May 22 2025
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Elecciones legislativas de 1985: construir la democracia en tiempos de conmoción

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Por Germán Ferrari

Casi el 84% del padrón concurrió a votar hace cuatro décadas en unos comicios que consagraron al radicalismo como triunfador, pero en los que los peronistas renovadores forjaron el renacimiento del justicialismo dos años después de la derrota en 1983.

Todos tuvieron algo para festejar en las elecciones legislativas del 3 de noviembre de 1985, las primeras luego de las generales de dos años antes que marcaron el comienzo de un nuevo período democrático con la llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada. Los radicales celebraron, porque retuvieron la mayoría en la Cámara de Diputados; los peronistas renovadores, porque forjaron el renacimiento del justicialismo y frenaron al sector ortodoxo; y los intransigentes y los liberal-conservadores, porque incrementaron sus bancas y se acomodaban, por izquierda y por derecha, en alternativas menores a los partidos tradicionales. La participación ciudadana había sido elevada: casi el 84 por ciento del padrón.

«Si gana Alfonsín, ganamos todos», auguraba el eslogan del oficialismo, que obtuvo el 43,30 por ciento de los votos y venció en todo el país, menos en Corrientes –territorio del Pacto Autonomista Liberal (PAL)–, Formosa, La Rioja y Tierra del Fuego, donde se impuso el justicialismo. Otro eslogan era más preciso: «Para seguir avanzando, Alfonsín necesita mayoría en el Congreso«. Y se hizo realidad: el Gobierno retuvo la mayoría en la Cámara baja, con 130 bancas –sólo sumaba una con respecto a la conformación de 1983–. Había euforia, pero no tanta.

El peronismo había llegado dividido a los comicios. Luego de la derrota electoral de 1983, se perfilaron dos sectores: la renovación, que nucleaba a figuras disímiles de todo el país como Antonio Cafiero, Carlos Grosso, Carlos Menem, Ítalo Luder, Deolindo Bittel, José Manuel De la Sota, José Luis Manzano, Oraldo Britos; y la ortodoxia, liderada por Herminio Iglesias, Jorge Triaca y Vicente Saadi. Los renovadores lograron el 34,56 por ciento. Si se sumaban los votos del sector ortodoxo, el bloque de diputados llegaba a 103 bancas, solo ocho menos que en 1983.

La victoria de la UCR le dio al Gobierno un poco de alivio en medio de la avanzada de los sectores pro dictadura que boicoteaban el Juicio a las Juntas, la instauración de un inédito estado de sitio, con amenazas de bombas en las escuelas, la efímera contención de la inflación con el Plan Austral y una nueva estrategia impulsada por Estados Unidos para renegociar la deuda externa: el Plan Baker.

El Juicio a las Juntas, que había comenzado en abril, estaba en la etapa de los alegatos de las defensas. «Este juicio constituye la gran revancha de los derrotados», provocaba el dictador Jorge Rafael Videla en un comunicado. Esa línea de pensamiento era seguida por sectores que hicieron lo imposible para desestabilizar la incipiente democracia. El momento de mayor tensión se produjo el 25 de octubre, pocos días antes de las elecciones, cuando el Gobierno decidió decretar el estado de sitio y ordenó la detención de 12 civiles y militares. La ola de atentados y amenazas de bombas en escuelas había recrudecido.

«Cómo y dónde votarán los desaparecidos», se preguntaban los organismos de derechos humanos en una solicitada publicada en los diarios. «A dos años de gobierno constitucional -subrayaban- nuestros reclamos continúan vigentes porque aún seguimos sin respuesta sobre qué pasó con cada uno de ellos».

La drástica baja de la inflación -1,9 por ciento en octubre y 2,4 por ciento en noviembre- hizo olvidar por un tiempo que, según Alfonsín, el país transitaba por una «economía de guerra». La quita de tres ceros al peso argentino para convertirlo en Austral y la paridad con el dólar ilusionaron a sectores de la sociedad que creyeron que era la oportunidad para salir de la crisis dejada por el régimen cívico-castrense.

El plan de ajuste se basaba en un coctel heterodoxo que se diluyó en menos de dos años: devaluación, congelamiento de precios, salarios y jubilaciones, reducción del déficit fiscal (todavía no se había puesto de moda el «déficit cero»), aumento de tarifas, «ahorro forzoso», freno a la emisión.

De izquierdas, derechas y centros

En el principal distrito del país, la provincia de Buenos Aires, la lista de candidatos a diputados nacionales encabezada por el radical Leopoldo Moreau se impuso a la del peronista renovador Antonio Cafiero por 39,9 por ciento de los votos a 26,6 por ciento. «Si gana Moreau, gana Alfonsín«, repetía uno de los afiches de campaña.

