«Traigan sillas, que mesas sobran», podría ser la frase que sintetiza el intríngulis político de esta semana. Y la inquietud se expande más allá de los confines del Frente de Todos (FdT) porque la conducción de Juntos por el Cambio (JxC) también dispuso que las diferencias internas se resuelvan en un ámbito contenido y ordenado.
Sin embargo, la situación demuestra que los bamboleos no obedecen a la falta de mobiliario liso con cuatro patas sino a las apetencias sectoriales o individuales que ofrecen resistencia a definiciones de emanen de cuadros con jerarquía institucional y menor capilaridad en su liderazgo. Le ocurre al oficialismo desde el principio de la administración actual, por la unción de Alberto Fernández con los votos que el kirchnerismo dice que la vicepresidenta Cristina Kirchner empeñó, y también lo experimenta la oposición con Horacio Rodríguez Larreta frente a Mauricio Macri, fundador del PRO y figura patronal de esa formación partidaria parida el mismo año que la Asociación Empresaria Argentina.
Bajo este enfoque, parece evidente que el asunto obedece a que diversos sectores de ambas coaliciones se rehúsan a la conducción de quienes tienen la lapicera, dicho en la terminología acuñada por la diseñadora del FdT y rockeada por La Cámpora. Sucede que la jefatura, en política, no se transfiere sino que se construye y se ejerce. Su aplicación es un arte, como diría el general Juan Domingo Perón, para que quienes tributen a ella no se sientan sometidos a una servidumbre humillante o ni asuman la obligación de autopercibirse empleados de nadie. Así como cada cual tiene un bastón de mariscal, todos tienen derecho a elegir a su cacique.
El verso que mejor ilustra este aspecto está en uno de los himnos de Los Fabulosos Cadillacs: «Yo no me sentaría en tu mesa».
No obstante, el cálculo del Presidente se cifra en ese 30 o 40 por ciento de la población que, según las encuestas mentadas por él durante la entrevista que le concedió a Urbana Play, permanece sumido en el desconcierto ante la brumosa oferta electoral. Se sabe acreedor de una cuota de la base de sustentación que anima al FdT, por más exigua que sea, y especula que sin la Vicepresidenta en la boleta se acrecientan sus chances de cosechar mayor caudal de sufragios.
Al mismo tiempo, abona al guarismo y las proyecciones económicas que a un lado y otro de los andariveles ideológicos más gravitantes del país vienen promoviendo los comercializadores de información financiera: Argentina tiene 10 años de crecimiento por delante, gobierne quién gobierne. Hasta Macri lo insinuó el sábado en La Pampa, cuando visitó Santa Rosa para apuntalar a los candidatos del Pro de cara a las PASO del próximo domingo en esa provincia: advirtió sobre una bomba, como lo hacía Clarín en 2015, pero consideró que se saldrá adelante.
En el fondo, los datos indicarían que el horizonte emerge más promisorio que el mantel tendido sobre la mesa. Lo que irrita a los núcleos duros del kirchnerismo y el macrismo es que si el padrón se volcara mayoritariamente por dirigentes moderados, existen oportunidades palpables para cincelar una nueva etapa política, que pueda peinar y permear subjetividades reticentes a las narrativas curtidas en 2008. Y en ese plano, Fernández le saca una pequeña ventaja a Rodríguez Larreta porque el Jefe de Gobierno está pintado por los empresarios con los mismos matices denigrantes que la militancia tiñó al actual Jefe de Estado por la subordinación de ambos a Macri y la Vicepresidenta, respectivamente. Pero mientras que el primer mandatario aguantó como el junco, con maniobras más o menos tramposas y una lealtad más o menos discutida según el interlocutor, el alcalde porteño todavía no se retobó.
El contexto todavía acusa una oscuridad espesa. Para el kirchnerismo, la mesa anunciada por Fernández es una sala de teatro off para diluir los efectos de su estruendosa renuncia a las apetencias de revalidarse al frente de la Casa Rosada. Para los dueños del viejo Compromiso para el Cambio, Rodríguez Larreta podría perder una interna con Patricia Bullrich… o el propio Macri.
Los fundamentos de la pregunta del peronismo se resumen, por estas horas, en la necesidad de encontrar el candidato que pueda ganarle a una derecha desembozada y radicalizada por los tironeos de Javier Milei y los medios de comunicación. Si la ex Presidenta no es y el ministro de Economía, Sergio Massa, no quiere -aunque casi nadie le crea-, el primer mandatario tiene pergaminos, a pesar del cascoteo -justificado o no por la pertenencia de las manos que tiren las piedras-, para pulsear en una primaria con el contrincante que designe el kirchnerismo.
Sin importar los nombres que se impriman en las boletas, empieza a perfilarse la sensación de que este turno electoral jalonaría, para variar, el tacticismo del sufragista. Si Horacio González en su incomparable lucidez y la propina del escarnio de la ortodoxia peronista confesó en 2015 que iría al cuarto oscuro desgarrado, la ex diputada Fernanda Vallejos podría terminar votando con resignación frente al espanto.