Texto y fotos: Flor Cosin.
Llevamos el pelo suelto y ropa de verano.
Es la única foto en la que estamos los cuatro: mi papá, mis hermanas y yo.
También soy la única de las tres que tiene vestido, lo sé porque me acuerdo de ésos vestidos con volados que usábamos cuando empezaba el calor. La tela llena de flores chiquititas ¿o eran racimos de frutas?
Leer en una única imagen, en la inocencia de las poses, algo de lo que más tarde va a suceder.
Anoche leí con Eva la historia de una nena que vive en Los Eucaliptos y viaja a conocer por primera vez a su papá en el verano. Pasan un tiempo juntos y a medida que el libro avanza ella quiere quedarse a vivir con él.
Antes de apagar la luz le pregunto a Eva:
– ¿Qué te parece, cómo termina esta historia?
– No sé… ¿Vos?
Dudo, pero tengo esperanza:
– Creo que al final se queda a vivir con su papá.
– O al revés, me retruca.
UNA FOTO DE PAPEL
Ajada en una de sus puntas, de 6×6 centímetros.
Durante un tiempo la guardé en el cajón de mi escritorio debajo de otros papeles, casi escondida. Tenía un marco de vidrio que la protegía del tiempo, del polvo.
Una tarde hice una reproducción digital de la foto, “por las dudas, para no perderla”, pensé.
Otra tarde, después de muchos años sin vernos, mi padre se sentó en mi mesa. Charlamos. Parecía un hombre normal. Trajo chocolates y abrió un vino. Se lo veía animado, pero un rato después de beber se fue quedando en silencio y antes de irse me pidió que le devolviera la foto.
– La quiero tener conmigo, dijo.
Me pareció un acto mezquino, pero no dije nada. Saqué la foto del cajón y se la dí sin mirarlo.
Él simplemente se fue.
***
Cuando mi padre vivía en el departamento de la calle Hidalgo tenía esta foto en un estante del living. La vi por primera vez un día que lo visité con Eva. Merendamos los tres. Eva había llevado una heladerita de juguete. Hacía la comida y se la daba en un platito que tenía los bordes ondulados. Parecía que le ofrecía una flor, pero lo que quería era darle de comer y cuando mi padre recibía el plato, ella sonreía. Nosotros miramos otras fotos, fotos mías. Una serie que hice de la ciudad de Buenos Aires y que nunca publiqué. Llenamos la mesa con las imágenes y después hablamos de otras cosas. Cuando se levantó para preparar más café recorrí los estantes que había sobre su escritorio, un mueble angosto con papeles y algunos libros. La foto de los cuatro estaba ahí. Formaba parte de sus cosas, estaba integrada al resto de la casa, a los movimientos de todos los días, pero era una foto única, distinta. Estaba en un portarretratos de plástico rojo. La miré detenidamente. Me animé a pedírsela y él accedió.
Una foto que no conocía, de una tarde que no recordaba.
Sin embargo, cuando era chica podía contar con los dedos de la mano cada una de las tardes que mi padre vino a vernos. ¿Habían sido siete? Escribir hizo que olvidara la verdadera historia ¿Qué anécdotas se torcieron para dar vida a los personajes de la ficción?
Una tarde vino mi padre
se sentó a comer en mi mesa
tomó una copa de vino
y más tarde
simplemente se fue
pero, la vida sigue.
LA FAMILIA
Nadie mira a la cámara ¿quién está detrás de ella? ¿a quién le negamos la mirada? A la nueva mujer de mi padre, su amante. Tampoco la recuerdo a ella. ¿Es la única foto que se tomó ése día? ¿Quién guarda para sí los 11 disparos restantes?
En La familia, la foto que hace Paul Strand en un viaje por los pequeños pueblos de Italia se ve a una madre mayor rodeada de sus hijos varones. La foto podría ser la gráfica de una película filmada después de la guerra donde el ascetismo domina el relato, la trama y cada uno de los personajes. Una película del nuevo realismo italiano. La familia de Strand está reunida en la puerta de su casa: la madre de pie en el marco de la puerta mira directamente a cámara. Los hijos a su alrededor miran, cada uno, en una dirección distinta. El padre no está. ¿Murió en la guerra? Las miradas forman una coreografía invisible dirigida por el hombre detrás de la cámara. Los hijos son grandes, se ven fuertes y tranquilos. Cierta quietud gobierna la imagen. Sus miradas rodean y sostienen a la madre. Ella también se ve fuerte pero sola.
En nuestra foto no hay una madre sino un padre con sus hijas. También las miradas se cruzan, pero no se encuentran en ningún punto. Aunque estamos ahí reunidos los cuatro, en una pequeña lomada del parque, cada uno está ensimismado. En la inocencia de las poses, como decía, se puede leer lo que más tarde va a suceder: nunca pudimos encontrarnos los cuatro. Mi padre mira un punto fuera de cámara, igual que una de mis hermanas, pero lo hacen en sentidos opuestos. Mi otra hermana y yo bajamos la vista ¿tenemos vergüenza? Quizás mi padre nos habla y nosotras lo escuchamos ¿con desconfianza, con esperanza? Mis hermanas tienen algo en las manos, juegan con un hilo transparente, invisible para la cámara.
Es verano, lo sé por la ropa liviana que llevamos.
Alrededor de esta foto creció un silencio que se hizo más grande con los años.
Pero, qué palabras existen para nombrar lo que no sucedió, lo que nadie recuerda. ¿Quiénes hubiéramos sido al cuidado de mi padre? ¿Qué hijas, qué mujeres?