«Tengo un cagazo enorme al cisne negro», le dijo a La Patriada un diputado macrista mientras pugnaba por que los testigos citados para hoy a la comisión de Juicio Político en la Cámara Baja, el ex ministro porteño Macelo D’Alessandro y el juez Juan Ignacio Mahiques, no asistieran. Su argumento es que hay mucha opacidad sobre lo que haría gran parte de la sociedad en el cuarto oscuro: las encuestas son respondidas solo por el 30 por ciento de los consultados y el territorio también tiene sus sesgos.
Inscripto en la escuadra de la precandidata presidencial Patricia Bullrich, sostiene que la ex ministra de Seguridad acreditaría una ventaja considerable sobre su contendiente, Horacio Rodríguez Larreta, pero supone que «en algún lado tienen que estar los votos» del jefe de Gobierno. «A nosotros nos da que Patricia le gana 8 a 2 pero no puede ser», ilustra.
A cinco días de las PASO, la incertidumbre es la palabra más repetida en todos los campamentos. Sin embargo, una lectura histórica más extendida habilitaría conjeturas parciales sobre sedimentaciones culturales que perduran más allá de los vaivenes electorales e, incluso, se manifiestan en las urnas con continuidades que servirían hasta para explicar el voto a Javier Milei.
En 2015, las elecciones generales del 25 de octubre arrojaron un saldo de 37,08 por ciento para Daniel Scioli, 34,15 por ciento para Mauricio Macri y 21,39 por ciento para Sergio Massa. Por entonces, los consultores argüían que el sufragio al tigrense expresaba la conjunción de sectores sociales que renegaban del impuesto a las ganancias, la crema del movimiento obrero, y la inseguridad y la inflación, clases medias bajas enojadas con la negación kirchnerista de problemas divulgados por la prensa. Si se observa con lupa sociológica, Milei pesca en esa misma pecera. O sea que la bronca que ahora representan los libertarios fue target del Frente Renovador en 2015.
Para complejizar más todavía el debate, también podría revisarse cuánto caudal electoral aportó el massismo al Frente de Todos en 2019. El ejercicio requiere desapego emocional, para evadirse del influjo de las narrativas que trafican bajo la épica y la identificación fervorosa una concepción gerencial del capital de la vicepresidenta Cristina Kirchner en las urnas. La relevancia de esa inquietud estriba en la posibilidad de comprender qué votó el electorado cuando ungió al presidente Alberto Fernández: la querella entre los que reclaman que se eligió esa fórmula por la memoria del kirchnerismo y los que estiman que se pretendía un kirchnerismo sin la intensidad militante curtida en 2008 está en el centro del debate que deberá afrontar Unión por la Patria después de las primarias.
Dicho de otro modo, el escrutinio del 19’ no fue ni suficiente ni fehacientemente estudiado. La pregunta acerca de si acaso Argentina se inclinó por una experiencia peronista que revirtiera los daños del macrismo o un macrismo sin Macri que tuviera cierto halo peronista tiene su propio peso. Sobre todo, si se intenta encaramarse hacia el entendimiento de lo que sucede con la intención de voto a Milei: no todos sus seguidores son liberales o reaccionarios y hasta se podría inferir que opera sobre ellos la confusión y la frustración política por sus condiciones económicas.
Un trabajo realizado por Sentimientos Públicos realizado en mayo pasado anunciaba desde el título el nudo de estas intrigas. “Valores progresistas, votantes libertarios”, reza la portada del informe rubricado por Hernán Vanoli. Tal vez la síntesis del asunto se haya visto anoche en el programa Desiguales, emitido por la TV Pública. Mientras en estudio los periodistas entrevistaban al hermano del 133º nieto recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo, Miguel “Tano” Santucho, la cronista de exteriores reporteaba a la diva Moria Casán, actual pareja del Pato Galmarini y suegra de Massa. En la misma pantalla y a la misma hora, aparecían un familiar de una dinastía de luchadores desaparecidos y la actriz que reivindicó en alguna que otra ocasión a los militares de la última dictadura.
Aún contra todas las nociones vinculadas a cualquier Pacto de la Moncloa, sobran indicios de que las placas tectónicas del país se mueven, desde hace años, en una dirección que la superestructura política todavía no asumió.