Una multitud colmó las avenidas y autopistas por donde se preveía que desfilaría el bus descapotable que trasladaría a los jugadores de la Selección Argentina de Fútbol, con el carácter aluvional de las movilizaciones más grandes de la historia pero una masividad y pluralidad inéditas.
La jornada estuvo surcada por un mar de gente que brotaba de todos los barrios del área metropolitana, aunque también confluyeron grupos de personas que procedían de los lugares más recónditos del país o sus alrededores, y la falta de planificación estatal en el itinerario de la escuadra consagrada en Qatar, la garantía de la seguridad para la ciudadanía que se arrojaría a los festejos y la organización de una ceremonia que encauzara la energía popular hacia un disfrute colectivo más cuidadoso. El antagonismo político entre el Gobierno nacional y el porteño, por un lado, y las refriegas internas del Frente de Todos se tradujeron en una alarmante parálisis oficial cuyo aspecto más ilustrativo fue el seguidismo de los funcionarios que repartían hipótesis en off a periodistas que tuiteaban o voceaban esas versiones en TV y luego retroalimentaban las timoratas narrativas en los pasillos y despachos de quienes debían tomar decisiones. La autoridad política se desdibujaba en videograph de pantalla mientras la sociedad, a caballo de la algarabía, trepaba hasta las autopistas.
Desde la noche anterior al feriado, decretado también con el corcoveo dubitativo de la Casa Rosada, circularon múltiples versiones sobre el camino que seguirían los jugadores, si saludarían en el Obelisco o utilizarían el mítico balcón de Juan Perón. Lanzada a las calles, la población tapizó con banderas y camisetas albicelestes las principales arterias de la Ciudad y casi todo el trayecto que iba desde el predio de la AFA en Ezeiza hasta la curva de la Autopista 25 de Mayo para su desembocadura en Autopista 9 de Julio.
Cerca de las 16, el titular de la entidad que rige el fútbol argentino, Chiqui Tapia, agradeció el despliegue de los uniformados bonaerenses que responden a la conducción del ministro de Seguridad provincial, Sergio Berni, y anunció que los jugadores volverían a las instalaciones donde concentra y entrena el equipo en helicóptero. La inacción perversa de Horacio Rodríguez Larreta y las internas palaciegas de la coalición oficialista habían derivado en una falta de planificación atroz para producir un evento memorable: más allá de la descomunal afluencia de gente, el Gobierno nacional podría haber diseñado un cordón para que pasara el vehículo con los miembros de la Scaloneta.
La gota que rebalsó el baso fue el momento en que dos personas saltaron desde un puente sobre el micro que trasladaba a los jugadores. Uno de esos hombres cayó dentro del ómnibus pero otro terminó sobre el asfalto. Si bien no hubo que lamentar un accidente de gravedad, el peligro era inocultable ya.
No obstante la impericia del sistema político, los argentinos rindieron hoy un examen más de madurez cívica en medio de la efusividad plebeya, por encima de la capacidad de los dirigentes que temían quedar pegados al desmadre y las elites que renegaban del feriado. El contraste fue elocuente: el funcionariado hablaba a través de los presentadores de noticias y timbeaba costos y beneficios de una foto con los campeones, mientras el pueblo salió en busca del goce de una victoria que los redime del malestar que consume a diario.