No es necesario preguntarse qué es lo que queda de la Revolución. De la revolución nada queda. Porque la revolución es, siempre, lo que queda. Resto, excedente, sobra, la Revolución no es lo que primero existe y después deja una aureola que sus hijos tratarán de asumir, reencauzar o retomar. La Revolución es precisamente ese algo que queda y que existe sólo porque es la aureola, el contorno iluminado cuya única existencia real descansa en ser fugaz. Una moneda fugaz que alguien tiene en sus manos, como depositario de un incómodo residuo.
(“La mitad de un echarpe o un canto inconcluso”, Horacio González, Fin de Siglo. 1973)