«Es la antinomia que se halla en el centro mismo de las relaciones entre ciudadanía y democracia la que constituye, en la sucesión de las figuras, el motor de las transformaciones de la institución política. (…) Existen situaciones y momentos en los que la antinomia se vuelve especialmente visible, porque la doble imposibilidad de rechazar toda figura de ciudadanía y de perpetuar una cierta constitución de ésta, resulta en el agotamiento del significado de la propia palabra ‘política’, cuyos usos dominantes se presentan entonces, ya sea como obsoletos, ya sea como perversos. Parece que nos encontramos hoy en una situación de ese tipo. Esto afecta muy hondamente definiciones y calificaciones que por mucho tiempo habían parecido incuestionables (como las de ‘ciudadanía nacional’ o ‘ciudadnía social’), pero además, yendo más lejos aún, afecta la categoría misma de ciudadanía, cuyo poder de transformación, es decir, la capacidad de reinventarse históricamente, parece de forma repentina, aniquilada.» (Balibar, 2009)