Dic 09 2024
Dic 09 2024

ANTES DE CASI TODO

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Leila Sucari, la escritora de Casi perra (Tusquets) se muda de casa, de ropa, de piel.  

Texto y fotos por Flor Cosin.

 

Esta mudanza es una forma de volver. Volver a despertar la memoria primaria, la de la infancia. 

— Estoy feliz, dice Leila rodeada de cajas y plantas.

Sus gatos Kustu y Greta la siguen. 

Greta se sube a una pila de cajas y estira su cuerpo, maúlla. Busca la mano de su dueña, como una afirmación de que todo está bien. Ella la acaricia. Acaban de dejar una casa en la que no podían dormir. 

— Había ruidos… y las gatas se peleaban todo el tiempo. 

Ahora hay silencio, como si algo hubiera terminado o estuviese por volver a empezar. Sobre la misma mesa, los mismos muebles hay una calma nueva, la confirmación de que el tiempo pasó y cambió el aspecto de las cosas. 

 

*

— Acá estaba mi pieza, dice parada delante de una ventana que da a la calle. 

Después de varias mudanzas Leila volvió a vivir a la casa en la que creció. Debajo de la ventana hay una mesa. El lugar en el que durmió cuando era pequeña podría ser ahora el lugar donde se siente a escribir historias nuevas, o historias que vuelven, que insisten en sueños desde antes, antes de casi todo. Cuando empezó a soñar con ballenas. 

¿Acaso sabemos cuándo comienza una obsesión? Eso que siempre regresa. Un animal gigantesco emite un pitido y con ese canto viaja desde el fondo marino y trastoca el sueño. Emerge del agua con la primera luz del día y se convierte en el personaje de un libro, la línea de un poema o es materia viva en el diario de una escritora. 

La autora de Adentro tampoco hay luz, Fugaz y Casi perra abre en cada libro una voz que pareciera ir de lo autobiográfico hacia la ficción. Una escritura que parte de la preocupación materna (alimentar, subsistir) a la de una mujer-animal, que se mueve por pura pulsión. 

Como si ese deseo palpitara, Leila se mueve entre las cajas, despreocupada. Va de una pieza a la otra. Parece un juego. Se cambia de ropa, se peina, se mira en los reflejos. Se transforma en otras mujeres. Cada una con un traje distinto. 

Su abuela Isabel se sienta en el living a tomar el té. ¿O es Leila la que tiene un vestido de encaje negro que usaba su abuela? Sí, es Leila, porque debajo del vestido se le nota la panza que asoma. Ella la mira y se acuerda que está embarazada. Quizás ahora tenga una nena. 

 

*

La casa está llena de plantas altas, frondosas. Un cactus robusto en la puerta de entrada se yergue torcido hacia la luz, pero hay otras más delicadas. ¡Parecen tan femeninas! Su forma de apoyarse en las paredes se parece al movimiento que hacen las manos de quien las cuida. Movimientos ondulantes como caricias. Con esa cadencia Leila se mueve por su casa nueva, riega las plantas, pero “sobre todo las miro, para que se sepan cuidadas”.

 

Con el mismo gesto despreocupado termina de armar la biblioteca. Un mueble blanco que ocupa toda la pared del living. Su mapa de lectura se completa con algunos amuletos, fotos. Objetos de distintos tamaños rodean los libros como antesala de los universos ficticios que hay en ellos: un ciervo naranja, un puercoespín fluorescente, una bola de cristal con nieve.  

Hay muchas maneras de hablar con el cielo, dice en una tarjeta que Leila acomoda en uno de los estantes. Ella que parece capaz de hablar con plantas, gatos, ballenas.

 

De golpe un estampido. Un mueble se cae y se quiebra. 

 

Greta tira el respaldo de una cama y sale disparada de la habitación del hijo mayor. Las puertas del placard quedan abiertas, como una fractura expuesta aparecen los juguetes que Leila usaba cuando era chica. Ella se sienta en el piso ¿a ordenar, a escribir? 

Mañana la casa se llenará de voces. Como dice Úrsula Le Guin, “se llenará con olores de la cocina y nidos de ratones y rugidos de furia y hondos silencios sexuales

y un flujo como un viento cálido, 

pero más lento”.

 

 

Fragmento de Casi Perra de Leila Sucari, editorial Tusquets.

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