“Siempre el peronismo termina reencarnándose”, dijo con énfasis la vicepresidenta Cristina Kirchner en uno de los pasajes más sustanciosos de su discurso en el Día de la Militancia, desde el escenario montado en el Estadio Único de La Plata, a 50 años del retorno de Juan Domingo Perón desde el exilio. Aclamada por las organizaciones, sus dirigentes y funcionarios de gobierno que colmaban la cancha con el cántico que la postula como candidata a presidenta para 2023, se limitó a responder con una frase del General: “todo en su medida y armoniosamente”.
Surfista de la ambigüedad táctica que acuñara Néstor Kirchner con la incógnita sobre el género del pingüino que lo sucedería en el cargo en 2007, la líder del Frente de Todos (FdT) evocó las circunstancias que barnizaron la tercera presidencia de Perón. “Cuando le permitieron su retorno al país, él no quería ser presidente”, soltó, y agregó que “el país estaba demasiado convulsionado”. “Lo trajeron tal vez demasiado tarde”, completó.
Antes de eso, mentó por enésima vez la noción de “acuerdo democrático”, retomando la senda de sus intervenciones públicas anteriores, después del intento de magnicidio que sufriera en la puerta de su domicilio, pero también la de los discursos del 2019, cuando reclamaba un nuevo contrato social de ciudadanía. Sin embargo, esta vez deslizó que a ese pacto que debería funcionar como base para la convivencia política tiene que sucederle también “un consenso económico”. Sin demasiados detalles al respecto, sea porque ignora la receta o porque la sintaxis minada de oraciones derivadas conspira contra la sutura de las ideas que abre, sólo graficó que ese entendimiento no tiene que ser “un consenso donde todos opinemos igual, sino que abordemos los graves problemas que tiene la Argentina”.
En ese sentido, cargó contra los opositores que objetan la administración de Aerolíneas Argentinas, blandiendo balances con supuestos pasivos. Apuntó, en defensa de la empresa de bandera, que la gestión en manos del Estado no debe calcularse de forma aislada sino también por las externalidades que genera, toda vez que redunda en actividad hotelera, gastronómica y un sinfín de rubros que dependen del sector. “Hagan las cuentas completas, sumen todo”, planteó.
Por otro lado, incorporó a la exposición el “problema de la deuda”, cuestión que retomaría en otro segmento, y concedió que el peso del empréstito contraído por Mauricio Macri obliga al gobierno del FdT a “destinar recursos al pago”. También anotó entre las dificultades la voracidad de “los 4 vivos” que se quedan con el crecimiento económico del país ante la falta de alineación de precios, salarios y tarifas, tópico que desarrolló hace casi dos años atrás en el mismo reducto futbolero.
Al respecto, subrayó la necesidad de narrarles los problemas a los argentinos. “Tenemos que explicarle a nuestro pueblo que muchas veces se han tenido que tomar decisiones por el condicionamiento brutal con el que se recibió un gobierno después del retorno del Fondo Monetario”, sostuvo, y añadió: “pero hay que explicar, no podemos decirle ‘esta todo fantástico y está todo bien’”. “Porque cuando la sociedad sabe, se empodera, y no hay mejor ayuda para un gobierno, por lo menos para un gobierno nacional y popular, que la sociedad sepa hacia dónde vamos y por qué hacemos cada una de las cosas que hacemos”, aseveró.
Bajo el mismo enfoque, persistió con la importancia de “acordar políticas”. “Las elecciones, se sabe, se pueden ganar pero los condicionamientos son tan graves y tan profundos, que van a requerir que todos los argentinos o por lo menos la mayor parte de los argentinos tiremos todos juntos para el mismo lado. Si no es así, nuestro país será difícil para cualquiera”, concluyó.
El futuro era 1985
Estudiosa de la historia, la Vicepresidenta confesó desde el inicio de su discurso que invitaría a quienes la escuchaban a revisar el pasado. “Vaya un primer tributo a ese peronismo al que ahora muchos le quieren contar lo que es la libertad y lo que es la democracia: sin reproches a nadie, pero por favor que nadie venga a explicarnos a los peronistas lo que es la libertad de poder elegir, poder opinar, poder hablar”, postuló, e inauguró el camino que conectaría la gravitación del Partido Militar, cuando lo derrocaron a Perón –aunque recordó que su bautismo de fuego aconteció con el golpe contra Hipólito Yrigoyen en 1930-, con el Partido Judicial en la actualidad.
Con ese prisma, admitió que “es cierto que con la democracia no se pudo comer, ni curar ni educar pero sí se puede vivir”. “Para educarse, para comer y para trabajar, primero hay que estar vivos, compatriotas”, bramó casi desgañitándose con una perogrullada que el neofascismo pone en cuestión.
Entonces, situó temporalmente su relato en la celebración del “acuerdo democrático tácito y también expreso” que se alumbró con las elecciones del 30 de octubre de 1983. “Consistía en que ningún argentino ponía en peligro su vida por opinar, militar y pensar diferente. Este fue el gran logro que se incorporó. Ese acuerdo donde podíamos tener todas las diferencias del mundo pero nadie quería matar a nadie. A nadie se le deseaba la muerte por pensar diferente, ni siquiera a aquellos que habían hecho de la muerte un instrumento político”, explicó.
Precisamente, lo que se quebró con el atentado fallido en su contra el pasado 1º de septiembre fue esa “gran construcción democrática”, argumentó. Luego, citó la frase que pronuncia el actor que interpreta el papel de Luis Moreno Ocampo en la película 1985: el fin de la muerte como instrumento político.
