La reciente crisis política italiana, que pareció desatar como nunca y en plena primavera boreal una disputa entre partidarios y adversarios de Europa, tuvo como epílogo la garantía de que la formada coalición de gobierno en Italia entre un partido xenófobo y otro «antisistema» respetaría las normas de una Unión Europea (UE) insistente con políticas de austeridad, bloque ante el cual, además, el nuevo premier Giuseppe Conte se presentó a principios de junio con la promesa de acabar con el «negocio de la inmigración», que encontró luego su traducción en la negativa a recibir inmigrantes de África abarrotados en un barco que los rescató en el Mar Mediterráneo y en la propuesta de censar a la comunidad gitana para expulsar a los «irregulares».
Pero las vicisitudes durante tres meses para formar una coalición de gobierno que, según medios de prensa locales e internacionales, por «ser antiestablisment» sacudía los cimientos de los Estados europeos que tienen al euro como moneda común; las inquietudes en un país expuesto al «látigo del mercado»[1] en la medida en que podía ascender un ministro de Economía «eurófobo»; y el veto a esa posibilidad con un intento de administración técnica a cargo de un exdirectivo del Fondo Monetario Internacional (FMI), Carlo Cottarelli, con quien se vislumbraba la posibilidad de nuevos recortes presupuestarios en el muy endeudado Belpaese; toda esa sucesión de dilemas que pusieron a Italia al borde de una nueva convocatoria a elecciones reavivaron una de las contradicciones quizás más potentes que circulan en las superficies mediáticas y que atraviesan a la coyuntura europea desde 2010: prevenir la «catástrofe» que supondría la salida de la zona euro aceptando la intensificación de sacrificios.
Se trata de una matriz preventiva que llama a los ciudadanos a soportar ajustes que devendrán pérdidas, y que insiste desde el inicio de la crisis de deuda soberana europea en 2010 –cuando la denominada «Troika» integrada por el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo diseñó planes de préstamos para «rescatar» a varios países endeudados y con déficit fiscal a cambio de recortes que causaron más recesión y desempleo–. Sin embargo, una lógica de prevención también fue clamada, aunque con otra posición, por un líder en ascenso, el nuevo ministro del Interior italiano, Matteo Salvini. Proveniente del partido ultraderechista La Liga, Salvini, en efecto, se ha hecho eco de una retórica de protección mediante un discurso que demanda seguridad, hace de la inmigración un chivo expiatorio y predomina en un momento en el que se exacerban nuevas formas de explotación, marginalidad y pobreza, así como el acorralamiento de Estados endeudados y el hecho de que un conjunto de bancos de inversión, compañías de seguros y fondos especulativos –los «mercados»– logran cuantiosas transferencias de ingresos a su favor.
El discurso sobre el peligro que pueden significar los otros y lo otro –refugiados, romaníes– es impulsado también por una suerte de necesidad preventiva que no coincide con esa línea de austeridad europea exigente de renuncias a los arrasados por las políticas de ajuste, sino que apunta a castigar a la inmigración, a esa suerte de otredad maldita que se le atribuye caos, violencia, ruina. Un discurso, además, con pretensiones hegemónicas que pueden remontarse a los atentados en París, en 2015, y a las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en 2016, cuando Donald Trump recibió el apoyo de un electorado identificado con la rabia hacia los extranjeros, a quienes culpó de los «males» de la desocupación, los salarios estancados y el riesgo terrorista.
Una matriz preventiva que recorre distintas posiciones pero que coincide en señalar una «amenaza» -los inmigrantes o la salida de eurozona- con potenciales efectos devastadores es, por tanto, lo que se ha exacerbado desde las elecciones de marzo pasado en Italia, tras las cuales se caminó con lentitud hacia un gobierno que resultó de un pacto entre La Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5E), dos partidos que la prensa no cesó de indicar como «euroescépticos» justamente en uno de los países fundadores de la Unión Europea; o como una «extraña» combinación entre un «populismo izquierdista» y la ultraderecha, o, en palabras del presidente francés, Emmanuel Macron, como dos populismos «dispares, heterogéneos y paradójicos».
