Por Alejandro Di Giacomo – ANSA
Cristina Kirchner sueña reverdecer como el presidente brasileño, un renacer tipo Ave Fénix, mientras se aferra a los argumentos de «perseguida política» y «proscrita».
La decisión de la Corte Suprema de Justicia, que rechazó este martes el recurso de queja presentado por Cristina Fernández de Kirchner y confirmó así la condena a seis años de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos, tiene puntos de contacto con la condena sufrida por el hoy presidente brasileño, Lula de Silva.
El caso CFK -una condena por corrupción -cumplió con el estándar de doble conforme, ya que la condena del tribunal primogénito fue revisada y confirmada por la Cámara de Casación, por lo que la Corte Suprema avanzó por terreno sólido, pues es extraño y dudoso que un fallo de esta índole sea objeto de revisión.
Aunque existe en Argentina un amplio desarrollo de la «doctrina de la arbitrariedad», que llevó a revisar sentencias que «no constituyen una derivación concreta y razonada del derecho vigente».
Es un camino excepcional, pero que tiene cientos de antecedentes en su jurisprudencia.
El caso CFK hubiera dado lugar a un freno bajo lo que se discutió profundamente en este proceso: los juzgados con sede en la provincia de Santa Cruz podría haber llevado adelante los debates.
Eso es justamente los que sucedió en Brasil, con la causa de Lula, que fue condenado por Sergio Moro en Curitiba y con fallo confirmado por el Tribunal Federal de la Cuarta Región.
No obstante, el Supremo Tribunal Federal (STF) determinó más tarde que los jueces no eran competentes en razón del territorio y devolvió todo a fojas cero.
Lula fue investigado en 2016 en el marco de la operación Lava Jato, por su presunta participación en desvíos millonarios de la petrolera estatal Petrobras.
En julio de 2017 fue condenado en primera instancia a nueve años y seis meses de prisión por supuestos beneficios indebidos recibidos a cambio de contratos entre Petrobras y la constructora OAS, entre ellos un departamento triplex en Guarujá.
Empero, en 2021, hubo un giro clave: el juez Edson Fachin declaró que los procesos contra Lula no debieron ser juzgados en Curitiba, lo que derivó en la anulación de las condenas por cuestiones de competencia territorial y la prescripción de los delitos.
Pero hay diferencias en los comportamientos de uno y otro, aunque el brasileño y la argentina tienen estrechas cercanías y afinidades. De hecho, el fundador del Partido de los Trabajadores (PT) hasta fue visitado en prisión por Alberto Fernández, el candidato de CFK, que terminó siendo presidente.
Lula, aun en su peor escenario político y judicial, jamás dejó de manifestarse esperanzado en que la Corte hiciera justicia. En contraste, Fernández de Kirchner, siendo vicepresidenta, agitó propuestas políticas descabelladas como reformar el máximo tribunal y hasta arengó para armar un juicio político contra todos los integrantes. Fueron ellos los que hoy confirmaron su sentencia en la causa Vialidad, que suma 10 años de proceso.
Justicia, política y campañas electorales se entremezclan demasiado en la Sudamérica de democracias endebles.
Tras recuperar sus derechos, Lula -pasó 580 días preso- se presentó a las elecciones de octubre de 2022 y venció a Jair Bolsonaro, en un regreso político que lo consagró como símbolo de templanza y resistencia.
Justamente, hoy Bolsonaro declaró ante los tribunales en Brasilia y se expone a 40 años de prisión por presuntamente alentar un golpe de Estado para evitar que Lula regrese a la primera magistratura.
«Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar», cantaba este lunes por la noche la militancia peronista agolpada en la puerta de la sede del partido. Lo mismo hicieron los adeptos al PT brasileño, que poco después lloraron al ver a Lula tras las rejas.
Cristina sueña reverdecer como Lula, un renacer tipo Ave Fénix, mientras se aferra a los argumentos de «perseguida política» y «proscrita». Por el momento, parece muy difícil un cambio de escenario. Pero, esto es Sudamérica, nunca se sabe.