«Perdimos, no pudimos hacer la revolución. Pero tuvimos, tenemos, tendremos razón en intentarlo. Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende y sienta ganas de querer cambiar el mundo»
Envar “Cacho” El Kadri
Por Carlos Caramello
Ahora los nuevos augures 4.0, los hechiceros de las narrativas, los chamanes leedores de las entrañas de modernas víctimas propiciatorias que son ofrendadas a los dioses de Twitter y TikTok, los vates de la City y las pitonisas cartelizadas arrojan las runas del alfabeto Celta, indagan en los arcanos del Tarot Marsellés y, finalmente, plantan una idea (entre signos de pregunta, que tampoco es cuestión de jugarse) que busca definir al más reciente fenómeno de la política vernácula: Javier Milei.
Algunos proponen dilucidaciones de las gramáticas de odio que inundan el devenir discursivo de este libertario-carcelero. Otras lo interrogan desde teorías del advenimiento de las nuevas derechas, sobre todo en Europa y los Estados Unidos. Y, finalmente, los menos, intentan conectar sus acciones disruptivas y provocadoras con la expresión del último estertor de una ideología vetusta que irrumpe con fuerza de supervivencia en el menguado planisferio de la partidocracia vernácula. “O tempora, o mores”: ¡finalmente el marketing ha logrado introducirse en el Olimpo de las categorías de pensamiento político!
“Boludeces”, dicen los muchachos de mi barrio que, hartos de que les toquen el culo, han decidido sentarse tranqui a fasear mientras ven pasar el destartalado tren de la historia.
“Acompañé a votar a mi pareja a una escuela de La Matanza… si vieras la escuela… ¿cómo no van a estar enojados?”, me explica la encargada de una micro librería de Palermo especializada en psicoanálisis mientras me dice el precio del último libro de Byung-Chul Han. Destila rúcula cuando me asegura que va a votar al “menos peor” pero aunque utilice la contracción “al” (a-el), no me deja del todo tranquilo.
No hay verdades reveladas sobre el tema. Apenas un collar de interpretaciones más o menos felices que siempre, siempre, sacan a los productores/financistas del análisis.
Porque Milei no es fruto de una casualidad sino un producto finamente edificado en el terreno de la construcción del odio. Un prototipo que, acaso como el Golem del poema de Borges, se escapó de ese espacio en el que lo habían pensado sus “padres” y ahora anda por la Argentina, con paso errático, haciendo daño.
Y es que este muñeco tenía como principal y casi único objetivo instalar las peores máculas del pensamiento retrógrado de la derecha más conservadora en el discurso público: venta de niños, de órganos, de niños para sacarles sus órganos; relaciones incestuosas, esoterismo, magia, diálogo con perros muertos… Todo para matizar temas como la dolarización (o despesificación, “se gual”, diría Tinguitella), la destrucción del Estado, la privatización de la salud y la educación; la potestad de andar armado.
El imperio del más fuerte pero no como ley de la selva sino como norma del Mercado: Lo que se puede vender se vende para que los pocos que tienen dinero, lo compren.
Y no, no es así. No puede ser así. Es nuestra responsabilidad que no sea así. Nuestra pelea otra vez. Nuestro devenir. Nuestro destino.
Como decía Cacho El Kadri, “no todo se compra ni se vende”. Tenemos la obligación de lograr que muchos jóvenes lean nuestros papeles. Y quieran, de verdad, cambiar el mundo.