Por Carlos Ibarrola
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En el bondi, en la plaza, en la mesa del bar y en la mesa de tu casa, en las escaleritas de un edificio, en las redes, solo o rodeado, con palabras o de mirada nomás –hacía mucho que no me cruzaba en la calle con tanta gente llorando–. No importa la forma, cualquiera sea la pregunta es la misma: ¿Qué hacer? O mejor: ¿Qué carajo hacer? Y dicho esto cada vez con más angustia, una palabra clave para describir la época. Si no hay alivio, entonces hay angustia. Algunos, intentando edulcorar, al final de la pregunta le agregan un “jeje”. Claramente no alcanza, pero se agradece el gesto humanitario.
¿Qué hacer? Un dilema enorme, imposible responder para quienes estamos bajo asedio, quienes bailamos al ritmo de la remarcación y el desempleo, cobayos del DNU. Y, sin embargo, en esa escala monumental, la misma con que Lenin tituló hace más de un siglo, la pregunta se deja abordar. Te le animás, como quien mira las estrellas. Porque no somos giles: carajeamos a dios pero le ponemos candadito a Twitter. Además, los tiempos de tragedia son buenos para pensar en grande, coquetear con el destino, evaluar la existencia de un plan divino, señalar la circularidad de la historia. Con un poco de paciencia y buena voluntad, un argentino te puede indicar los pasos a seguir para refundar la Patria.
El problema, enorme también, es el día a día. ¿Qué hacer aquí y ahora? En la cotidiana, en nuestra insignificancia, que es lo único que tenemos, mientras por el altavoz digital avanza un gobierno que, como todo castigo mezclado con una parte de culpa, no importa que recién arranque, ya parece una eternidad.
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Aclaremos: el desconcierto actual es previo a la distopía actual. Arrancó incluso antes de que un economista medio lumpen que gritaba y gesticulaba se abriera camino en los estudios de televisión y se viralizara en los algoritmos. Entre aquel Javier Milei y el actual presidente de la Nación –más que un cambio en el personaje, lo que se altera es el escenario–, hubo muchas capas de condescendencia sobre la naturaleza del Ser Nacional, su memoria colectiva y sus supuestos mecanismos de defensa ante el avance de la superultrarecontraderecha. Si se subestimó a Milei, se sobreestimó –y mucho– al electorado. Resultamos no ser lo que pensábamos y el sentimiento es mutuo.
El primer desconcierto ante la estructuración de un protomileismo fue orgulloso, un desconcierto que no entendía cómo otros entendían de otra forma, pero que a la vez los consideraba equivocados. Después del soplamocos de las PASO, cuando no quedó otra que admitirlos como interlocutores válidos, el reflejo inicial fue hacer de papis y mamis: contenerlos en su equívoco, comprenderlos en su error, algo así como una campaña “adopte a un votante de Milei”, en el entendimiento de que una mejor explicación, más sencilla, más acorde, daría resultado. El pueblo era bueno y buenudo también. Luego –demasiado tarde– surgió que no era cuestión de explicaciones, sino de percepciones. No había un problema o un error, sino una circunstancia, un acontecimiento. Una cagada, digamos, en el sentido trágico de la figura. Con todas las muchas consideraciones del caso, se votó lo que se quiso votar.
“Si tiene cuatro patas, ladra y mueve la cola, es un perro, ¿no?”. Sí. Pero también puede que no. Y esa es la gran novedad. Como sociedad ya no podemos jugar al dígalo con mímica: unos hacemos las morisquetas de Viernes 13 y otros nos responden: “¡Mi pobre angelito!”. Exactamente 11.598.720 de nosotros dijimos que esto, sufrimiento más, sufrimiento menos, iba a pasar. Y está pasando. Fue el “yo te avisé” más grande de la historia y, a la vez, el premio consuelo más inútil del mundo. ¿De qué sirve tener razón si pagás como equivocado? Y admitamos que no hubo ningún mérito. Era obvio. Alcanzaba con tener el plan básico de Netflix.
El que depositó motosierras recibirá Masacres de Texas. Un sujeto exaltado que agita al aire una máquina con una línea de mini cuchillas que giran a gran velocidad suele tener planeado hacer daño. Pero 14.554.560 personas –casi 8 de cada 10 en Córdoba, por ejemplo– interpretaron que esa figura era la opción válida, que representaba un cambio positivo, una esperanza, una oportunidad de redención, un tiro para el lado de la justicia frente a tanto destrato, indiferencia y frustración. Y eso junto a una refrescante dosis de venganza, revancha y desquite.
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Para describir lo que consideraba un proceso de escritura eficaz, el poeta estadounidense T.S. Eliot acuñó la expresión “correlato objetivo”. Fue en 1919 y desde entonces el concepto fue motivo de múltiples usos y abusos. Estamos a punto de sumar otro. Por extraño que suene, el “correlato objetivo” de Eliot de principios del siglo XX puede ayudar a entender lo que nos pasa a los argentinos del siglo XXI, que es político y es económico, pero también es cognitivo. Un asunto que está en nuestras billeteras y cuentas bancarias pero también, y antes y mucho más, en nuestras cabecitas.
Para el autor de La tierra baldía –como diría Fabián Casas, si no lo leyeron, ¿qué esperan?, léanlo esta noche–, “la única manera de expresar emoción en forma de arte es encontrar un ‘correlato objetivo’; es decir, un conjunto de objetos, una situación, una cadena de eventos que será la fórmula de esa emoción particular; de tal manera que cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensorial, sean dados, la emoción se evoque inmediatamente”.
Claro que Eliot no hablaba de comicios ni de precios en el chino, sino puntualmente de William Shakespeare y Hamlet, pero como parece que la política ya no se entiende en sus propios términos, bien se la puede interpretar mejor con herramientas prestadas. Entonces, en los modos de nuestro poeta politólogo, se rompió el acuerdo básico que permitía el correlato. Ante una misma secuencia de elementos, la emoción evocada difiere y cada uno entiende lo que se le canta. Para un sector de la sociedad, que en la segunda vuelta resultó mayoritario, la serie motosierra + exabruptos + “comunistas de mierda” + dolarización + perros clonados + “las fuerzas del cielo” da como resultado lo que el país necesita.
Mientras que para unos el presidente Milei encarna de forma ridículamente obvia todo lo que no debe ser un presidente de la Nación o incluso el presidente de consorcio, otros vieron en él a una especie de rockstar outsider, y por eso no contaminado, capaz de pegarle una patada en el culo a la política y –talento que antes era patrimonio de los militares– resetear el sistema de forma violenta, depurarlo y relanzarlo con sus bondades de fábrica.
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De nuevo: ¿qué hacer?, ¿cuál es la tarea? ¿Desempolvar la resistencia? ¿Aguantar hasta que pase qué cosa? ¿Hay alguien en Puerta de Hierro mandando casetes? Hasta donde sé, está Jorge Valdano, que en 2001 compró la residencia del “tirano prófugo” y construyó un complejo de chalets.
Si La Libertad Avanza llega luego de la crisis de representatividad número mil, es válido preguntarse si, antes de resistir o a la vez, la tarea no será reconstruir una representación desde la cual resistir y a partir de la cual encauzar la frustración. ¿Y eso cómo se hace? Ahí agrego mi propio “jeje” al final. Una sola certeza: hace rato que los significantes están pinchados y drenando contenido histórico. Hablando de correlato objetivo, para hacer una empanada –y mi mamá hace las mejores del mundo– no empezás por el repulgue. Lo primero es tener el relleno.
Morón, 11/01/2024