Más allá de los intentos por definir la coalición, las tensiones que precedieron a su armado y el comienzo con la decisión de Salvini de cerrar los puertos para impedir el desembarco de inmigrantes pusieron en escena cierta dominancia de un prisma de protección en Europa antes que una supuesta tensión entre «reformistas» y «populistas»; un prisma preventivo que, en sus diferentes posiciones, bien podría leerse con el paradigma de inmunidad desarrollado por filósofo italiano Roberto Espósito, al que supo indicar como el «síndrome» defensivo y ofensivo de nuestro tiempo. Se puede ubicar incluso la dominancia de lo preventivo, que levanta barreras contra eso a lo que se le supone un mal a enfrentar e impulsa «respuestas de protección ante un peligro»[2], desde mediados de 2010, momento en el cual se le imputó a Grecia no sólo el inicio de la crisis de la deuda soberana en Europa, sino también el «contagio» a otros países como Irlanda, Portugal, España e inclusive Italia.
De hecho, desde fines de 2009, tras la revelación de que el déficit de Grecia no era del 6 sino del 12,7% del Producto Bruto Interno (PBI), las agencias de calificación manifestaban «rebajas de solvencia» de la deuda –con perspectiva de superar en 2010 el 120% del PBI–, mientras la UE y el FMI imponían «rescates» a Atenas. Así, en pos de «evitar» la quiebra, Grecia se vio obligada a recibir tres planes de rescate en 2010, 2012 y 2015, los mismos que sumieron a ese país en la captura de la deuda, que hoy llega el 180% del PBI. Además, los más de 300.000 millones de euros que supusieron esos programas de «ayuda» financiera a cambio de recortes, y de reformas laborales y previsionales, generaron la pérdida del 25% del PBI y un 20% de desocupación. Pero en simultáneo con las imposiciones, Grecia aparecía en 2010 como la encarnación de un peligro, borroso y ajeno, a eso que antes, parafraseando a Esposito, se presentaba como «sano, seguro, idéntico a sí mismo»: empresarios, periodistas y dirigentes europeos advertían entonces que una salida de Grecia de la eurozona significaba un «salto al vacío», una «tormenta» o un incendio devenido una «gran hoguera» para otros países; Grecia era el «abismo» con consecuencias devastadoras.
Esas representaciones de la «amenaza» a la supervivencia de la moneda única europea que ocupó Grecia no hizo sino desplazarse en los últimos tiempos a Italia, donde, ante el pacto que se avecinaba entre políticos que cuestionan tanto a la austeridad como a los «inmigrantes ilegales vagueando por ahí, sin hacer nada y sin pagar impuestos»[3], sobrevolaban las figuras de la tormenta o el terremoto, el «caos», la inestabilidad, el «foco de contagio». Italia parecía recordar a Grecia cuando armaba un gobierno de «corte euroescéptico» que se exponía al «castigo» de los mercados financieros, mientras el presidente del Parlamento europeo, Antonio Tajani, advertía que si salía del euro sobrevendría «una catástrofe». La idea de lo amenazante, que condensa todas esas figuras, predominó especialmente cuando Salvini y el jefe del M5S, Luigi Di Maio, propusieron como ministro de Economía a un opositor a la eurozona, vetado por el presidente Sergio Mattarella, quien impulsó luego un gobierno «técnico» con Cottarelli, economista del FMI conocido en Italia por haber recomendado recortes, en 2013, durante la jefatura de Enrico Letta. «Mattarella acierta», aseguraba al respecto el diario El País de España, en la medida en que de ese modo «evitaba» un «daño mayor a Italia y al proyecto de construcción europea»[4].
El hecho de que medios de comunicación destacaran cómo la crisis institucional de Italia -con una deuda pública del 132% del PBI- «contaminaba» a las bolsas y los mercados de Europa, amén de alarmar al «mundo», no aplacó cruces ríspidos, a tal punto que Di Maio llegó a pedir la destitución de Mattarella por no respetar el voto de los italianos. Pero ante eventuales nuevas elecciones, el jefe del M5S y Salvini formaron un gabinete alternativo. Y Mattarella encargó, finalmente, armar gobierno a Conte, un abogado sin experiencia política, quien desde principios de junio lidera el Ejecutivo con Di Maio y Salvini como vicepresidentes. «Europa es nuestra casa», aseveró el dirigente ante el Senado, y ratificó la misma postura de Salvini, quien prometió que la coalición respetaría «las reglas y los compromisos» con Europa.
