Gustavo Petro relanzó su gobierno en Colombia. Anunció una ambiciosa reforma de salud, que dota de más poder al Estado y pone en el centro en “los pacientes, en lugar de los clientes”. Lo hizo en con un acto en el Palacio de Gobierno junto su vice, Francia Márquez, su ministra de Salud y las autoridades del Congreso.
Como ocurrió con la reforma tributaria aprobada el año pasado y la cual considerada su “primer gran reforma” desde que llegó al poder, no debería haber problemas para que la base parlamentaria oficialista apruebe la iniciativa.
Con esto, el líder colombiano se anota otra promesa cumplida pero no es la única. Hay dos reformas que decidió poner en marcha en breve pero que son más delicadas para su marco de alianzas. Se trata de la reforma laboral y la previsional.
Incómodas para sus aliados y mala palabra para el círculo empresarial que domina la escena del país cafetero hace tres décadas, ambas forman parte de la agenda de reclamos de las protestas sociales de noviembre de 2019 y abril-mayo de 2021, en esa suerte de estallido colombiano que Petro dice y pretende representar, al igual que las demandas sobre el sistema de salud. Para ello, el mandatario colombiano apeló a un recurso que no es nuevo pero rompe el molde de la moderación que muestran los progresismos de esta nueva etapa en la región: la calle. Un día después de anunciar la reforma de Salud, lideró una marcha en su favor. Organizaciones sociales, sindicales y partidos que forman parte del Pacto Histórico que lo llevó al poder dijeron “presente” en un contexto de creciente polarización.
De esta manera, el gobierno decidió avanzar con su programa, pulseando desde “la calle” contra el posibilismo y los límites que encierran a todo gran coalición política. Esto lo pone en un lugar complejo para un líder que ganó en segunda vuelta por 3 puntos de diferencia.
Petro no tiene la hegemonía absoluta, lejos está de tenerla. En términos políticos tuvo que aliarse con los dos partidos tradicionales de Colombia, el Conservador y el Liberal, y la imagen va cayendo a medida que pasa el tiempo en un proceso de desgaste lógico.
¿Se acabó la luna de miel? Si Petro apuesta a la calle, decide confrontar; si confronta, se arriesga a representar a una minoría intensa que puede dar forma al nacimiento del petrismo y que no necesariamente le garantice permanencia en el gobierno pero sí en el sistema.
La derecha toma nota y dibuja su caricatura. “Petro es Chávez”, rezaron algunos carteles de la marcha opositora que se realizó el mismo día que la peregrinación oficialista. La ventaja para el ex guerrillero es que del otro lado está todo por verse y aún no hay quién lidere el espectro opositor. Puede ser su ex adversario Federico Gutiérrez o algún uribista remozado que pueda ganar terreno de la mano del discurso del orden y la antipolítica, al estilo Javier Milei o Jair Bolsonaro.
No obstante, Petro necesita una base que lo empuje en un país que arrastra más de 50 años de guerra. Las reformas de salud, la de pensiones y la laboral no son lo único que puede mover el avispero colombiano, su política de “Paz total” también aglutina múltiples complejidades.
¿Cómo se hace para negociar en paralelo con guerrillas, organizaciones criminales y cárteles de droga? Sólo Petro lo sabe y tal vez sea eso lo que está pidiendo, un aventón para que la intención de cambios estructurales no naufrague.
No es una decisión fácil, ni una posición cómoda. Con seguridad algo se puede romper, puede salir bien o también muy mal. La moneda está en el aire.