«…todos estos datos deben inscribirse en un marco general de la expansión imperialista de la segunda mitad del siglo XIX: no sólo europeos del Mediterráneo salen para el Río de la Plata, sino hindúes a Sud África, a las Guayanas y a las zonas caucheras de Indonesia. Chinos a San Francisco, a construir el Canal de Panamá, el azúcar de Cuba y al salitre de Perú y Chile. Japoneses, también a Hawai y a toda la costa del Pacífico americano. 15 millones de italianos, judíos y eslavos desembarcan en los Estados Unidos. (…)
Desde Argentina, no ya Sarmiento o Alberdi, magnos teóricos del liberalismo clásico, se superponían con esa teoría, sino Mitre cuando en 1861 decía: ¡Señores, brindemos por le capital inglés! y Roca, cunado en 1881 urgía a sus agente diplomáticos: «Necesitamos a todo trance, por todos los medios, aumentar nuestra población. Necesitamos brazos, brazos y más brazos para precipitar nuestro engrandecimiento». Los burgueses de los países periféricos se complementaban con los de los países cebtrales: Mitre y Roca reclamaban la misma mano de obra que los políticos imperiales necesitaban sacarse de encima. (…)
La burguesía necesita mano de obra: los llama como inmigrantes y los hace venir como esclavos. Sólo falta que los defraude en sus promesas de tierra para que se conviertan en obreros urbanos y reacciones como huelguistas.» (David Viñas, De los montoneros a los anarquistas, 1971)