Por Augusto Taglioni
Luiz Inácio Lula Da Silva se puso al hombro la conducción sudamericana. No debería ser una novedad, dado que con la extraña excepción de Jair Bolsonaro, Brasil tiene como prioridad construir y consolidar su hegemonía política en el Cono Sur. El líder del PT lo hizo antes y lo quiere hacer ahora.
Los dos recipientes fundamentales serán Mercosur y Unasur, o como sea que se llame en el futuro -y por eso convocó a una cumbre a finales de mayo-. Después de mucho tiempo, el mandatario brasileño juntó a todos sus pares de la región, desde Nicolás Maduro hasta Luis Lacalle Pou, con chispazos incluidos. El rumbo del otro espacio para los fines estratégicos de Lula, el Mercosur, quedó cristalizado en la reciente reunión en Puerto Iguazú.
Conducir al conjunto es algo que a Brasil en general y Lula en particular le sale de forma natural pero, en esta vuelta, no será un camino de rosas. El brasileño lo sabe y avanza, fiel a su estilo. Venezuela es otra vez un parte aguas donde las narrativas abundan, y las tesis antagónicas aburren como la falta de respuesta a un problema grave. Se volvió insumo para el consumo interno, para el tachin-tachin de los electores que consideran que Maduro es un villano o una víctima pero carecen de abordajes serios e integrales.
Lula asume la interlocución con las partes y los sienta a todos en la mesa, como quien quiere reconciliar a integrantes de una familia que ante el primer comentario deciden tirarse con lo que tienen a mano. Es un avance, pero refleja más de lo mismo.
Con Mercosur es más enfático y decidió tomar la negociación de otro Gran cuento de la buena pipa: el acuerdo comercial con la Unión Europea. Este tratado que hizo llorar a Jorge Faurie y despertó a Mauricio Macri de la siesta pero que duerme en el cajón de Macron que se resiste a perjudicar a sus productores agropecuarios, algo lógico si vemos la beligerancia de los franceses para levantar la voz en otros temas y no les tiembla el pulso para prender fuegos autos y trenes.
Lula juega a dos bandas. Muestra los dientes ante las retracciones insólitas que propone el pacto ambiental que considera zona deforestada a una quinta de tomates en la Pampa Húmeda pero manda emisarios a encontrar puntos de acuerdo. Lula en toda su potencia.
Antes y durante la cumbre del Mercosur, dejó en claro que no aceptará las condiciones europeas para firmar el acuerdo, cuestionó la “arrogancia” y lamentó las “amenazas” de Bruselas. Pero al otro día, con solo un tuit, aceptó la invitación del español Pedro Sánchez y confirmó la presencia en la cumbre Unión Europea-Celac del 17 y 18 de julio en Bélgica. “Acepté la invitación y estaremos juntos, incluso para avanzar en el acuerdo entre Mercosur y la UE”, informó Lula por Twitter. Más que un guiño.
Definitivamente, el acuerdo con Europa estará signado por el pulso de Lula. Todos sus socios delegaron la responsabilidad en el jefe del Partido de los Trabajadores, que es muy consciente de lo que puede significar para su liderazgo regional llegar con avances concretos a la cumbre del Mercosur que se realizará en diciembre en su país.
A eso apunta, a conducir una región cargada de desconfianza y asumir los costos y beneficios de suturar heridas y concretar una cantidad importantes de asuntos pendientes.