Un rumor publicado ayer por la agencia Bloomberg sobre la posible candidatura del ministro de Economía, Sergio Massa, como titular del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sacudió el avispero. “Los senadores estadounidenses discutieron recientemente con el ministro la posibilidad de que se convierta en candidato para liderar el principal banco de desarrollo de América Latina, y los legisladores estadounidenses dijeron que creían que tendría buenas posibilidades de ganar”, decía el despacho noticioso.
Fuentes cercanas al jefe del Palacio de Hacienda relativizaron el peso de la especie. “Parece que lo quieren los gringos ahí, pero él es ministro de Economía”, dijeron cerca suyo ante la consulta de La Patriada.
Si bien la información nace en una usina extranjera, la generosidad del enfoque habilita las sospechas de que la versión podría haber sido alimentada por el propio massismo. Sería la actualización de la vieja táctica de lanzar una bomba noticiosa lejos de la geografía que el protagonista domina para que repercuta, precisamente, en su propio territorio.
Más allá de las especulaciones, el funcionario se encarga de suministrar detalles diarios a la prensa sobre cada movimiento en la plaza cambiaria y pavimenta con moderado optimismo el camino hacia las elecciones de 2023. Durante el asado que organizó en el Ministerio de Economía la semana pasada para agasajar al interbloque de senadores oficialistas que debían obtener dictamen favorable en la Cámara Alta para el presupuesto que cosechó media sanción en Diputados, el tigrense ratificó la proyección de una inflación por debajo del 60 por ciento para el año entrante y deslizó que eso mejoraría el humor social.
Asimismo, al respaldo que le prodigó la vicepresidenta Cristina Kirchner por su “gran esfuerzo” sumó el reconocimiento del ex secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, quien lo reivindicó en su último Informe de Coyuntura. “Destacamos la correcta decisión” de Massa para “consolidar el sector externo como base para ordenar la economía”, tuiteó el contador al divulgar el material por redes sociales.
Feletti también dialogó con Tarde Sin Fondo por FM La Patriada y hasta defendió la implementación del dólar soja, para fortalecer las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Ante la pregunta acerca de si queda margen al Gobierno para la aplicación del congelamiento de precios, respondió cuidadosamente que “en este proceso de aceleración y sin adoptar otras medidas” complementarias, “se va a hacer muy difícil”. Economistas que han formado parte de sus equipos y saben interpretarlo confiesan que considera que ya es tarde.
De todos modos, la parte viralizada de su informe es la que le reporta a él mismo elogiosos dividendos en base al cálculo trimestral del índice de Gini durante el mandato del Frente de Todos (FdT). “El congelamiento que hizo Paula Español, como el que hice yo, es el que más mejoró la distribución del ingreso”, se jactó en la misma entrevista.
Según los gráficos, al cuarto trimestre del año pasado, durante su gestión en Comercio Interior, el índice de Gini arrojó 0,413; trepó el primer trimestre de 2022 a 0,430; y bajó a 0,414 al segundo trimestre. A su criterio, lo auspicioso del último guarismo disponible se explica por la creciente creación de puestos de empleo, lo cual revela que tal vez no haya sido su desempeño –al menos, no solamente- el fundamento de la mejoría en la igualdad.
Tendría más asidero revisar otro cuadro que también se publica en el informe de Feletti, el que mide la evolución de los salarios, distinguidos entre sector privado registrado, sector público y sector privado no registrado. Allí se evidencia que desde agosto de 2021 hasta junio del corriente los trabajadores formales le ganaron mensualmente a la suba de precios, mientras que sus pares sumidos en la informalidad, no. La caída empezó a producirse tras la renuncia de Martín Guzmán, el pasado 2 de julio, pero hasta entonces el Indec registró 11 meses consecutivos de ingresos por encima del IPC, aunque no se recuperara la equivalencia con el poder de compra de 2015 y solo se arrimara al nivel de 2019.
La dificultad actual estriba en que no hay paritaria que aguante con una inflación de tres dígitos, amén de la combatividad relativa del movimiento obrero, y la incógnita con raigambre contrafáctica propiciaría una reflexión sobre la posibilidad de que el desmadre no se hubiera producido sin el operativo desgaste contra el discípulo de Joseph Stiglitz que redundó en la desautorización del gobierno en pleno. Si la refriega de La Cámpora contra el economista platense se fundaba en la custodia ideológica del proyecto político contra un rumbo ajustador y complaciente con las corporaciones empresarias y los acreedores externos, ahora se porfía con enjundia atribuyendo a Guzmán un despilfarro incongruente con las imputaciones previas para justificar la trituración del ideario kirchnerista a upa de Massa y la invención de tipos de cambio a piacere de los verdugos de siempre.
En ese contexto, la Vicepresidenta driblea el problema y menciona al Gobierno como una ajenidad para contención de su base de sustentación, en medio de la desgracia militante de callarse sobre el presente -salvo para culpar al fantasma del albertismo- y abrazarse a la romantización del pasado para un futuro que no admitirá ninguna receta vieja. La enunciación de su compromiso en el acto de la UOM acerca de hacer lo que deba para recuperar la alegría del pueblo es concomitante con lo que dijera Massa en el reportaje que le concedió a Roberto Navarro sobre la responsabilidad suya, como así también la del Presidente y CFK, para diseñar una fórmula competitiva desde el peronismo para el turno electoral por venir.
Con esas cartas sobre la mesa, nadie podría afirmar con certeza que ella se postulará al tope de la boleta ni que Massa le hará caso a su familia para deponer el deseo de ir por lo que siempre ambicionó. Abismal sería la paradoja de que el renunciamiento que se le exige a Fernández hasta en las reuniones de consorcio redunde no solo en favor del ministro plenipotenciario sino contra el anhelo de los dirigentes y los activistas que se aferran al triunfo de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil para ilusionarse con la tercera presidencia de la última persona que conmueve a la sociedad desde el centro del sistema político. El eventual confinamiento suyo a una senaduría que desahucie al cristinismo fervoroso, frente a una guerra judicial sin cuartel, la pondría a resguardo como cuadro valiosísimo para un peronismo menguante y como esperanza de redención plebeya para alumbrar con su testimonio el largo camino hacia la construcción de nuevos liderazgos en pos del robustecimiento de la organización popular.
Massa, mientras tanto, construye su autoridad tejiendo equilibrios precarios y transitorios entre los dueños del país y las irreconciliables tribus del FdT, sabiéndose la pieza que nadie en la coalición puede sacrificar sin que se incendie el tablero. Su suerte y la de su garante menos pensada tramitan en el mismo escenario abierto, entre el recelo mutuo y el riesgo de licuarse bajo la potencia neutralizadora del fracaso.