Abr 23 2025
Abr 23 2025

«La política del desastre». Por Martín Unzué*

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En momentos en que se discute si el macrismo está construyendo una nueva hegemonía, si consolida sus perspectivas para una reelección en 2019 o incluso más allá, mientras las figuras que aspiran a suceder a Macri se multiplican en el universo Pro, varias de las decisiones que adopta el gobierno parecen volver a repetir errores del pasado, que condujeron a importantes crisis económicas de las que no pudieron salir indemnes las fuerzas políticas que las impulsaron.

La obstinación por los viejos esquemas que la historia económica reciente, la de los últimos 40 años, muestra que han terminado en severas crisis, suele ser señalada como una gragea de audacia o una prueba para destacar el carácter excepcional del macrismo por la forma en que logró alinear intereses de clases dominantes, lo que le permitiría sortear con éxito aquello que no lograron los Martínez de Hoz, Menem o Cavallo de modo permanente.

Por eso cuando el ministro de energía Aranguren afirma reiteradamente que “los funcionarios públicos somos circunstanciales” está dando una señal del gran desafío que enfrenta la alianza gobernante: ¿cómo lograr que sus reformas perduren más allá de los cambios de gobierno, que los habrá, tarde o temprano? ¿Cómo erradicar definitivamente ese “peligro del populismo” al que le atribuyen toda la responsabilidad histórica por la anomalía argentina?

Las recetas del gobierno no parecen novedosas. El endeudamiento externo ya fue un pilar de los ciclos económicos conservadores previos y se ha mostrado enormemente eficaz para condicionar y disciplinar al estado y a la sociedad, como una herencia que pervive por décadas. La hiperinflación del último tramo del gobierno de Alfonsín, así como la recesión pauperizadora a partir de 1998, que eclosiona en la crisis de 2001, son ejemplos de ello.

El actual gobierno transita frenéticamente por el mismo sendero, o por el mismo callejón sin salida que supo abrir con sus topadoras mediáticas, como lo hicieron las violaciones a los derechos humanos o la hiperinflación previamente.

Si el “logro inicial” que se le atribuye al macrismo fue el ponerle fin al conflicto con los fondos buitres, en base al reconocimiento total de la potestad de los tribunales norteamericanos para imponer sanciones a una república que hizo cesión irrenunciable de su soberanía, ese mismo movimiento habilitó por una parte, el nuevo ciclo de endeudamiento acelerado, con un ritmo que parece indicar que el tiempo que queda para consumar el embargo del futuro es poco. A ello viene asociado todo el esfuerzo por promover la dolarización de tarifas en determinados sectores  como el energético, o asumir compromisos como con los programas de participación público-privados (PPP) que se presentan como la forma de dinamizar la obra pública desde el año próximo, a cambio de exorbitantes precios acordados para amortizar las inversiones, como sucedió en las licitaciones de fuentes de energía “renovables” con las que el amarillo se muestra pintado de verde ecológico, pero que es más verde dólar.

En todos los casos el antecedente de la aceptación de la jurisdicción extranjera opera como garantía de las inversiones financiero-especulativas.

El juego se completa con el aporte a la gobernabilidad que realizan los grandes ganadores de esas decisiones, que alinean al gobierno con los sectores más conservadores del capital financiero internacional.

Por ello, frente a la dicotomía improvisación/planificación para caracterizar a la política económica del gobierno, podemos pensar que el objetivo inconfeso del macrismo es avanzar en la generación de una crisis del sector externo, tanto porque los ganadores que se originan de ese tipo de colapsos están muy en línea con los sectores nacionales e internacionales que respaldan su gestión, como porque las decisiones de política económica que se toman de modo consistente y veloz, a pesar de las numerosas críticas y advertencias, se muestran incólumes. Así se debe interpretar la reciente declaración del Jefe de Gabinete: “se han cumplido todos los objetivos económicos del año”. Déficit fiscal originado en una reducción de tributos que se financia con endeudamiento externo, políticas de incentivo a la profundización de la dolarización de la economía (desde la legalización de los “arbolitos” a la suspensión de la liquidación de divisas de los exportadores, todo apunta a ello), se combinan con los resultados de la sobrevaluación del tipo de cambio: un déficit comercial sin precedentes incluso a pesar de la eliminación de las retenciones a los exportadores, completado con la “fuga de divisas”, el creciente déficit del sector turismo, más las remisiones de utilidades de las empresas multinacionales (que seguramente crecerá en los sectores ganadores como el financiero y el energético).

El escenario se completa con la política del Banco Central que con la combinación de liberalización del ingreso de capitales y emisión de títulos a elevadas tasas, genera un ingreso de divisas circunstancial que será la fuente de una enorme presión futura sobre el tipo de cambio, mientras aumenta el déficit cuasi-fiscal, inhibe cualquier inversión real por la elevada tasa de interés que convalida y promueve el tipo de cambio sobrevaluado. Ya sabemos que el terreno es fértil para que cualquier evento externo o interno imprevisto, que altere el precario equilibrio (inconsistente temporalmente), desate una crisis de proporciones, que comienza con una importante devaluación que originará un nuevo ciclo de reacomodamiento de precios relativos, beneficioso para los sectores que pudieron dolarizar sus contratos así como para los exportadores tradicionales.

El resultado, una enorme deuda en dólares que, con una fuerte devaluación que licúa la recaudación fiscal en términos de divisas, pasa a comprometer profundamente el gasto público, obligando al gobierno que venga, con independencia de su signo o sus intenciones, a recortar los presupuestos de salud, educación, jubilaciones en pos, otra vez, del superávit fiscal primario… el horizonte del repudio a esa carga del endeudamiento ha quedado sepultado por el gran acto inaugural del gobierno actual. El recurso al financiamiento transitorio del FMI aparece en ese escenario como un paso intermedio.

Nada nuevo en el horizonte, la perfecta forma de maniatar a un futuro gobierno, de poner al reparo de los vaivenes democráticos a “la normalidad” que asegura que los grandes blanqueadores de dinero en el exterior, recrearán sus posibilidades de compra de las ofertas devaluadas que ofrecerá el país.

La política del des-astre es esa política influida por el mal astro, la mala estrella, o las malas estrellas del norte que hacen pagar el precio de “regresar al mundo”, que quiere decir, entrar a jugar en un tablero donde las fichas ya no son nuestras.

La política del desastre es esa en la que el éxito será el sacrificio de las mayorías.

*Politólogo y economista

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