La incomodidad de agendas ajenas
Desafiando los rigores progresistas, desacomodó a su feligresía al manifestarle que hay que “incorporar al debate y al acuerdo democrático el tema seguridad”. Aunque lo definió como “un tema complejo, pero que hoy sufre el conjunto de la sociedad argentina”, llamó a “terminar con debates absurdos porque la democracia tiene una deuda en materia de seguridad de la vida de los vecinos”. “Ningún partido político lo ha podido solucionar y, por favor, terminemos con ese debate berreta de los mano dura y los garantistas, muy berreta el debate y muy cínico y mentiroso”, fustigó.
Ante agrupaciones que han cultivado su formación política con los libros que educan sobre la violencia institucional, la ex Presidenta pidió: “olvidemos los partidos políticos y discutamos en serio el tema de la seguridad en nombre de todas las víctimas”. “Con la desigualdad sola no explicamos un proyecto de seguridad. Ni tampoco con el gatillo fácil”, machacó antes de reclamarle al Poder Ejecutivo que mande gendarmes al conurbano sin detenerse en la profundidad que el tema exige, sobre todo porque no hay ninguna evidencia empírica que permita afirmar que, con más uniformados en la calle, disminuya el delito.
Sin embargo, retomó conceptos del peronismo clásico. “También sabemos que el orden, por lo menos para nosotros los peronistas, también ayuda y contribuye con la seguridad. ¿Pero cuál es el orden? Es que el padre o la madre, o ambos, salgan a trabajar, que los pibes vayan al colegio y que todos juntos después coman en su casa, que la familia argentina vuelva a comer en su casa y no en el colegio, en los merenderos o los comedores”, ilustró, y recalcó: “no es el gatillo fácil ni el palo, es el trabajo bien remunerado”.
En ese momento, evadió con elegancia el clamor del estadio por que fuera presidenta otra vez pero se enredó en una especie de narcisismo, más o menos justificado por la pequeñez de sus adversarios internos y sus antagonistas extrapartidarios. Así, retomó la frase de los fundamentos del proyecto de pedido de informes parlamentario que elaborara el diputado macrista Gerardo Milman: “sin Cristina, hay peronismo. Y sin peronismo, sigue habiendo Argentina”. “El objetivo de siempre, suprimir al peronismo”, sentenció.
Sobre ese punto, conjugó la tercera persona del singular para asegurar que “sin Cristina, hay peronismo posiblemente dividido, fracturado, enfrentado, inocuo y neutralizado para cualquier proceso de cambio”.
Asimismo, advirtió que el peronismo siempre “termina como en una suerte de reencarnación”, y poetizó que “lo que parecía muerto y sepultado finalmente no lo es”. “¿Por qué no prueban alguna vez sentarse a conversar con el peronismo, a ver qué modelo de Argentina queremos, si es tan diferente a la de ustedes?”, inquirió.
Del mismo modo en que habitualmente coloca sobre el tapete la hipótesis sobre la mutación del Partido Militar en Partido Judicial, resaltó el golpe de estado contra el ex presidente boliviano Evo Morales como la excepción que confirma la regla. Certera, señaló que a la clase dominante del vecino país le sirvieron los uniformados porque el MAS reformó la Constitución durante su gobierno anterior y los jueces se eligen por el voto popular.
A continuación, esbozó el carozo del discurso. Tras atribuirles buena parte de la responsabilidad por la inflación a los jueces que voltearon el decreto 690/2020 -que establecía el carácter de servicio público para las telecomunicaciones-, consignó que las firmas de esa rama de la actividad registraron un aumento de 12 puntos en un mes con promedio de alza de 6,3 por ciento. “Esta década de la pospandemia viene fulera, viene muy fulera”, lamentó.
Ante ese diagnóstico, alertó que “viene con graves problemas geopolíticos, viene con disputas que están por afuera de nuestras posibilidades el intervenir o el decidir”, y frente a la asunción de la impotencia imploró: “por lo menos, entonces, fortalezcámonos acá los argentinos y las argentinas para defender los recursos naturales, el litio, la hidrovía, Vaca Muerta, el agua. Necesitamos una dirigencia política compenetrada con los problemas que tiene el mundo. Necesitamos imperiosamente discutir estas cosas en lugar del agravio permanente y la descalificación y la estigmatización”.
Ya en el epílogo de su disertación, se permitió dudar de la oportunidad del retorno y la tercera presidencia de Perón. Y con tono ecuménico, propuso: “convirtamos el 17 de noviembre en el Día del Militante por la Argentina”.
Más allá de su evidente giro al centro o guiños a un sector de la sociedad al que no suele hablarle -y que tal vez ya no quiera escucharla-, reaparecieron ayer elementos que ya visitó hace un año, cuando participó del cierre del plenario de la juventud organizado por La Cámpora en la ex ESMA y cuando presentó su libro Sinceramente, el 9 de mayo de 2019, en La Rural. La impotencia explícita frente a un poder que la trasciende a ella y a todo el sistema político funge de salvoconducto a 1974’, con Perón despotricando contra los empresarios que no cumplían el Pacto Social diseñado por su ministro de Economía, José Ber Gelbard. La memoria de Rodolfo Walsh en sus críticas a Montoneros se recorta con claridad en un presente brumoso: Cristina Kirchner ensaya, todavía a tientas, con un clivaje que no se disecciona por izquierda o derecha sino por democracia o corporaciones y pueblo o antipatria.
De ahí que sentara su posición, y la de su compañero de vida, cuando el líder del movimiento trató de imberbe a su generación. “Nos quedamos con Perón”, es el subtexto de la Vicepresidenta.
El peronismo clásico emerge, en definitiva, como el último refugio posible. A pesar del conservadurismo del león herbívoro, el kirchnerismo se abraza a lo mismo que rechaza contra los que quieren su disolución. Ya no se reivindica la primavera camporista sino la supervivencia popular.