Circula un debate no resuelto respecto al tipo de coalición que gobierna. En dicha polémica se expresan posiciones contrapuestas respecto a si Cambiemos efectivamente es una derecha “democrática” de nuevo tipo, con base tecnocrática y un respeto por la institucionalidad, o si en realidad, ésta constituye tan solo una estrategia discursiva que se sustenta en una forma de gobierno “policial” en base a carpetazos, extorsión económica, complicidad judicial y prácticas represivas. En ese contexto, resulta sin embargo, necesario analizar la identificación de Cambiemos para con su electorado y repensar la práctica política desde el campo nacional y popular.
Es preciso desarrollar una caracterización del tipo de interpelación política que Cambiemos logra en una parte todavía mayoritaria de la ciudadanía, para comprender los motivos de su fortaleza. Y plantear una pregunta por el tipo de estrategia y de práctica política necesaria para enfrentar a esta fuerza, que supere una visión idealista acerca de la unidad. Lo imperioso de este tiempo es poner en el centro del debate la imaginación de ese futuro democrático que se pretende de todos –o de una parte mayoritaria, y a la que Cambiemos logra efectivamente dar cuerpo dejando en manos de CEOs y de intereses foráneos el futuro de una nación.
De forma tal que dilucidar el modo en que el actual gobierno construye su legitimidad y afianza ese contrato para con la ciudadanía, representa uno de nuestros principales desafíos para comprender el modo de identificación que logra con una parte mayoritaria de la sociedad. Por supuesto que eso no implica cerrar el debate respecto al tipo de “derecha” que gobierna, o acerca del modo en que fomenta y promueve, a partir de políticas y principios neoliberales, una sociedad cada vez más desigual; pero sí poner el foco en la necesidad de incidir en una coyuntura dinámica en la que Cambiemos logra su gobernabilidad. Para ello, es preciso repensar nuestra práctica política en una sociedad bastante deshumanizada, teniendo claro que la imbricación entre Cambiemos y la coyuntura neoliberal conforma un bloque y, por lo tanto, algo más que una estrategia en el plano del discurso.
Así, la pregnancia de los discursos que apuntan a la contienda por “el fin de la grieta”, a partir de la construcción de un nuevo tipo de Estado que “cuide” su déficit mediante recortes en el sector público y promueva un supuesto “crecimiento” a base de endeudamiento; el fomento al “emprendedurismo” y la primacía del capital y el interés privado, por sobre la función y la ética pública, por nombrar algunos ejemplos, tiene una existencia material y práctica que excede la voluntad marquetinera del gobierno y hunden sus raíces en los modos en que amplios sectores de la sociedad se relacionan con un mundo en donde el especulador, el “esfuerzo” individual y el más “vivo” triunfan. Así, la supuesta “claridad” sobre qué decir y cómo decirlo, que interpreta estadísticamente el principio de soberanía que recae en la ciudadanía, a partir de encuestas, sondeos de opinión y focus group, no parece deberse tanto a un saber técnico imbatible sino a una ideología que dialoga en mejores términos, con el tiempo neoliberal.
En este marco, resulta fundamental reconocer la importancia de lograr mayores grados de unidad del sindicalismo, de los movimientos sociales, de los y las trabajadorxs de la economía informal, de los sectores de la Iglesia, de los movimientos sectoriales de distinta índole, entre otros actores; es decir, una nueva alianza social amplia que supere el corporativismo y la endogamia con una propuesta frentista. Sin embargo, el desafío de involucrar a la ciudadanía en la configuración de un proyecto común exige enfrentar al neoliberalismo con una sociedad organizada y activa, que no reproduzca lo mismo contra lo cual lucha. Comprometida con su horizonte y no desde una lógica de representación delegativa que -muchas veces – se vuelve en contra de los propios intereses del campo nacional y popular.
Cambiemos se inscribe en condiciones singulares, pero son esas mismas condiciones de posibilidad las que moldean las prácticas ideológicas de buena parte de la población. No es un proceso que se desarrolla en paralelo, sino que sus intereses se amalgaman con una coyuntura neoliberal que promueve un tipo de subjetividad, una propuesta de Estado y una sociedad meritocrática y desigual. Sobran los ejemplos sobre lo “no dicho” en campaña, o las “falsas promesas”, pero una vez más se vuelve a evadir el tema principal que es la conquista de la voluntad general de la ciudadanía. Por lo cual, se presenta el desafío de construir esa imaginación de futuro que hoy la ideología neoliberal de la productividad permanente, el consumo y el emprendedorismo, parece interpretar mejor que los deseos de emancipación, justicia social e igualdad que históricamente organizaron al campo popular.
Nuestra tarea es más dificultosa porque no requiere sólo conocer, a partir del uso de la estadística, lo que la “gente” quiere escuchar. Por otra parte, depositar la esperanza en la incapacidad del sector no-peronista que hoy gobierna y que desde 1983 a la fecha, en sus distintas variables por derecha y por izquierda, dinamizó el escenario político, esquiva inquietudes y posterga debates urgentes para con la sociedad y para con los sectores organizados. Por supuesto que tarde o temprano, cuando producto de sus políticas antipopulares, se debilite el bloque de gobierno, habrá un terreno más fértil para la elaboración colectiva de un proyecto común. Sin embargo, la conformación de dicho horizonte común representa más que un “programa de unidad” y supone una reforma profunda de nuestras prácticas ciudadanas y de los modos colectivos de pensar nuestro país y el destino de la región. Seguramente, repensar dicho proyecto nos obligue a recomponer el papel del ciudadano y los límites de la acepción de democracia que hoy predomina.
Es común escuchar en las propias filas del campo popular reafirmarse en posiciones ya consolidadas o en reordenamientos y roles políticos internos ya definidos, que en su gran mayoría refieren al papel desarrollado respecto al ciclo kirchnerista (2003-2015). Sea en su reivindicación o en su crítica, el patrón de referencia sigue siendo el mismo. Eso no implica perder la memoria colectiva, desconocer el recorrido de cada espacio político y mucho menos perder el acumulado histórico –que no es propiedad de nadie-; sino por el contrario, poner por delante la posibilidad de ser una alternativa mayoritaria inscripta en nuevas condiciones y que no tenga una estrategia espejo respecto a un proyecto neoliberal.
En ese marco, tenemos un doble desafío. Por un lado, no reafirmarnos identitariamente en lugares ya asignados que no hacen más que ser funcionales a la estrategia dicotómica de Cambiemos y no abren un verdadero proceso para con la ciudadanía; y por el otro, como se sostiene a lo largo del texto, no pensar que sólo con marketing político, apariciones mediáticas y encuestas de opinión podemos vencer a un proyecto neoliberal que se ancla en condiciones altamente favorables para su consolidación.
En este marco, una de las tareas políticas que tiene el campo nacional y popular por delante combina un cuestionamiento respecto al uso instrumental e individualista de la política. Entonces, preocuparnos por las condiciones de posibilidad en las que Cambiemos ha demostrado su eficacia, no es emular la capacidad de Durán Barba o a la potencia de los grandes medios de comunicación, sino pensar nuestro horizonte político dejando atrás una postura idealista que subestima al pueblo y lo margina a posiciones que lo excluyen del proceso de elaboración de un horizonte común de soberanía y justicia social.
*Licenciado en Ciencias de la Comunicación, UBA.