Feb 17 2025
Feb 17 2025

Algo se rompió en Rusia

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Los mercenarios de Wagner pusieron a Rusia bajo amenaza. Putin respira con cierto alivio desde que la rebelión se detuvo pero el escenario podría cambiar. | Por Augusto Taglioni

Algo se rompió en Rusia. La rebelión comandada por el  Yevegny Prigozhin no cumplió su objetivo de llegar a Moscú pero marca una ruptura interna a la que habrá que prestarle atención.

Desde hace meses, el líder del grupo paramilitar Wagner viene criticando diariamente con extrema dureza al ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y al jefe de las fuerzas armadas, Valery Gerásimov, por su conducción de la guerra en Ucrania. Al mismo tiempo, desmiente la narrativa oficial rusa sobre el curso del conflicto, aunque sin atacar directamente a Vladimir Putin.

Wagner cuenta con alrededor de 50 mil combatientes contratados por Moscú para intervenir en diversos escenarios, que son estratégicos para los interese rusos. La anexión de Crimea en 2014 y la guerra en Siria son algunos de los territorios en disputa en los que intervino.

En la guerra actual, Wagner ocupó un rol de complementación de las Fuerza Armadas en medio del desgaste. El líder fue acumulando poder y se tomó licencias para realizar críticas y hacer reclamos, dado que gran parte del avance ruso sobre territorio ucraniano fue gracias a su accionar.

Sin embargo, el sábado cruzó una línea roja, al derribar los argumentos del presidente ruso para su “operación militar especial”, afirmando que la desnazificación y desmilitarización de Ucrania eran pretextos, y que Shoigu y Gerasimov engañaron a Putin en connivencia con oligarcas rusos para llevarlo a la guerra.

Inmediatamente después, denunció un supuesto ataque de fuerzas rusas a un campamento de Wagner en Ucrania, y anunció que sus tropas entrarían a Rusia para detener al ministro de Defensa y al jefe de las fuerzas armadas, a los que acusó de “genocidio”.

De esta manera, columnas de Wagner entraron velozmente a territorio ruso desde Ucrania sin encontrar resistencia, y tomaron la ciudad de Rostov, de más de un millón de habitantes, sede del Distrito Militar Sur e importante base logística del ejército. Desde allí, comenzaron a avanzar hacia Moscú, unos mil kilómetros hacia el norte.

El general Sergei Surovikin intentó persuadir a los oficiales y soldados de Wagner para que depongan su actitud, pero su mensaje no logró detener a los insurrectos. Putin, por su parte, habló al país, acusando a Wagner de traición y prometiendo una dura respuesta.

La marcha de los rebeldes se detuvo a escasos 300 kilómetros de Moscú con todo el gabinete de Putin mudado a San Petesburgo. En tanto, el Gobierno ordenó el blindaje de la capital rusa y se preparó para un conflicto en el corazón simbólico de la patria.

La mediación del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, fue determinante para evitar lo que pudo haber significado el comienzo de una guerra civil y Prigozhin prefirió eludir un derramamiento de sangre.

El interrogante por estas horas es qué es lo que se puso en la mesa de negociación para que Prigozhin detenga su marcha, tras haber cruzado todos los límites, y cuál es la razón para que Putin decida una suerte de indulto y descarte represalias para quien horas antes estaba siendo calificado de traición. Si Putin sale fortalecido al estilo Erdogan en Turquía en 2016 o debilitado en medio de una supuesta crisis interna es algo que se sabrá con certeza con el correr de los días.

Lo que parece estar en proceso es una jugada interna de un sector más nacionalista, un ala dura que pide cambiar el rumbo de la guerra. Pero para torcer el brazo de Putin se requieren apoyos de las elites que hoy no han dado señales de abandonar el barco.

Algo se rompió y podría venir un cambio de paradigma en la potencia euroasiática si la correlación interna de fuerzas trocara. Fuera de las fronteras, Estados Unidos, Ucrania y la OTAN sueñan con una debilidad que modifique el curso de la guerra y ubique a Putin como el gran perdedor. Un diagnóstico, al menos, apresurado.

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