A 40 años de la recuperación de la democracia, la violencia estatal «sigue matando a los pibes» y Dolly Demonty reclama por «el Nunca Más que no fue Nunca Más» | Por Lucía Bernstein Alfonsín.
Ezequiel Demonty, con 19 años, fue detenido, torturado y desaparecido por la Policía Federal Argentina en plena democracia. Su cuerpo sin vida apareció flotando en las orillas del Riachuelo el 21 de septiembre de 2002.
«Que el nunca más sea nunca más», rezan hace años los carteles que cargan con el rostro de Ezequiel en blanco y negro, a metros del exPuente Alsina. Todos los años, con la llegada de la primavera, familiares y amigos dicen «presente» en las cercanías del ahora rebautizado «Puente Ezequiel Demonty», en el extremo sur de la Ciudad de Buenos Aires, donde encontraron al joven.
«Esto es parte de la agenda que venimos reclamando los familiares de víctimas de violencia institucional. Necesitamos que nuestros hijos permanezcan en la memoria por un Nunca Más», dijo Dolly Demonty, en el vigésimo aniversario de la muerte de su hijo.
Ezequiel y sus dos amigos fueron detenidos por los uniformados de la Comisaría 34 volviendo a su casa en la madrugada del 14 de septiembre de 2002. Acusados de robar una bicicleta, los agredieron y subieron a un patrullero para llevarlos al puente, donde, luego de ser torturados, los obligaron a saltar. Julio y Claudio llegaron nadando a la costa, mientras que Ezequiel permaneció desaparecido una semana. Esa noche, los federales lo empujaron, deshecho a golpes, directo a su muerte, y a su familia directo a un camino de dolor y pedido de justicia que no abandonarían más.
A 40 años de la vuelta a la democracia, la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI) registró 8.701 casos de pibes y pibas asesinados por las fuerzas policiales de todo el país. El «Archivo 2022 de Casos de Personas Asesinadas por el Estado«, recorre, una por una, las muertes violentas de jóvenes anónimos provocadas una vez finalizada la dictadura cívico-militar. Y desde la organización remarcan que son «lxs pibxs los que están en peligro», porque, como muestran en el archivo: «Si desglosamos por rango de edad, siempre sobre el total de casos, vemos que la franja de 15 a 25 años ocupa el 37%, más el 2% de niñxs de 14 o menos. Si sumamos el 22% de las personas entre 26 y 35 años, resulta que el 61% tenían 35 años o menos».
Dolly Demonty fue parte fundadora del colectivo «Madres en Lucha», un grupo de madres de jóvenes víctimas de violencia institucional que se reúnen hace años para trabajar en la prevención y contención para las familias.
«Lamentablemente no creo que erradiquemos la violencia institucional, esto ya es una herencia de la Dictadura», afirmó Dolly. «Habiendo vivido todo lo que viví de chica, cuando me dicen que a Ezequiel se lo llevó la policía y no aparece, me quedé helada. Yo me crié en un lugar donde viví la dictadura desde que nací», dijo al dibujar el recuerdo de la cotidiana violencia en su crianza en La Lonja y Ciudad Oculta, dos villas de la Ciudad y Provincia de Buenos Aires. «Ahí vivimos la dictadura siempre y tuvimos que protegernos entre nosotros», dijo.
Como un cuentagotas de violencias, los uniformados se colaron en la vida de Dolly desde que, en el 76, con tan solo quince años, los milicos la llevaron presa: «A las tres de la mañana entraron a la casa donde estábamos con el papá de Ezequiel y nos llevaron. Hay cosas que yo no puedo contar, pero hemos vivido muchas situaciones».
«Hablamos de 30.000 desaparecidos, pero esto sigue pasando. Y la mayoría de los pibes y pibas son de los barrios populares, de las villas», dijo Dolly.
