Las elecciones de medio término de 2017 dejaron un panorama sombrío para el campo popular. No era para menos, el gobierno de Mauricio Macri se había alzado con dos resultados electorales consecutivos favorables. En el campo opositor un sentimiento de desánimo pareció invadir al kirchnerismo; porque más allá de que fuera sumamente digno y valioso el resultado electoral alcanzado por CFK en la Provincia de Buenos Aires, no se podía soslayar el hecho de que quienes salieron primeros fueron los candidatos del oficialismo sostenidos por la gobernadora Vidal. Así, los opositores de convicciones lábiles se apresuraron por mostrarse –una vez más– dialoguistas, componedores y donadores de gobernabilidad con el gobierno nacional, mientras la euforia invadió a la derecha. Todo indicaba que Mauricio Macri no tendría mayores dificultades para reelegirse en 2019. Sin embargo, poco tiempo más tarde ese panorama es otro. Hoy ya no tenemos ni tanto desánimo de un lado, ni tanta euforia del otro. ¿Qué sucedió entonces? Veamos algunos aspectos.
Quizás una de las cuestiones más inquietantes y dolorosas del doble éxito electoral de Cambiemos (2015-2017), para quienes nos ubicamos en el campo popular, tuvo que ver con que de una manera legítima y a través del voto popular llegara al poder ejecutivo y se reafirmara en la compulsa de medio término un gobierno que vino a restablecer una “vida de derechas”, que había sido puesta en cuestión por el kirchnerismo. Una “vida de derechas” que en la campaña electoral de 2015 y durante los años al frente del gobierno de la ciudad de Buenos Aires se había mostrado en términos generales como “aggiornada” o, para usar la expresión de Fraser, cercana al “neoliberalismo progresista”. Sin embargo, una vez a cargo del gobierno nacional fue mostrando que acarrea uno de los aspectos más siniestros que el neoliberalismo ha demostrado a nivel global: la reactivación de elementos fascistas. Y, claro está, esa reactivación en la Argentina está ligada a elementos discursivos de la dictadura cívico-militar, que estaban allí disponibles en el espacio social y que muchos o bien pensábamos enterrados para siempre o no los quisimos o pudimos ver cuando se insinuaban o mostraban brutalmente en ciertas expresiones antipopulistas durante los mandatos de CFK. En todo caso, desde el campo popular perdimos de vista aquello que Freud nos enseñó por 1930 en El malestar en la cultura “el olvido no destruye la huella mnémica, en la vida anímica no puede sepultarse nada y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas”. Pues bien podemos hacer una analogía y decir que en el espacio social no puede borrarse u olvidarse nada, que las huellas están allí inscriptas y siempre pueden reactivarse. Cambiemos presenta como una de sus facetas más ominosas la reactualización del discurso fascista de la dictadura cívico-militar.