El gobierno «populista» asumió con la afirmación de Conte de que nunca había estado en discusión la pertenencia de Italia a la Eurozona, la misma que, desde hace ocho años, se presenta como lo única opción capaz de prevenir el «desastre» que parece desencadenar cualquier factor que se presente como un riesgo para su supervivencia. Una lógica preventiva que, leída con la categoría de inmunidad, puede situar la idea de la «amenaza» en una suerte de frontera que separa lo propio de la identidad europea de lo extraño –en este caso, la salida de la zona euro–, y que genera, tal como puede verse en el caso griego o italiano, poderosos efectos de repliegue. Pues, efectivamente, lo que persiste en la Eurozona es una inercia repetitiva de austeridad que, además, tal como destaca el sociólogo británico William Davies en su caracterización del neoliberalismo contemporáneo, libera pasiones punitivas a los traumatizados «por la pobreza, la deuda y el hundimiento de las redes de seguridad social»[5].
Sin embargo, como señalamos en principio, la matriz preventiva leída con una lógica inmunitaria que supone, según Esposito, que «alguien o algo penetra en un cuerpo –individual o colectivo– y lo altera, lo transforma y lo corrompe» también impulsa un discurso que habilita a construir otredad a la que se le supone mal, tal como se vio con la propuesta de Salvini de realizar un censo a los romaníes residentes en el país que se encuentren en «situación irregular», una semana después de que cerrara los puertos de Italia a un barco de rescatistas con más de 600 inmigrantes, lo que, asimismo, desencadenó una crisis diplomática con Francia. «Censo de los rom y control del gasto público. Si lo propone la izquierda está bien, si lo propongo yo es racismo. ¡No me rindo y sigo adelante! Primero los italianos y su seguridad»[6], decía Salvini en un escrito en las redes sociales que sintoniza con el discurso de Trump, foco de atención la semana pasada por su política de separación de niños inmigrantes de sus familias tras cruzar la frontera con México, práctica que, ante el repudio internacional, tuvo que revertir por decreto.
En el mismo momento en que el gobierno italiano rechazaba otro barco con 239 inmigrantes salvados en las aguas del Mediterráneo, Trump, no obstante la orden ejecutiva que ordenaba el fin de las separaciones de familias, ratificó su posición de construir un muro con México y de contratar más agentes fronterizos para «evitar» la denominada migración ilegal. «México no hace nada por nosotros, sólo toman nuestro dinero y nos venden drogas», aseveraba el mandatario, que desde la campaña electoral que lo llevó a la presidencia llama a crear barreras fronterizas y reforzar leyes que frenen la inmigración. En una coyuntura sujeta a la agonía repetitiva de políticas económicas que, entre otras cosas, han sacrificado puestos de trabajo, dirigentes de Estados Unidos y Europa se apoyan en una necesidad de prevención ante aquellos que no encajan con una suerte de esencia comunitaria presentada como segura en otro tiempo y llaman a su defensa absoluta, una defensa que implica identificar al extranjero o al rom con la delincuencia o la barbarie.
* Periodista y licenciada en Comunicación (UBA)
Ilustración: Emory Douglas
Notas
[1] https://elpais.com/internacional/2018/05/25/actualidad/1527275103_554062.html
[2] Esposito, R, «Introducción», en Immunitas. Protección y negación de la vida, p. 9.
[3] https://www.theguardian.com/world/2018/jun/02/matteo-salvini-italy-interior-minister-far-right-hardline-immigration
[4] https://elpais.com/elpais/2018/05/28/opinion/1527525181_544095.html
[5] Davies, W. “Neoliberalismo 3.0. El nuevo neoliberalismo.” En New Left Review 101, nov.-dic. 2016, pp. 129-144.
[6]http://www.ansalatina.com/americalatina/noticia/italia/2018/06/19/salvini-insiste-con-censar-a-los-rom_9eead009-51e4-49fa-a031-004499a293be.html