“Resulta impensado tanto la posibilidad de una invasión rusa como el ingreso de Ucrania a la OTAN, pero el mundo nos tiene acostumbrados a las sorpresas desagradables”. Esta fue la frase de cierre de la última columna. La realidad nos empuja por el lado más oscuro oscuro y hasta algunas semanas inesperado.
Vladmir Putin decidió reconocer a las milicias separatistas que autoproclamaron repúblicas de Donestk y Lugansk en la región del Donbáss y sumó tensión a un conflicto que cada día observa cómo se aleja la salida diplomática.
El discurso del presidente ruso transmitido por los medios oficiales a todo el mundo fue contundente. De los 60 minutos, la gran mayoría del tiempo fue para justifica de manera minuciosa por qué, para la perspectiva histórica rusa, Ucrania es una territorio que le pertenece.
Palabras más, palabras menos, Putin cuestionó el “regalo” de Lenin a lo que hoy es territorio ucraniano y relativizó que la independencia de Ucrania sea el día de la caída de la Unión Soviética. Esta larga argumentación no fue una simple verborragia sino la clara intención de expresarle al mundo lo que Rusia es capaz, sin importar lo que tenga en frente.
Para reconocer a Donestk y Lugansk bastaba solo la firma de un decreto. El mensaje fue mucho más allá. En el diagnóstico del presente, Putin reforzó todo lo que intentó argumentar con la historia. Reveló que la inteligencia de Moscú tiene el dato de que la entrada de Ucrania en la OTAN es “cuestión de tiempo” y advirtió que el ejército ucraniano tiene armas nucleares, con lo cual, implica una “amenaza a la seguridad nacional”.
Lo que se traduce de esto es que cualquier movimiento militar inesperado puede derivar en un ataque no convencional o directamente en una invasión. El acto que siguió la firma del decreto de reconocimiento fue el pedido de las repúblicas del Donbáss de asistencia militar. El Kremlin aceptó inmediatamente.
La primera certeza es, entonces, que la legitimidad que le otorga Moscú a los separatistas viene acompañada de un aumento de la presencia en territorio ucraniano. Una hipótesis que toma fuerza luego de garantizar el control militar ruso en el Donbáss es la realización de un referéndum de anexión, como se hizo con Crimea, lo que tensaría aún más la cuerda con Occidente.
Lo que viene en esta película de parte de los adversario de Rusia ya se conoce: expansión de la OTAN, sanciones y acusaciones cruzadas, en lo que promete ser una guerra no convencional de la que Estados Unidos está obligado a participar. La magnitud del conflicto se verá con el tiempo.
El gran perdedor es Emmanuel Macron, que jugó todas sus cartas a un encuentro entre Putin y Biden bajo su mediación que con este movimiento termina sepultado. Tanto el francés como el alemán, Olaf Scholz, tuvieron que resignarse a manifestar su desilusión y esperar que la escalada no caiga en pleno territorio europeo, algo mas que difícil. La mención de Putin a Alemania y Francia como actores que colaboran con la diplomacia puede ser un consuelo para los optimistas que sostienen que aún hay margen para retroceder.
Los efectos inmediatos se sentirán en la economía. Alemania congeló el Nord Stream 2 que dispara el precio del gas y al mismo tiempo, aumenta el precio del trigo, principal producto de exportación ucraniano. Datos para tener en cuenta por estas latitudes.
Pero hay otro interrogante que aparece en este momento de incertidumbre. ¿Qué harán los aliados de Moscú? El más importante es China. Si el reconocimiento de lo ocurrido en Donbáss no pone en riesgo la narrativa de integridad territorial de Taiwán, no habría mayores inconvenientes para respaldar a Rusia. Los tiempos y los costos lo manejarán con el tiempo que los asiáticos nos tienen acostumbrados.
¿Qué pasa con los países latinoamericanos que tienen lazos estrechos con Rusia? Sin lugar a dudas las miradas están sobre Venezuela, Cuba y Nicaragua, los tres países que están en el radar de Moscú, dependen casi absolutamente de China y no tienen nada que perder en la relación con Estados Unidos. Al momento de escribir esta columna nadie se manifestó pero se requiere de una ingeniería fina porque puede traer coletazos, por ejemplo, en la disputa de Venezuela con Guyana por la región del Esequibo.
Independientemente de cómo se posicionen estos países, queda en evidencia que los recurrentes encuentros de Putin con Alberto Fernández y Jair Bolsonaro cumplieron con la función de mostrar a Washington que Rusia puede moverse en zona de influencia norteamericana. Todas las fichas son importantes en este juego.
Por último, la reunión del 24 de febrero entre el Secretario de Estado de Biden, Antony Blinken y el canciller ruso, Serguei Lavrov cotiza en bolsa, siempre y cuando se mantenga. Lo que de ahí salga puede ser una hoja de ruta de lo que para las próximas semanas.
De todas formas, sabemos que es casi imposible anticipar el futuro de esta crisis, lo que vemos son dos perros que pasaron de ladrarse a tirarse tarascones.