Algo huele en los calderos de los hogares, algo vibra en los lugares de trabajo, tiembla en los sindicatos, en los comedores populares y en las asambleas masivas y autoorganizadas, algo se teje y nos comunica ansiosamente en las redes. Se prepara el mundo para el segundo paro internacional de mujeres, lesbianas, trans y travestis. Que se prepare, porque el tsunami violeta viene con todo y con ímpetu de transformarlo todo, porque si no, no vale la pena. Los feminismos están haciendo historia y eso no es tarea fácil en épocas de farsa neoliberal.
En más de 70 países #NosotrasParamos para mostrar que si entramos en huelga el mundo se detiene, paralizando la producción y la reproducción de este capitalismo neoliberal. Paramos para mostrar cómo la producción actual se sustenta en la sobreexplotación, en el precarización, en la flexibilización, en la informalización y en la migración del trabajo, y cómo estos procesos incumben fundamentalmente a las mujeres y cuerpos feminizados.
Parar el mundo es entonces la herramienta más eficaz de lucha, porque abre nuevas posibilidades en el tiempo, porque visibiliza los modos opresores y violentos de la existencia y porque desnuda su historicidad desnaturalizando su trama. Porque nos revela aquello que, de tan obsceno que es mostrado, se oculta. Porque nos permite actualizar una crítica a la economía política exhibiendo el nudo que hay entre capitalismo, colonialismo y patriarcado en el modo de acumulación actual.
Por ello, esta huelga es un hiato en el tiempo del capital que devela lo significativo de esta etapa: el trabajo reproductivo, basado en tareas de cuidado, de dar afecto, etc., realizadas primordialmente por mujeres, que había sido relegado al ámbito de lo doméstico, pasa a ser central en la valorización y producción de conocimiento y de las lógicas informacionales y creativas de las empresas. Esto ha supuesto una intensificación del trabajo femenino en los puestos de mando, como en los subordinados en las empresas. Y a su vez, esta lógica se sostiene sobre un aumento del trabajo inmigrante femenino para realizar tareas en el sector servicios, ya sea como domésticas, cuidadoras de niños y personas mayores o trabajadoras sexuales. En este sentido, las mujeres y las subjetividades feminizadas enfrentamos una triple y ardua jornada laboral – la asalariada, la domestica y la emocional-, que es reconocida y remunerada sólo en una de sus tres partes y ,en múltiples ocasiones, es peor paga que la de los varones.
Paramos para mostrar que este sistema ha elevado las tasas de desempleo estructural a valores antes impensados y que se sustenta sobre una profunda feminización de la pobreza producto de una pauperización de los sectores medios, produciendo formas novedosas de desigualdad social, racismo y misoginia. Puesto que las dinámicas actuales de producción y reproducción de valor, han apuntado en favor de una lógica de endeudamiento generalizado del sector público y de la subjetividad, apoyándose en un estado de seguridad y vigilancia que no duda en la utilización de sus poderes a fin de aplastar todo tipo de disidencia y a fin de garantizar la “propiedad privada” en sus múltiples modos. En este sentido, el cercamiento de los bienes comunes, el hurto de los mismos, la violencia en los modos de expropiación de los bienes, de los cuerpos y de las subjetividades son un instrumento central para la expansión del capital, así como también los múltiples ajustes laborales, previsionales e impositivos que intentan imponer en nuestro continente, y los diversos recortes a los derechos de lxs oprimidxs y las subjetividades disidentes.
De este modo, los feminismos convocan a la huelga general y en ese llamado exhiben que tanto el racismo, la violencia machista y sexista, como la pobreza y la (in)seguridad no son el resultado de decisiones o fracasos personales como nos dicta la sentencia neoliberal, sino que se imponen como los dispositivos de poder que sostienen estas democracias neoliberales (clasistas, colonialistas y patriarcales). Este orden social controla, por tanto, la producción de la economía, de la autoridad, de las emociones y tiene al racismo, al colonialismo, al sexismo y a la heteronorma como garantes de la reproducción.