El Frente Renovador JDP (Justicia, Democracia, Participación) hacía autocrítica en sus volantes. Recordaba que en 1983 «un grupo de dirigentes, utilizando la prepotencia y la violencia, se adueña del justicialismo y nos conduce a una derrota electoral sin atenuantes». Y en 1985 el sector liderado por Cafiero «vuelve a la victoria peronista, devuelve la dignidad al movimiento obrero y garantiza la justicia social a toda la nación».

En tercer lugar, con 11,7 por ciento, el gran derrotado fue el sector ortodoxo del peronismo, con Herminio Iglesias a la cabeza del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que contaba con la adhesión del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio, y el Frente de Izquierda Popular (FIP), de Jorge Abelardo Ramos.

Muy pegado y mejorando la performance de 1983, el Partido Intransigente (PI), de Oscar Alende, se llevaba el 10,4 por ciento del electorado bonaerense.

La participación en política de periodistas y/o empresarios de medios tuvo en esta elección sus vencedores y vencidos. El radical Moreau había sido redactor de La Opinión, el diario creado por Jacobo Timerman. Luego, su militancia radical lo alejó del periodismo para volcarse de lleno al alfonsinismo.

El fundador y director del diario económico Ámbito Financiero, Julio Ramos, se encandiló con llevar su prédica neoliberal al Congreso y fundó la Alianza Demócrata Independiente (ADEI): sólo consiguió 9 mil votos (0,32 por ciento). Un logro reciente de su matutino había sido publicar la primicia de la puesta en marcha del Plan Austral, ideado por el ministro de Economía, Juan Vital Sourrouille.

Más de un analista político quedó sorprendido por una alianza inesperada, el Frente del Pueblo (FREPU), que reunió al Partido Comunista y los trotskistas del Movimiento al Socialismo (MAS), de Luis Zamora; el Partido de la Liberación –maoísta, ex Vanguardia Comunista– y distintos sectores que se autodenominaban «peronismo combativo». Pero las expectativas electorales se truncaron ante los magros resultados. Por unas horas, en el tramo final del escrutinio, creció la esperanza de que el dirigente gráfico José Villaflor consiguiera una banca por la provincia de Buenos Aires. Pero los 109 mil votos no alcanzaron para que se hiciera realidad el eslogan de campaña «¡Arriba los de abajo!».

En Capital Federal, la lista que encabezaba el radical Marcelo Stubrin le sacó 18 puntos a la del peronista Carlos Grosso: 43 por ciento frente a 25. En tercer lugar, bastante atrás, se ubicaba la Unión del Centro Democrático (UCD), con 10 por ciento.

«Para volver a creer», decía el eslogan del peronismo renovador porteño. Los intentos por ganar terreno en un distrito esquivo buscaron distintas estrategias. Una de ellas, la realización de una «fiesta popular» en Parque Centenario, el domingo anterior a las elecciones, en la que hablaron Grosso y Sebastián Borro (primer candidato a concejal), se proyectó la película «Evita, quien quiera oír que oiga», de Eduardo Mignogna, y sonó un recital con Fito Páez, Lito Nebbia, Teresa Parodi, Los Twist, Emilio del Guercio, Alejandro del Prado, Cuarteto Zupay, Marián y Chango Farías Gómez.

El otro sector del peronismo tuvo un desempeño insignificante. La lista del Frente de Liberación, encabezada por Julián Licastro, solo obtuvo el 1,01 por ciento.
Una particularidad para una época marcada por la omnipresencia masculina: tanto la nómina a diputados nacionales de la UCD como a concejales estaban lideradas por mujeres: María Julia Alsogaray, hija del fundador del parido, Álvaro Alsogaray, y Adelina Dalesio de Viola, respectivamente.

Durante la campaña, el toque de política-show la aportó el dirigente liberal Alberto Albamonte paseándose sobre un elefante, que representaba al Estado, por las calles del barrio de Belgrano.

Esa anécdota iba quedar chica si la lluvia no hubiera desvanecido su sueño: un desfile de ocho paquidermos con los nombres de las empresas estatales durante el cierre de campaña en el estadio de River Plate.

El mapa federal

En un Congreso dominado por el radicalismo y el peronismo, que presidía el veterano dirigente de la UCR Juan Carlos Pugliese, quedaba poco espacio para el resto de las representaciones –muchas de ellas netamente provinciales–, algunas hoy sin peso en el arco político.

El PI reunía seis diputados, la UCD 3, el PAL 3, el Movimiento Popular Neuquino 2 y el Movimiento Popular Jujeño 2. Otra curiosidad: las dos bancas de esta fuerza que apoyó a la última dictadura fueron ocupadas por padre e hija: Horacio Guzmán y María Cristina Guzmán. Y con una banca figuraban la Democracia Cristiana, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Bloquista de San Juan, el Partido Demócrata de Mendoza y el Partido Renovador de Salta.

En los comicios de 1987, la brecha entre radicales y peronistas empezaría a achicarse y las fuerzas minoritarias seguirían aferradas a un puñado de escaños. El país entraba a transitar un cambio de época crucial.

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