Una aproximación a los tres axiomas de consultores, analistas políticos y periodistas que podrían ser desmentidos en los comicios. | Por Pablo Dipierri
Una serie de enunciados gobierna el sentido común de los actores políticos y los satélites que orbitan a su alrededor. Como si fuera una religión cuyo estatuto verídico no hubiera sido refutado por la historia, el primero de ellos es el que indica que un oficialismo no puede prevalecer en las urnas si la situación económica empeora.
Su corroboración o refutación, como el de todas las máximas que aquí se citan, se materializarán con el escrutinio. Sin embargo, la afirmación indubitable de esa hipótesis sería, por lo menos, temeraria porque, en Argentina, la democracia ofrece huellas claras de que, sin importar las condiciones salariales y sociales en cada turno electoral, la sociedad siempre se dividió entre peronismo y antiperonismo.
Tampoco la novedad de los tercios, que habilitaría indicios de existencia en otras oportunidades sin rebatir las identidades mencionadas en el párrafo anterior, contradice la vigencia de ese clivaje. Es decir que, aun cuando los sectores populares marchen al cuarto oscuro con pérdida de poder adquisitivo, la opción del sufragio no viraría a priori por esa razón. Sin contar, además, que la suposición de que el votante escoge su boleta por sus ingresos reduce la conciencia política de las personas a las de un burro de carga. Una subestimación de esa índole no parece muy progresista.
Otro de los tópicos presentes en la conversación actual es el del cercamiento de los resultados provinciales a las jurisdicciones locales. “No se puede traspolar una elección provincial a lo que puede pasar a nivel nacional”, es el mandamiento curtido en canales de TV.
De movida, el postulado reviste una ansiedad pero carece de la más mínima densidad: en política, ninguna ecuación respeta las reglas de la matemática. Cada pugna electoral atiende a su propio contexto, temporal y territorialmente determinados, sobre todo cuando los mandatarios provinciales desacoplaron el calendario de sus distritos de la cita federal.
Por último, se alude con frecuencia desde hace algunas semanas a la merma en la concurrencia de los empadronados en cada elección. Originada en las usinas de información interesadas en sembrar el desánimo acusando a la política por el desencanto, la especulación debería ser admitida solo como un interrogante. Aun cuando pudiera ocurrir que en las primarias también se manifestara una caída en la cantidad de votantes, los argentinos suelen apostar fuerte cuando los partidos son decisivos.
En definitiva, las principales entradas al debate público acerca de las proyecciones previas parecen una trampa, diseñada nada más y nada menos que por la industria del humo.