Fronteras adentro, los talibanes se mostraron «moderados» y dispuestos a no repetir los horrores del pasado. Bajo su mandato, los asesinos y los adúlteros eran condenados a muerte, y las sentencias de muerte se ejecutaban a menudo inmediatamente y ante el público. A los culpables de robo se les amputaban las manos como castigo.
Los hombres tuvieron que dejarse la barba y las mujeres tuvieron que llevar el tradicional burka de cuerpo entero. Además, según la ONU, los talibán cometieron al menos 15 masacres contra la población civil entre 1995 y 2001; las atrocidades se cometieron a menudo junto con combatientes de la islamista Al Qaeda y alojaron a Osama Bin Laden en medio de la ofensiva estadounidense luego del 11 de septiembre de 2001.
También, la televisión, la música y el cine estaban prohibidos. Las niñas sólo podían ir a la escuela hasta los 10 años.
Está claro que los 20 años de ocupación no fueron suficientes para generar las condiciones para un cambio, además de las denuncias de violaciones de los Derechos Humanos perpetrados por las Fuerzas Armadas norteamericanas.
El cambio de retórica del presente busca lograr cobertura internacional, a diferencia de la década del 90 donde solo tres países reconocieron el gobierno islámico: Pakistán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita.
El tiempo dirá, sobre todo cuando las luces de los medios dejen de alumbrar, si los talibanes volvieron mejores o instalarán un nuevo régimen del horror. Pero lo que sí se está viendo con fuerza es el sacudón geopolítico que este retorno al poder ha generado.
Para Estados Unidos significó un golpe que acelera el debate sobre su declive como potencia. Parciera que más que eso estamos frente a una reordenamiento de las prioridades internacionales de Washington.
Más allá de la postura de Donald Trump sobre la salida de las tropas, Medio Oriente y el control de los recursos petroleros y gasíferos han sido más una obsesión de los Republicanos que de los Demócratas que, con Barack Obama, enfocó su mirada en Asia-Pacífico y la disputa con China.
En ese marco, Joe Biden tiene la mirada puesta en la pelea por el 5G, frenar la influencia china en América Latina y reforzar el control sobre su patio trasero. Demasiados frentes abiertos como para tener problemas con los talibanes.
Ante eso y con el antecedente del principio de acuerdo firmado el año pasado entre la administración Trump y los talibanes, podríamos decir que Estados Unidos venía preparando su retirada y está mas predispuesto a un acuerdo con el nuevo poder afgano que lo que muchos piensan.
En el caso de China, el pragmatismo es más brutal. Los voceros talibanes se reunieron con el canciller chino, Wang Xi, en Pekín y lo que han dicho las autoridades del gigante asiático sobre la base de su “no interferencia en asuntos internos” es que seguirán en el país y dialogarán con las nuevas autoridades. Motivos no les sobran, parte del territorio afgano está contemplado en la Nueva Ruta de la Seda, el ambicioso proyecto económico, de infraestructura e inversión que forma parte de la hoja de ruta de China para consolidar su hegemonía mundial.
China seguirá invirtiendo siempre y cuando le garanticen estabilidad y que sus intereses estarán cuidados. Además, un nuevo foco de conflictividad en Afganistán podría generar problemas en Asia Central y el Partido Comunista chino no quiere problemas en su zona de influencia.
Lo mismo corre para Rusia, muy interesado en aprovechar los oleoductos y gasoductos afganos y no ven con buenos ojos un efecto rebote que afecte en su radar.
De todas formas, los rusos fueron más cautos y aclararon que hay un sector del sur del país que no está controlado por los talibanes, algo que seguramente cambie con el correr de los días.
La Unión Europea es quien más resistencia ha plantado al nuevo esquema de poder en el país asiático. Si bien el responsable de las Relaciones Exteriores del bloque europeo, el español Joseph Borrell, dijo que “es hora de reconocer que los talibanes ganaron la guerra” y abrió la puerta a un diálogo.
Por su parte, Alemania, Francia y la Comisión Europea plantearon fuertes críticas al nuevo régimen y pusieron en duda su reconocimiento.
Lo cierto es que los talibanes están cerca de lograr un reconocimiento internacional y regional mayor que antes y a eso se están dedicando desde hace mucho tiempo. Si garantizan estabilidad y se comprometen a no ser impulsores del terrorismo internacional, el realismo internacional primará por sobre lo que decidan hacer fronteras adentro.