“El fascismo es la anticultura: el desierto cultural, el odio y la destrucción de la invención y la modernidad en las letras, el teatro, la filosofía, la pintura y la arquitectura…Pero esto es un círculo. Regenerar la política por medio de la actividad cultural masiva, la invención cultural y su difusión, supone reorganizar y recrear el campo de las actividades culturales por una democratización de la política (…) Ahora bien, quien dice democratización dice demos: relación con el ‘pueblo’, intervención y expresión ‘populares’. Es allí, sin ninguna duda, donde residen las principales dificultades. (…) Reconozcamos más bien que importa plantear con toda claridad la cuestión de las relaciones entre los ideales –sean morales o estéticos- y la conciencia popular, pues ella está en el centro de la emergencia de una política antifascista…”
(Balibar, E. Derecho de Ciudad, 2004)