En su libro Muertes que importan, Sandra Gayol y Gabriel Kessler trabajan sobre una serie de muertes violentas que generaron efectos políticos y sociales, dejaron huellas en la memoria social, instalaron demandas al Estado y forzaron cambios políticos a partir de la vuelta de la democracia. Allí explican que con la llegada a la presidencia de Raúl Alfonsín en diciembre de 1983, y en especial a partir de la publicación del Nunca Más en 1984, las prácticas de secuestro, muerte y desaparición de personas en la última dictadura, ocuparon un lugar prominente, en la búsqueda de verdad y reclamo de justicia en el proceso de contrucción de una memoria del terrorismo del Estado.
«Lo que no sabés lo aprendés después en la lucha», dijo Dolly que, en un momento donde las desapariciones eran moneda corriente, construyó la memoria como herramienta de aprendizaje en la desesperada búsqueda por su hijo.
«A mí me sirvió para presentar el habeas corpus. Mi mamá, cuando yo tenía cinco o seis años, tuvo que salir a buscar a mi papá y en ese momento, no sé por qué, me quedó grabada la palabra habeas corpus, que ella había hecho un habeas corpus. Cuando Ezequiel no aparece y salimos a buscarlo por todos lados, por la noche una señora del barrio me manda a decir que haga un habeas corpus. Ahí fue que se me vino a la memoria lo de mi mamá y fui a presentarlo», dijo Dolly que, ya pasados 20 años, todavía se estremece al recordar aquella noche.
En el juicio a los nueve federales acusados del crimen, tres fueron condenados a perpetua y los otros recibieron entre 3 y 5 años. Gastón Somohano, señalado como el máximo responsable del operativo que finalizó con tres chicos sumergidos en las aguas sucias del Riachuelo, es hijo del comisario retirado Osvaldo Somohano, quien fue jefe de la Policía Bonaerense hasta diciembre de 1991, cuando asumió el comisario Pedro Klodczyk, mentor de la llamada «Maldita Policía».
«El padre de Somohano escribió un libro donde dice que la desaparición y el secuestro en dictadura fue por ‘honor a la patria’. Yo decía que él aprendió del padre, para mi el padre también era un asesino. Él no se adjudicó ninguna muerte, pero su libro lo decía todo», dijo Dolly, frente a una herencia que parece hacerse carne.
«Reclamar por los muertos es un acto tan politizado como provocar las muertes o encubrirlas», dicen Gayol y Kessler en su libro y agregan: «Apropiados por los familiares, por los militantes sociales y políticos, y/o por sectores amplios de la población, esos cadáveres los empoderan y les permiten contestar e interpelar el ‘hacer morir estatal’».
«Yo pienso que esta lucha es lo que me mantiene en pie, pero es difícil. No es fácil para ninguna de nosotras. Hay madres que se levantan y hay otras que no. Vos luchás y luchás por justicia, pero, ¿qué pasa cuando ya hubo justicia? ¿Y ahora? Ellos pueden ir presos, 5, 10 o 20 años, pero siguen ahí. Siguen vivos, ven a sus familias, si tienen madres, ven a sus madres», dijo e hizo una pausa: «No se. Yo cada cumpleaños, cada nacimiento de un nieto, están todos menos él. Falta mi hijo».
«Vos luchás por justicia, vos acompañas, pero la verdad es que no queremos que nos sigan matando pibes. Nosotras no queremos una madre más en el grupo, pero sigue pasando. Vos pensás que tu hijo es el último, pero sigue pasando. Siguen matando a los pibes. Esto no se termina nunca. Mi hijo siempre dice: ‘el Nunca Más que no fue Nunca Más’», dijo Dolly.
Cuando se habla de justicia, la mamá de Ezequiel tiene muy en claro cuál es el espíritu de su reclamo: «Te dicen que lo dejes en manos de Dios. Y hay muchas cosas que yo dejé en manos de Dios, el perdón por ejemplo. Pero el perdón al hombre, no a sus actos. Y el acto que cometió este hombre lo siguen haciendo. Y eso no lo vamos a perdonar. Al menos no nosotros. Nosotros queremos que haya justicia terrenal».