Jul 16 2025
Jul 16 2025

El gran bardo argentino

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Por Pablo Dipierri

“¿Viste, Magnetto? Ya tenemos el poder”, le habría dicho el por entonces vicepresidente electo Carlos “Chacho” Álvarez al gerente del Grupo Clarín después del 24 de octubre de 1999, cuando todavía duraba el fulgor del triunfo de la Alianza encabezada por Fernando De la Rúa contra Eduardo Duhalde. Ni lerdo ni perezoso, el contador chivilcoyano retrucó: “No, Chacho, no te equivoques, el poder lo tenemos nosotros”. El diálogo lo reconstruyó el abogado y periodista Pablo Llonto para su libro La Noble Ernestina, en alusión a Ernestina Herrera de Noble, y es prueba palmaria de la consideración que el propio Héctor Magnetto tiene sobre el sillón de Rivadavia, según versiones que ya constituyen adagio popular, como un “puesto menor”.

Llonto, a la sazón, también fue despedido por los capos del diario Clarín en 2000, un año antes del estallido de la convertibilidad y que De la Rúa se fuera en helicóptero de la Casa Rosada mientras la Policía Federal baleaba todo lo que se movía en la Plaza de Mayo y sus alrededores y la montada cargaba contra las Madres de Plaza de Mayo. La limpieza del cuartel de la calle Piedras 12 meses antes del Argentinazo derivó, entre la bronca y la angustia de los trabajadores de prensa, en una asamblea inmediata dentro de la redacción, con la editora del suplemento Zona, Olga Vigliecca, y otros redactores haciendo palmas y subiéndose a los escritorios contra la alergia sindical de la corporación mediática. Los representantes de la UTBA ya por aquellos días eran insultados por su ingravidez en la defensa de los derechos o la connivencia con la patronal.

Pasaron más de 20 años desde aquellos despidos pero, así como una clase no se suicida, una empresa como AGEA no renuncia a su naturaleza. Los 48 despidos cursados por mail a trabajadores del diario el último domingo repiten una conducta sistemática, con fundamentos tan endebles que se apoyan en la supuesta necesidad de profundizar la reconversión de los recursos para la adaptación a la convergencia digital echando, precisamente, a editores y contenidistas que se dedican a esas tareas que, se supone, la firma pretende priorizar.

Para peor, Clarín se mece en el tiempo con la inmunidad de una especie de embajada inexpugnable. Partido político recubierto de infotainment o corporación mediática que funge de vocería de la oligarquía diversificada con falanges fascistas en el Poder Judicial, la fuerza de su formación licenció a sus representantes legales de comparecer ante la audiencia por conciliación obligatoria a la que citó el Ministerio de Trabajo de la Nación para el lunes posterior. Los delegados de la comisión interna asistieron pero se encontraron con las sillas vacías.

Mientras tanto, los enviados de Clarín asistían a otra audiencia, tendida por el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta en la Secretaría de Trabajo de la Ciudad. Como un fórum shopping laboral, Clarín elige dónde litigar y defenderse. Y lo que no llama la atención pero no deja de alarmar es la complacencia del macrismo como plataforma de garantías políticas para la preservación de los privilegios de Magnetto y sus generales.

En definitiva, lo que queda claro a lo largo de la historia es que los poderosos pueden perder dinero pero no quieren perder poder. Y ante cualquier experiencia que amenace o cuestione ese aspecto, los dueños de todo emergen como fieras dispuestas a cualquier cosa.

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