Desde ya que esta lectura se aleja de aquellos politólogos “bien sopesados” que sostuvieron que el macrismo es una derecha democrática o de aquellos que se burlan de quienes califican al macrismo es un fascismo. ¡Obviamente el macrismo no es un régimen fascista! Pero pensar al fascismo sólo bajo el modelo en que se expresó en la Europa de los años 20 o 30 es tener una mirada bastante restringida del fenómeno. Aquí estamos hablando de “elementos fascistas” o “prácticas fascistas” que el contexto discursivo propiciado por el gobierno de Cambiemos habilita y/o directamente ejerce. Mencionemos solamente tres ejemplos: la concentración de los medios de comunicación en las manos de unos pocos empresarios propiciada por las políticas llevadas adelante por los gobiernos neoliberales, ha atentado directamente en diversa partes del mundo contra uno de los pilares de la democracia representativa, a saber; la libertad de poder expresar las diversas opiniones políticas; básicamente porque, la opinión pública debe ser independiente no sólo del cualquier control gubernamental sino también de la voluntad corporativa de algún grupo empresario. En el caso argentino, el disciplinamiento de la palabra pública a través de la concentración de los medios ha venido acompañada de prácticas de hostigamiento que ha llevado al despido de periodistas opositores (los casos de Navarro y Morales son los más notorios), la censura de una periodista al aire en Radio Nacional Córdoba cuando trataba la detención de líder mapuche Facundo Jones Huala, los recurrentes cortes de transmisión del canal de noticias C5N, etc. En segundo lugar, la concentración de la riqueza en manos de unos pocos y la interminable política de ajuste y recorte de derechos ha llevado a una creciente criminalización y represión de la protesta social. La “doctrina Bullrich” de seguridad en nuestro país implica, por un lado, el disciplinamiento social a través de la represión de la protesta (los casos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel son paradigmáticos) y, por otro lado, la defensa sin más del accionar brutal de la policía aunque hayan inclusive cometido un asesinato por la espalda (caso Chocobar). En tercer lugar, el encarcelamiento de dirigentes opositores como ser Milagro Sala y Carlos Zannini o la persecución hacia la propia CFK a través de procedimientos jurídicos amañados o directamente reñidos con la ley. En este contexto, cabe mencionar que quizás la reciente propuesta de Cambiemos de debatir acerca de la despenalización del aborto apunte a intentar reconducir al menos algún rasgo del gobierno hacia el “neoliberalismo progresista” que en algún momento pareció tibiamente asumir.
Pero en todo caso, ya sea en sus rasgos ligados a la reactivación de elementos fascistas o a aquellos provenientes del “neoliberalismo progresista”, la articulación de Cambiemos hoy ya no tiene el un contexto discursivo inclinado a su favor, sino que ha entrado decididamente en disputa. Y esto es lo que desde diciembre de 2017 a esta parte ha cambiado: el gobierno ya no puede asegurarse de manera eficaz la asignación de sentidos ya sea desplazando las expectativas hacia futuro (“el segundo semestre”, “la lluvia de inversiones”, etc.) o desplazando el malestar hacia “el pasado” en el gobierno anterior con significantes como “se robaron todo”, la “pesada herencia”, etc. El “no vuelven más” vacila y con ello la fantasía “duranbarbista” del completo control de la opinión pública. Porque Cambiemos al creer posible que es posible eliminar el populismo ha ignorado justamente aquello de que en la vida social nada se olvida, que lo allí inscripto queda grabado, que no se puede borrar y que está disponible para reactivarse en circunstancias apropiadas y formar nuevas articulaciones. La canción “hit” del verano (“Mauricio Macri la puta que te parió”) es un buen ejemplo, porque parece indicar que es el punto nodal una cadena asociativa que expresa un malestar popular creciente hacia el gobierno. Es decir, el significante “Mauricio Macri la puta que te parió” ha condensado una serie de demandas que se han reactivado y que se nutren y están talladas en la historia de los padecimientos de los sectores populares argentinos como ser la inflación, la falta de trabajo, la reforma previsional –“ajuste a los jubilados”– y otras demandas que se mantenían relativamente ajenas al oficialismo como “la corrupción” ha quedado claramente ligada a gobierno, el presunto espurio lobby pro-Boca del mundo del fútbol hace saber desde el campo popular que “affaires” como el de los ministros Triaca y Caputo también son cosas de Cambiemos. Cualquier intento de menospreciar (“es un canto promovido por kirchneristas”) o de censurar (suspender los partidos de fútbol ante el canto de las tribunas) no es más que una muestra de la pretendida omnipotencia de Cambiemos por controlar el espacio discursivo y de su desprecio por considerar la historia.
Así como nos duele que en el espacio social se encuentren alojados elementos discursivos de la dictadura reactualizados y fortalecidos por la alianza gobernante, la buena noticia es que éste también está atravesado por elementos ligados a campo popular que son imposibles de acallar. Ahora la tarea resulta en dotarlos de una expresión política para que la derecha en 2019 deje de gobernar.
*Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Ilustración: La hinchada de Argentina, Diego Manuel