El joven Presidente trasandino cumplió su primer año al frente de las instituciones chilenas pero sus iniciativas se truncan sucesivamente. Ante la impotencia, gira al centro y busca acuerdos mientras apela a los viejos cuadros del sistema político que venía a transformar para no naufragar. | Por Augusto Taglioni
Gabriel Boric cumple un año en el poder y nadie puede decir que le ha resultado fácil. Luego del estallido social de octubre de 2019, las fuerzas políticas se vieron forzadas a cambiar de agenda y alinearse a los reclamos.
El hartazgo hizo lo suyo, primero con el contundente apoyo a la reforma constitucional de septiembre de 2020 y luego con una elección presidencial que dejó afuera del balotaje a las dos grandes coaliciones, por centroizquierda y centroderecha, que dominaron el sistema político chileno desde la vuelta de la democracia.
La inédita definición entre el ex líder estudiantil que había dado la sorpresa en la interna contra el alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, y el pinochetista José Antonio Kast fue una de las grandes herencias de las rebelión de los años anteriores.
En ese marco, Boric se convirtió en presidente y tuvo que cargar con la pesada mochila de responder a las enormes expectativas generadas y cumplir con el compromiso ante una serie de demandas de un sector de la sociedad chilena.
Pero con buenas intenciones no alcanza y, en el medio, pasaron cosas que ralentizarían el rumbo deseado. El trabajo de la Constituyente no fue el esperado, la población rechazó la nueva Constitución en el referéndum de salida y el Presidente chileno se quedaría sin herramientas para implementar las reformas estructurales prometidas durante la campaña.
Su suerte, que estaba atada a la nueva carta magna para avanzar en el cambio de sistema de pensiones, salud pública y otras tantas medidas de fondo, quedó en manos de un Congreso en el que no tiene mayoría.
Ante eso, se hizo efectivo el giro al centro. Luego del palazo que significó la victoria del rechazo en septiembre de 2022, Boric realizó un cambio de gabinete: incorporó cuadros moderados de la ex Concertación, como Carolina Tohá en el ministerio del Interior -a cargo de la seguridad- y Ana Lya Uriarte en la Secretaría General, responsable de la negociación con el Congreso. Ambas fueron funcionarias de Ricardo Lagos y Michele Bachelet, respectivamente.
La situación se pondría más cuesta arriba para Boric por la crisis migratoria en la zona norte y de seguridad en el sur, con las organizaciones mapuches. La respuesta gubernamental fue la continuidad de la política de Sebastián Piñera: la militarización del conflicto y un férreo control del paso en la frontera. La imagen del presidente caería a menos de 30 por ciento de aprobación.
El listado de derrotas continúan. Por primera vez en la historia de la democracia chilena, un presidente no puede imponer su candidato a la Fiscalía General tras el rechazo de la mayoría opositora en el Senado.
A su vez, el ministro de Hacienda, Mario Marcel, diseñó una reforma tributaria destinada a aumentar la recaudación y financiar programas sociales y aumento de pensiones. El cálculo de los apoyos le daba a priori para la aprobación pero sus vaqueanos le erraron en el poroteo. Tres bloques terminaron sumando a la bancada de derecha y la reforma tributaria también fue rechazada.
Marcel adelantó que todas las políticas que estaban por implementarse no podrán realizarse por falta de financiamiento.
A Boric se le acaba la creatividad y espera que el proceso constituyente en curso le permita contar un nuevo texto constitucional más acordado, menos partisano y efectivamente más realizable. ¿Podrá acordar con los partidos que hoy le bloquean todas las iniciativas? La elección para constituyente de este año será su primera prueba de fuego.
En paralelo, ejecutó su tercer cambio de Gabinete en la misma dirección que el anterior, con la retirada de viejos compañeros de ruta y la llegada de representantes de más partidos de la ex Concertación, tanto al equipo de gobierno como en la mesa chica.
La generación que iba a jubilar a los políticos de los últimos 30 años terminó apelando a su estilo, sus cuadros y sus políticas.