«Cuando elegí ser «Evita» sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así» (La razón de mi vida, Eva Perón)
Sí, todavía es verano, qué deseos de llevarte afuera a ver el sol. Hace casi veinte años que no ves el sol. ¿O es que ahora ves tantos que el nuestro te parece de una luz pequeñísima? Me consuelo pensando que la luz del mundo ha vuelto a recubrirte después del itinerario que debiste cumplir para llegar hasta aquí. Ese itinerario que nunca conoceremos en la totalidad de sus estaciones. ¿Quién pudiera decir de cuántas llamas se compone la hoguera del martirio? Miro las plantas de tus pies desnudos cubiertas por una lámina de brea. ¿Qué significado tiene esa placa mineral en la planta de tus pies? ¿En qué suelo de brea has estado parada, sostenida por tu propia muerte? Es el único interrogante que me hago. No quiero pensar sino en lo que fuiste para todos, cuando naciste para tu pueblo, cuando naciste para nosotros, los que compartimos sangre, infancia, juventud, ilusiones, penas y alegrías; y se me agolpan los hechos que componen tu historia de chica, porque de todos los hermanos fuiste la menor y nosotros los testigos de tu infancia. Es verdad, fuiste la menor y también fuiste la mayor. (Mi hermana Evita. Erminda Duarte).
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo isoyetas, probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del Coronel me alcanza como una revelación:
-Es mía -dice simplemente-. Esa mujer es mía.
(«Esa mujer», Rodolfo Walsh)
Fuente: El último lector – FM La Patriada.