Los números dicen que hubo una participación récord con 66 por ciento, once puntos arriba del promedio de los últimos 20 años, de 55 por ciento. La alta participación indica que la sociedad está polarizada y movilizada, frente a un proceso electoral muy intenso.
Si bien Joe Biden es el presidente electo más votado de la historia con 75 millones de votos, Donald Trump también obtuvo una cifra récord con 71 millones, 9 millones más que en 2016. Las elecciones se ganan o se pierdan y sería un contrasentido decir que Trump hizo una buena elección. Pero su crecimiento explica un fenómeno que continuará a pesar de su salida.
La ola azul no ocurrió como estaba prevista y la victoria final desnuda algunos desafíos que tendrá el flamante partido de gobierno. Uno tiene que ver con el perfil, un debate interno que los Demócratas se vienen dando desde la derrota de Hillary Clinton en 2016 y tiene a la corriente liderada por Bernie Sanders, con representantes como Alexandria Ocasio Cortez, como exponentes de un ala progresista que quiere imponer reformas más estructurales y un establishment, del que Biden es parte, que tiende a evitar posturas radicalizadas.
La composición del gabinete en áreas clave será una primera foto de cómo será esa convivencia en la que Biden tendrá que hacer equilibrio en una interna que tiene al 2024 en el horizonte.
¿Cómo será el gobierno de Biden?
En primer lugar es importante destacar los condicionamientos que deberá enfrentar el flamante presidente. Una sociedad partida con una porción muy grande de ciudadanos que no reconocerán la legitimidad del nuevo gobierno, el Senado estará controlado por la oposición y la mayoría conservadora en la Corte Suprema de Justicia como posible dique de contención de muchas reformas consideradas “liberales”.
En ese marco, Biden tendrá que afrontar la pandemia, para la que se espera contar con la vacuna el año próximo, y una crisis económica que ya muestra signos de recuperación. El presidente electo pretende llevar a la práctica un “compre americano” para estimular el consumo interno y la producción nacional, invertirá dos billones de dólares en energías limpias y prometió aumentar el salario mínimo de 7.5 dólares la hora a 15.
En el ámbito internacional, el gobierno demócrata retomará la agenda multilateral vilipendiada y abandonada por Donald Trump y confirmó la vuelta de Estados Unidos al Acuerdo de París por el cambio climático.
Esta es la ruptura más fuerte respecto del gobierno saliente y acercará a Estados Unidos con sus aliados europeos y con estructuras demonizadas por Trump como la Organización Mundial del Comercio y la Organización Mundial de la Salud.
Biden tratará de rescatar ese proyecto globalista que protagonizó Barack Obama orientado a cercar a China, no desde la retórica virulenta, sino a través de grandes acuerdos comerciales que puedan suavizar su incidencia.
¿Qué quiere Donald Trump?
Como era de esperarse, el Partido Republicano no acompañó la aventura judicial de Trump. Esto tiene lógica, pues, la mayoría en el Senado, los gobernadores electos y la transición de liderazgo que viene primaron por sobre la intención de poner en jaque el sistema.
El presidente se sabe perdedor y apuesta a la salida heroica que busca fidelizar a un electorado movilizado en su defensa con el objetivo de condicionar a Biden, profundizar su condición de outsider contra las instituciones que “le robaron la elección al pueblo” y dar un mensaje que nos permite concluir que será parte de la discusión electoral del 2024.
La ofensiva judicial se ha encontrado con muchos rechazos de las instancias judiciales de los Estados y difícilmente la Corte Suprema ponga en riesgo su prestigio para darle una mano a un presidente que perdió una elección reconocida por la mayoría de los países de la Comunidad Internacional.
Lo que queda claro es que Trump se irá de la Casa Blanca pero dejará al trumpismo como la base de sustento que le permita afrontar cualquier batalla electoral que el magnate norteamericano pretenda dar en los tiempos futuros.
La relación con Sudamérica
En la relación con sudamérica será más factible encontrar continuidades que rupturas. Dentro de las continuidades se puede incluir la situación respecto a Venezuela. Biden dijo en septiembre de este año que Nicolás Maduro es un dictador, que había que apoyar a Juan Guaidó y garantizar elecciones libres y transparentes.
La imagen de las dos bancadas en el Congreso aplaudiendo de pie al autoproclamado “Presidente encargado” es la demostración de que Venezuela es una política de Estado para la Casa Blanca.
Tal vez puedan cambiar las formas o suavizar algunas de las sanciones pero no habrá modificaciones de fondo. Tanto para Biden como para Trump, la solución de Venezuela es sin Nicolás Maduro en el Palacio de Miraflores.
Por otro lado, el gran perdedor de la elección en Estados Unidos es Jair Bolsonaro, quien decidió aliarse con el proyecto antiglobalista de Donal Trump y expresó su apoyo anticipado en contra de todos los manuales de la diplomacia.
Bolsonaro quedó expuesto y en soledad, ya que, Biden tiene entre sus prioridades una agenda ambiental que el gobierno brasileño rechaza y considera que la situación en el Amazonas debe ser abordada en términos globales.
Además, el perfil antiglobalista de la Cancillería brasileña obligará a Bolsonaro a cambiar las piezas, ya que, el ministro a cargo, Ernesto Araújo, es un fiel seguidor de Trump.
Probablemente tengamos un Bolsonaro más soberanista y nacionalista pero sin terminal política en el escenario global ¿Se intentará recostar sobre la región?
En el caso de Argentina, Cancillería confía en tener un buen diálogo y, especialmente, en recibir apoyo en el marco de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional.
Otro punto de encuentro podría darse a través del eje de las energías limpias y el desarrollo sustentable, ya que Argentina junto a Chile y Bolivia tiene reservas de litio que pueden resultar de interés. Claro, su explotación y agregación de valor en origen también pueden conllevar tensiones con el gigante del norte.
Por último, la vuelta del multilateralismo puede ser una oportunidad para Argentina a la hora debatir salidas para la crisis de la pandemia tanto en el G20 como en las Naciones Unidas o hacer las veces de articulador regional ante la soledad de Bolsonaro.
De todas formas, Estados Unidos es Estados Unidos y hará lo posible por ejercer coerción o consenso para seguir imponiendo su hegemonía en la región y frenar el avance de China.
Más allá de cualquier cambio que pueda venir respecto de tonos y formas, el nuevo gobierno tendrá el mismo desafío que la administración saliente y el epicentro de esa disputa será nuestro continente.
Con autonomía, inteligencia y pragmatismo, la región deberá soportar ese tironeo y evitar alineamientos automáticos que profundicen su irrelevancia.
Por Augusto Taglioni.