Por ello nuestros cuerpos liberados y juntos incomodan tanto. Porque los feminismos están consiguiendo generar unidad a nivel internacional, garantizado niveles organizativos fundamentales para la resistencia actual a través de una articulación de las diferencias, diversidades y heterogeneidades sexuales, culturales, laborales y partidarias. Pudiendo sortear, en gran medida, los viejos vicios de la izquierda revolucionaria o social demócrata. Por un lado, al exponer la relación entre el capitalismo neoliberal y el patriarcado, se sortean los errores de desconocer la división sexual e internacional del trabajo y de la producción y la reproducción de la vida. Y por otro lado, se asume que el riesgo de comprender al capitalismo neoliberal y al patriarcado como categorías aisladas una de la otra, implicaría hacer devenir al feminismo, a las luchas de los pueblos originarios y de lxs negrxs como una deuda de la democracia capitalista, dejando que nuestras problemáticas se diriman solamente en el plano del derecho de los propietarios, de los colonizadores, de los machistas.
En este sentido, los feminismos advierten sobre la importancia de la lucha por la ampliación del estado de derecho pero también sobre sus limitaciones en los términos hegemónicos. Porque como nos advierte la feminista negra, Audre Lorde, con las armas del enemigo no ganaremos nada a largo plazo. Por tanto, si bien es fundamental luchar por la conquista de derechos democráticos definidos en relación a las lógicas estatales en el marco de una sociedad capitalista, colonialista y patriarcal, la posibilidad efectiva de emanciparnos será siempre coartada porque “las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. Quizá nos permitan obtener alguna victoria pasajera siguiendo sus reglas del juego, pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio” (Lorde, La Hermana, La Extranjera, 2003, p.118). Puesto que, no hay posibilidad de destruir al patriarcado y al colonialismo sin transformar al capitalismo. Y en ello, los feminismos demuestran que la cuestión de la propiedad es un tema central.
El capitalismo es patriarcal porque nos oprime y explota a las mujeres y a las subjetividades feminizadas como productoras y reproductoras de valor, mediante la regulación y violencia sobre nuestros cuerpos, la expropiación de nuestras capacidades reproductoras y laborales a través de las lógicas estatales y de mercado. Más aún, porque nosotras mismas somos “ya propiedad”, como decían las feministas marxistas, porque nuestra posición efectiva en las relaciones sociales es la de ser primera y fundamentalmente, mujeres. De este modo, la relación entre capitalismo y patriarcado se erige sobre una forma de propiedad que abarca a la mitad de la población mundial, las mujeres y subjetividades feminizadas, a través de un mecanismo que no sólo supone la explotación de la fuerza de trabajo sino una relación de apropiación física y vital directa.
Por ello, paramos para que se entienda que con el capitalismo se engendra un nuevo tipo de patriarcado que supone un conjunto de relaciones sociales que dominan, explotan y oprimen a las mujeres y a las subjetividades que escapan a la heteronorma, por sus diferentes expresiones sexo-genéricas. Es decir, entre capitalismo y patriarcado se sustenta un sistema de relaciones sexo-afectivas, políticas y económicas que se apropian de las fuerzas re-productivas de estos cuerpos y estas vidas. Relación de propiedad basada en un régimen político a través de la maternidad y la heterosexualidad obligatoria, la prohibición o la condena y criminalización del aborto, la violencia sexista, los femicidios, la dependencia económica, la disparidad en la participación pública y política, etc.
Entramos en huelga, entonces, para generar un susurro colectivo de emancipación, con la ferviente convicción de que este es el camino que, en última instancia, puede verdaderamente acabar con el capitalismo neoliberal, hetero-patriarcal, racista, colonialista y xenófobo. Puesto que los feminismos, al hacer genealogía de esta vinculación irresoluble entre capitalismo y patriarcado, ponen en tela de juicio no sólo la totalidad de la cultura occidental, sino la organización misma de la cultura contemporánea y eso es precisamente lo que se necesita para afirmar que aun otro mundo es posible.
*Doctora en Ciencias sociales, docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario, activista feminista revolucionaria.