado rock de «Ana no duerme«, con Santiago Giacobbe en órgano.

La cara B retrataba con una belleza poética sublime la locura y la crudeza de los chicos de la calle en «Fermín» y «Plegaria para un niño dormido«, respectivamente; volvía a mostrar influencias de Astor Piazzolla en el jazz ciudadano de «A estos hombres tristes«; caía en un romanticismo lejos de todo sentimentalismo vacío en «Que el viento borró tus manos«, de Del Guercio, del mismo modo en que lo hacía «Muchacha»; y proponía una lectura del «She’s Leaving Home» de los Beatles en «Laura va«, pero en clave porteña, gracias a las orquestaciones de Rodolfo Alchourrón y el bandoneón de Rodolfo Mederos.

Ese conglomerado de canciones fijaba parámetros estéticos nunca vistos en la escena local y contenía un preciosismo en las interpretaciones instrumentales y vocales inéditas en el incipiente movimiento vernáculo. Claro que no faltaron críticas externas por algunas licencias idiomáticas. Por ejemplo, las alteraciones en la acentuación de algunos vocablos, como el caso de «plegariá» en lugar de «plegaria«; o el cambio de género para cantar «el ave aquel» en «Fermín«.

La innegociable libertad artística quedó evidenciada en la portada del álbum; un dibujo realizado por Spinetta que le dio identidad y desoyó las recomendaciones de la compañía discográfica RCA, que pretendía mantener los cánones comerciales de la época con una foto del grupo en la tapa.

A partir de esa ilustración, el larga duración pasó a ser conocido popularmente como «el disco del payaso triste y la sopapa pegada en su cabeza«. Y si bien no fue presentado de esa manera, la producción contenía un carácter conceptual por la coherencia interna y la construcción de un universo propio que emanaba de la suma de sus canciones y de su clasificación de acuerdo a comentarios breves incluidos en su contratapa en relación a ese personaje de la portada.

Por su parte, la historia de Manal huele a asfalto, a largas noches deambulando por bares, a bohemia porteña y a largas disertaciones filosóficas intentando desenmarañar los grandes «porqué» que atraviesan la existencia. Al menos eso trasunta la fuerte presencia de Javier Martínez, el hombre que decidió su destino luego de ver una película en la que aparecía Gene Krupa desplegando su magia.

El rompecabezas se terminó de armar cuando se cruzó en su camino con el prepotente bajo de Alejandro Medina, una auténtica «bestia» sonora capaz de demoler muros con sus graves distorsionados; y el enorme virtuosismo y academicismo que emanaba la guitarra de Claudio Gabis. En ellos dos, tan diferentes como parecidos entre sí -al igual que cuando comparamos a Manal con Almendra-, encontró a los ideales e impensados socios para llevar adelante su «chiflada» idea de crear «música negra» con tintes localista, tal como él mismo lo definió.

Manal fue la gran apuesta del sello Mandioca, la discográfica independiente creada por Jorge Álvarez y Pedro Pujó; tuvo su debut oficial en el Teatro Apollo y trabó relación directa con el Instituto Di Tella.

El trío comenzó a mostrar su potencial con dos notables simples: «Qué pena me das»/ «Para ser un hombre más» y «No pibe»/ «Necesito un amor», pero la placa llamada formalmente como el grupo, conocida popularmente como «la bomba» por la foto de la portada, detonó un nuevo y personal estilo musical, y ratificó que se estaba en presencia de una formación que era mucho más que la réplica local de los británicos Cream, el power trío que alineaba a Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker, o The Jimi Hendrix Experience.

«Jugo de tomate frío«, «Porque hoy nací», «Avenida Rivadavia«, “Todo el día me pregunto”, «Avellaneda blues«, «Una casa con diez pinos» e «Informe de un día» son los siete temas que conforman el disco registrado en los estudios TNT, en el que la voz de Martínez aullando letras existencialistas en un idioma bien porteño, sumado al complejo entramado de los instrumentos, que abrevaban en el blues, el jazz y distintos ritmos negros, instauraron una nueva era para el movimiento local.

Cuando Moris, también artista de Mandioca, visitó a Manal en el estudio y escuchó lo que estaban grabando, definió a Javier Martínez como «el hijo de tango», según recordó el baterista en una entrevista concedida en 2020.

«`¿No será mucho?´, le pregunté cuando me definió así. Yo pensé que lo decía por la amistad que nos une, me pareció un delirio, pero él me explicó que en esta música estaba la ciudad con `Avenida Rivadavia´ o el puerto con `Avellaneda Blues´. Yo al tango lo tenía en un pedestal de oro, pero bueno, ahí entendí que sí, estábamos haciendo una música ciudadana moderna», contaba Martínez.

El año 1970 fue testigo, meses más tarde, de la aparición de «30 minutos de vida«, de Moris; y de «Caliente«, el debut discográfico de Vox Dei, entre otras cosas. El rock argentino siguió escribiendo páginas memorables a lo largo de las décadas siguientes, pero…¿acaso algo pudo o podrá superar el sacudón producido ese verano?

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