Por Pablo Dipierri
La moral televisiva metió la cola, otra vez. El affaire de Martín Insaurralde en un yate con la modelo Sofía Clerici es una vidriera mediática que vende ostentación, vulgaridad y desaprensión política para estaquear el ánimo militante bajo la metralla de imágenes lesivas contra la organización popular y la acumulación de fuerza social para defenderse del estrago liberal en cierne.
El objetivo de la operación es la demolición del último bastión electoral que puede aupar el eventual triunfo de Sergio Massa o guarecer la tropa kirchnerista para que la estampida no sea tan trágica. Por eso, es ocioso dilucidar si divulgación la armaron servicios de inteligencia, si el jefe de Gabinete bonaerense eyectado es un traidor o un gil o si su compañera de lecho obró por despecho o impudicia -como pretende la literatura periodística-. La novela montada se apoya en dos pilares: la corrupción, por la imposibilidad de explicar el patrimonio millonario de un intendente del conurbano bonaerense, y la insensibilidad, por derrochar en un país que asiste, como rehén de verdugos que los condenan a la tortura de ver basura informativa sin parpadear, a las imágenes que narran mediciones de pobreza como si los pobres fuesen unidades discretas cuantificables.
Así, el poder económico que durante el debate de los candidatos presidenciales Myriam Bregman caracterizó como el amo de Javier Milei no hace otra cosa que apostar a la castración política y la inhibición ideológica de Axel Kicillof. La trama de Marbella se anuda también con la novela de Julio “Chocolate” Rigau, el empleado de la Legislatura bonaerense que fue detenido con 48 tarjetas de débito pertenecientes a contratados en la misma repartición que él, con cuyo plástico extraía dinero de cajeros automáticos del Banco Provincia para financiar gastos de “la política”, según se sospecha.
No es casual tampoco que la escena se construya después que en el propio macrismo reconocieran que se encuentran más lejos que antes de las PASO, en términos de intención de voto, respecto de la posible performance de Kicillof en los comicios del próximo 22 de octubre. El intendente de Lanús en uso de licencia y competidor de Juntos por el Cambio por la poltrona de La Plata, Néstor Grindetti, le dijo a un sindicalista kirchnerista que, antes del 13 de agosto, estaba a 3 puntos del Gobernador pero, ahora, sus encuestas lo ubican siente puntos abajo y con Carolina Píparo pisándole los talones.
Por lo demás, la funcionalidad del tópico amagaba con la posibilidad de convertirse en hashtag durante la contienda discursiva de Santiago del Estero pero, salvo por las tres módicas menciones que dedicaran al asunto entre Bregman y Patricia Bullrich, no prendió. Sea porque Kicillof le pidió la renuncia el mismo día de la difusión de las fotos -o el lomense dimitió en rebeldía- o sea porque JxC carece de autoridad para señalar con el dedo índice a nadie, por historia y por escándalos como el de funcionarios porteños, jueces, fiscales y empresarios departiendo gozosamente en la mansión de Joe Lewis en Lago Escondido, cualquier grandilocuencia al respecto puede redundar en el ridículo.
Más allá de la disquisición en sí, la renuncia o el despido parecían la alternativa más barata para el oficialismo. Mientras en el entorno del otrora intendente y su sucesor, Federico Otermin, salpicado también por la contratación de Rigau, evaluaban el regreso de Insaurralde a la jefatura del municipio, el líder de Unión por la Patria le dio el ukase tras el debate cuando reclamó que abandone su candidatura a concejal.
No obstante, quizá haya sido demasiado que la patria periodística y el star system twittero se encolumnaran sin fisuras ni distinciones ideológicas bajo la fibra sancionatoria con sed de lapidación. La exageración condenatoria también es uno de los efectos buscados por los gestores de estas piezas, cuyo fin ulterior no es otra cosa que la impugnación de la construcción de experiencias gubernamentales más o menos plebeyas.
Párrafo aparte tal vez merezca la contundencia de la comprobación empírica de otra pifia táctica de la vicepresidenta Cristina Kirchner y el diputado Máximo Kirchner, quienes consideraron que había que intervenirle el gabinete a Kicillof tras la derrota de las primarias en 2021 con Insaurralde a la cabeza.
A tres semanas de la cita con las urnas, sería prematuro cualquier vaticinio sobre la traducción electoral que el paseo romántico tenga. Por el momento, emerge nuevamente con claridad que los dueños del país siempre propician el desparramo de basura en sus relatorías para tapizar la escena con corrupción y escamotear la desigualdad, el verdadero escándalo jamás discutido a fondo. El problema, indefectiblemente, no es moral sino político.