Por Germán Ferrari
Desde fines de los años 60, cuando comenzó a investigar los fusilamientos de obreros en la estancia santacruceña, hasta el rodaje del film La Patagonia rebelde, a comienzos de 1974, Osvaldo Bayer viajó y recorrió la región al menos en cinco oportunidades.
Desde 1967, cuando comenzó a investigar el tema, hasta el rodaje del film La Patagonia rebelde, a comienzos de 1974, Osvaldo Bayer viajó y recorrió la región al menos en cinco oportunidades. En uno de esos viajes, aprovechó para realizar una serie de notas, bajo el título general «Patagonia. ¿Tenía razón Darwin?» y que se publicaron en Clarín entre el 11 y el 21 de junio de 1971: «Dicen que Darwin, el creador de la teoría de la evolución de las especies, llamó a la Patagonia ‘tierra maldita’. Todos los historiadores, todos los periodistas y escritores –todos los folletos turísticos– se escandalizan por esas palabras del gran naturalista y, con metafóricas frases, tratan de demostrar que la Patagonia es todo lo contrario, es una tierra bendita. Estamos de acuerdo, una tierra bendita por la mano de Dios pero totalmente dejada de lado por los hombres, mejor dicho, por los argentinos».
En Buenos Aires, el juez penal Horacio Esteban Rébori, padre de su colega en Clarín Blanca Rébori, se entusiasmó con la investigación y le facilitó la entrada a Tribunales a fin de conseguir documentación de la época. Para bucear en los archivos militares, recibió la ayuda de Juan Enrique Guglialmelli, un general volcado al desarrollismo: secretario de Enlace y Coordinación de la Presidencia durante el gobierno de Arturo Frondizi; jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares; director de la Escuela Superior de Guerra y del Centro de Altos Estudios; secretario del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) y fundador del Instituto Argentino de Estudios Estratégicos y Relaciones Internacionales, que editaba la revista Estrategia.
En Santa Cruz tuvo una colaboración inestimable. El hijo de Mario Paradelo, primer gobernador de la provincia (UCRI), entre 1958 y 1960, le presentó al dirigente peronista Jorge Cepernic. Paradelo hijo fue terminante: «Don Jorge Cepernic, santacruceño hasta la médula de los huesos, hombre del campo y la ciudad, él te va a relatar toda la verdad». Cepernic recibió a Bayer «como a alguien que hubiera esperado muchos años. Se maravilló de que a uno de Buenos Aires le interesara revisar la historia patagónica. Y se puso a mi disposición». Organizó un recorrido por el interior santacruceño para visitar los lugares y entrevistar a los protagonistas: «Nos deteníamos ante las estancias y me contaba la historia de sus propietarios y cuáles habían sido sus comportamientos durante las huelgas rurales. Entrábamos y me presentaba desde el patrón hasta el último peón. Siempre había alguien que daba datos sobre sobrevivientes de aquellos hechos y dónde vivían».
Mientras viajaban en el Fiat 600 de Cepernic, Bayer escuchaba las historias de aquel hijo de un croata que había llegado a la Patagonia a los 18 años y que con el tiempo abrió en Río Gallegos «un negocio de verduras y frutas, y que siempre ayudó a los perseguidos por la represión del Ejército». Cepernic, que tenía 6 años cuando comenzaron las huelgas, mantuvo en su memoria las imágenes de Antonio Soto, el «Gallego«, uno de los líderes de los huelguistas, y de los muertos en El Cerrito durante una emboscada policial, que fueron velados en la Sociedad Obrera, adherida a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). «Yo conocí a esas peonadas, gente silenciosa y de trabajo. Aguantadora pero con fuerza para decir basta cuando la explotación llegaba a no respetar la dignidad humana», le explicaba a Bayer.
Cepernic intercedió ante el juez federal de Santa Cruz, Jorge Torlasco, integrante de la Cámara que llevó adelante el Juicio a las Juntas en 1985, para que le permitiera consultar los archivos locales, luego de un primer intento fallido. Esa ayuda fue clave para que Bayer accediera a esas fuentes inestimables. También contó con la colaboración del gobernador que antecedió a Cepernic, Fernando Diego García, dirigente del radicalismo, y de su subsecretario de Asistencia Social, Alberto Cecilio Cuenya, con quien recorrió en diciembre de 1972 los lugares de los fusilamientos perpetrados por el teniente coronel Varela. Al año siguiente, con el cambio de gobierno y la llegada de Cepernic al gobierno provincial, el director de Cultura provincial, Leandro Manzo, fue encomendado para que organizara un grupo de asistencia a Bayer en varios recorridos por algunas zonas clave en el itinerario de la represión de 1921.
Cuatro días antes de comenzar la filmación de La Patagonia rebelde, el 10 de enero de 1974, estuvieron en la estancia San José, cerca de Pico Truncado, lugar de fusilamientos y entierro de peones, en tumbas que dejaban ver los huesos de aquellos desdichados. Allí, Manzo encontró el cráneo de un huelguista que –relata Bayer– «presentaba el clásico tiro de gracia, con entrada por la sien y salida por el occipital. Un perito balístico constató que ese tiro final había sido efectuado con un pistola Steyr Mannlicher, modelo 1901, calibre 7.63, de uso en el Ejército Argentino hasta 1927. Durante la dictadura de Videla, el capitán de fragata ya retirado Jorge Schilling, que había actuado en Río Gallegos durante la primera huelga contra los dirigentes de la Sociedad Obrera, pidió ver el cráneo. El marino de guerra ya estaba muy anciano y llegó acompañado por su mujer y por otros militares. Apenas vio el cráneo con el tiro de gracia comenzó a los gritos, en un verdadero ataque de histeria: ‘¡Yo no fui, yo no fui! ¡Fue Varela!’. Lo tuvieron que sostener y tomarle los brazos, lo hicieron sentar y le trajeron calmantes. Había pasado más de medio siglo de la represión contra los peones rurales patagónicos. Pero algo perseguía aún la memoria del señor capitán de fragata, tan duro y decidido durante aquella campaña».
En esas tumbas masivas, Manzo tomó una fotografía que se convirtió en símbolo de aquella gesta obrera. En ella se observa una cruz improvisada con dos maderas con la leyenda grabada a cuchillo: «1921. A los caídos por la livertá [sic]«.