Jul 16 2025
Jul 16 2025

La rebelión del CEO

Publicado el

Por Carlos Romero

El jefe siempre tiene la razón. Porque el jefe es el dueño. Y con el dueño no se discute. ¿O acaso no ven el nombre en la marquesina? En esa exitosa empresa política que es el PRO, el jefe, el dueño, el del apellido en letras de neón, es Mauricio Macri. Y sin embargo, hubo una rebelión en el organigrama. Un gerente, el más antiguo y destacado, y por eso el más ambicioso, Horacio Rodríguez Larreta, se largó a atender la principal filial como si fuera algo propio y desafió al dueño sobre el rumbo de la compañía.

Y todo esto, que puede sonar como un forzamiento de la metáfora, es en rigor una descripción precisa de cómo son las cosas en el PRO, y explica el pésimo humor de quien alguna vez supo ser llamado “el hijo de Franco” pero ya no, hace tiempo que no. En los términos de propiedad privada con que Macri concibe el poder, lo que ve es que un empleado quiere hacer negocios con su negocio. ¿En qué cabeza cabe?

Horacio

En el larretismo dicen que al jefe de Gobierno porteño lo ven sereno, hasta aliviado, como si se hubiese sacado un peso de encima. Hace tiempo que tiene la decisión tomada. Pero ejecutarla le costó, tanto que llegó algo tarde en términos estratégicos.

En cada reunión, frente al interlocutor eventual, Macri ya venía despachando su encono, sabiendo que llegaría a oídos del “cuereado”. Decía que “Horacio perdió el rumbo”, que estaba “cómodo pero sin hacer lo que hay que hacer”, y desaprobaba su estrategia de acuerdos de 360º, canjeando alianzas a cambio de puestos. Para Macri, “Horacio hizo la suya”. Y en cierto punto es así: hizo algo propio dentro de algo ajeno. O eso pensó.

El equilibrio de este malestar terminó de romperse cuando Macri plantó como candidato unilateral en la Ciudad de Buenos Aires a su primo Jorge, a quien en la foto se lo empezó a ver sonriendo junto a Patricia Bullrich, la otra elegida. Si Rodríguez Larreta es el empleado histórico pero de relación desgastada, “Pato” es la que ayer nomás llegó por la puerta chica –era la ladera de Elisa Carrió– y se ganó el favor del dueño, que valora su disposición a todo, sin las tibiezas que le atribuye al alcalde porteño. Porque en los términos del PRO, “Horacio está muy tibio”, se volvió paloma, se aquerenció en el statu quo de la política. Diría Javier Milei, “es casta”. Como si fuera un gerente anticuado, que no acompañó los aires de cambio de la empresa y ahora desentona.

El aséptico video en que anunció que el distrito cuna del PRO iba a celebrar “elecciones concurrentes”, dándole el gusto al senador evolucionista Martín Lousteau y un desplante a Macri, estaba listo desde hacía varios días. Pero solo vio la luz después de que el expresidente, Bullrich, María Eugenia Vidal y Cristian Ritondo, ente otros referentes del partido, salieran a decir que tal cosa era un disparate, un gastadero de recursos y casi una traición al contrato político de JxC. El video fue leído entonces no como iniciativa, sino como respuesta.

Lo mismo pasó con la decisión de poner candidatos larretistas para que esmerilen al primo ungido, lo que llegó después de que Jorge Macri fuera formalizado. Las cartas ya estaban echadas, tanto que empezaban a juntar polvo, pero Rodríguez Larreta tardó en jugar. En su favor, hay que decir que estaba por hacer algo sin antecedentes en el PRO y cuyas consecuencias, vistas con un optimismo impropio, son como mínimo poco alentadoras. La pregunta es: dadas las circunstancia, con Macri emplazando su poder político, ¿tenía opciones? ¿Podía retroceder? Alguien que conoce como pocos a Macri entendió que recular era peor.

Si en términos tradicionales la verticalidad es un concepto complejo, a la vez sinónimo de convicción y lealtad para unos, y de autoritarismo y poca deliberación para otros, su traducción gerencial se simplifica: lo antes dicho, no se discute con el dueño. Como suele decir Alejandro Kaufman, salvo en momentos y lugares específicos, la democracia no abunda en la cotidianidad y en las empresas ciertamente no es el régimen imperante. Por eso al dueño tampoco se le dice nada si se equivoca –Macri viene de chocar al Estado nacional ayer nomás– e incluso tiene crédito para caprichos de déspota. Se lo deja hacer, por ejemplo, cuando estimula la competencia entre empleados con aspiraciones que buscan ganarse su favor. Así lo hizo, sin penar entonces en el costo para el bolsillo del vecino, cuando en abril de 2015 puso a disputar a Rodríguez Larreta con Gabriela Michetti, para ver quién era su sucesor en la Ciudad de Buenos Aires. Solo cuando su jefe de Gabinete –a quien por entonces se le atribuía administrar la Ciudad misma– se impuso, entonces lo habilitó para ser su reemplazo en la jefatura porteña.

Rodríguez Larreta introdujo una variable política clásica –la interna, el reclamo de aquello que se considera derecho adquirido, un “me lo gané”– en la lógica corporativa del macrismo. ¿Cuál será ahora su destino? Difícil de predecir. Si se mide por las primeras reacciones, asoma un futuro secesionista. “Tenés a todo el PRO puteándote», resumen los propios. Salvo sus funcionarios, en un alineamiento elemental, el resto del partido amarillo salió a repudiarlo en público, es decir, por redes sociales.

La movida aceleró un proceso preexistente: desde que se hizo evidente que Macri prefería a Bullrich, dirigentes que antes el larretismo contaba en su poroteo propio se desplazaron como en cardumen. Aun los más cercanos. Con el espaldarazo del dueño, las encuestas ya venían dando a “Pato” por arriba dos o tres puntos. Puede ser margen de error, claro, ¿pero que va a pasar ahora que la interna se hizo externa y extrema?

A nivel porteño, Rodríguez Larreta tiene palancas por mover. Puede hacer que una Elisa Carrió impugne por razones de residencia la candidatura del primo Jorge, quien, dicho sea de paso, aún es intendente de Vicente López en uso de licencia. Ese detalle, que en otra ocasión sería motivo de bollito de papel, ahora puede volverse problemático. Y también puede que la participación en la interna del PRO del ministro de Salud de la Ciudad, Fernán Quirós, y de su par de Educación, Soledad Acuña, le quiten votos a un Jorge Macri que si bien juega con el caballo del comisario no se pude dar el lujo de dividir electorado frente a un competidor que mide tan bien como Lousteau.

Más problemático se vuelve todo para Rodríguez Larreta cuando cruza la avenida General Paz y se enfrenta al plano nacional. Sobre todo por lo bien que le va a Bullrich y porque su objetivo es que la negociación a cara de perro con el dueño enojado le permite volver a competir en igualdad de condiciones. ¿Pero Macri está dispuesto a negociar? ¿A perdonar? Sería otra novedad. ¿O puede que quiera un castigo ejemplar? Como esos que se daban en otros tiempos del empresariado argentino, antes de que en la Argentina se establecieran esas molestas garantías que unos y otros –ahí no hay grieta en el PRO– tanto desean desmantelar si vuelven a llegar a la Casa Rosada.

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