La eyección de Antonio Aracre en otra jornada de trifulca interna del oficialismo y tensión cambiaria profundiza la fragilidad del Gobierno. Desde el Llao Llao al corazón de la city, opositores de toda laya y dolarizadores de cualquier pelaje azuzan el fantasma de la devaluación brutal. | Por Pablo Dipierri
“Massa tiene que dejarse de joder y devaluar”, le dijo la semana pasada a este portal un diputado nacional que integró diversos gabinetes macristas desde 2017 hasta 2019. Ayer, el valor de cambio de la divisa norteamericana en sus cotizaciones paralelas superó los 420 pesos pero se estabilizó en 418 al término de la jornada.
El último banderín flameante del Frente de Todos, el de no conceder una transferencia brutal desde el bolsillo de los trabajadores a las carteras de las grandes empresas a través de la suba indiscriminada del tipo de cambio que reclama el establishment, se encoje cada día más con la complacencia focalizada de las folclóricas ediciones del Dólar Soja o Agro, sus primos Copal o Qatar y sus efectos colaterales sobre la economía argentina. Atenazado por el fantasma de la devaluación ante la escasez de reservas en el Banco Central y la inflación interanual por encima del 100 por ciento, el Gobierno deambula grogui pero no se cae por la concurrencia de factores antagónicos que neutralizan el avance de la calamidad financiera o demoran su estrago inexorable.
Por un lado, podría decirse que la vicepresidenta Cristina Kirchner sostiene tácticamente al ministro de Economía, Sergio Massa, después de haber propiciado el desgaste y la demolición de Martín Guzmán para que el tigrense siga haciendo, con más aceleración y consecuencias más letales, un ajuste que le imputaba a su antecesor. Por otra parte, el mismísimo establishment zarandea la caramelera de la plaza cambiaria con una mano y con la otra lo palmea a Massa, por las dudas que termine siendo el candidato peronista que garantice la misma tasa de ganancias para la patria prebendaria sin desorden social.
En ese contexto, la noticia de la renuncia –o despido- de Antonio Aracre, ex gerente de Syngenta, al cargo de Jefe de Asesores del presidente Alberto Fernández se comunicó al mismo tiempo en que los despachos de las agencias divulgaban las loas a la dolarización que se entonaban desde el cónclave neoliberal montado en el Hotel Llao Llao de Bariloche. Desde el sur, el candidato a presidente en la góndola libertaria, Javier Milei, retomaba su arenga dolarizadora y, desde Buenos Aires, el ex viceministro de Economía y actual consultor de sus detractores de antaño, Emmanuel Álvarez Agis, deslizaba que si el agitador de Libertad Avanza triunfara, sacaría su dinero del banco.
El foro que se realiza en ese histórico paraje patagónico, propiedad de Eduardo Elsztain y la familia Sutton, se convoca desde hace 12 años y congrega a los íconos de las firmas tecnológicas y la oligarquía diversificada, que van desde Marcos Galperin (Mercado Libre), Guibert Englebienne (Globant) y Verónica Andreani y Andy Freire (SoftBank) hasta Federico Braun (La Anónima). Allí también expusieron sus planes o perspectivas el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y la diputada y ex vicegobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. El alcalde vilipendiado prometió desde Río Negro ajuste fiscal y apertura económica, mientras que su ex discípula no mencionó el alza del billete verde pero ratificó que los precandidatos del Pro tendrían que bajar sus postulaciones para rediscutirlas de cero otra vez.
Aunque tuvo menos prensa, reapareció también en las horas más álgidas del bamboleo diluyente contra la moneda argentina el ex ministro de Economía Jorge Remes Lenicov, el autor de la devaluación del 4 a 1 a la salida de la convertibilidad, durante el cisma del 2001 y 2002. Con un libro bajo el brazo, teoriza 20 años después a caballo de las presuntas bondades de la devaluación, aunque luego de su gesta tuvo que ofrecer su apellido en holocausto y desapareció de la cartografía política vernácula. Tal vez por eso antes que por identificación popular, los cuadros técnicos que rodean a Massa resisten como si fueran la furiosa encarnación de la heterodoxia económica la caída en el calvario devaluatorio.
Y la eyección de Aracre tributaría al mismo manual explicativo, sumada a la tendencia del primer mandatario a no mover un ápice en defensa de los funcionarios que elige: habiendo entregado sistemáticamente a delfines de su gestión como Ginés González García, Matías Kulfas y el propio Guzmán o habiendo sometido a la inanición política a otros que quisieron robustecerlo, desprenderse del fugaz gerente que soltaba ideas por Twitter no le insumía ningún costo. De hecho, habían cenado el lunes por la noche y Aracre le habría deslizado alguna que otra iniciativa a Fernández, quien lo mandó a comunicársela a Massa. La filtración tradujo que ese mitin abrigaba el reemplazo del otrora superministro en el 5º piso del Palacio de Hacienda y el ejecutivo del agronegocio se fue por la puerta de atrás.
Con esquemas similares a la disputa que se diera al interior de los sectores dominantes tras el fracaso de la Alianza encabezada por Fernando De la Rúa, dolarizadores y devaluadores abrevan en las mismas doctrinas que entonces. La diferencia estriba en la reconfiguración del peronismo posterior a esa disputa, el saldo sin clausura de sus discusiones y su dispersión actual. Del mismo modo, el macrismo sabe que si la depreciación del peso que reclaman los fugadores de divisas no ocurre bajo el mandato actual, la espada de Damocles caería sobre el próximo gobierno y supone, bajo la ansiedad de los que se almuerzan el desayuno, que sería el suyo. Sin que nadie diga públicamente que la administración del tipo de cambio también constituye uno de los resortes de la soberanía política, todos saben que la dolarización liquida el Estado y el que devalúa… pierde. La disyuntiva sigue siendo la del final terrible o el terror sin fin.