La política exterior argentina ha entrado en una extraña deriva desde la asunción del presidente Javier Gerardo Milei. Él personalmente se ha encargado de mezclar sus cuestiones personales, como ciudadano privado, con el posicionamiento geopolítico que la República Argentina tiene ante otras naciones y sus gobiernos. Esto viene generando una serie de crisis y situaciones de tensión crecientes. El último episodio de esto fue la provocación que hizo el Milei al gobierno español, al hacerse eco de algunas versiones sin corroboración judicial, sobre supuestos negocios privados de la esposa del actual presidente del gobierno de España, don Pedro Sánchez.
Pero ese estilo también afecta un tema particularmente complejo y delicado, que es la relación de la Argentina con la República de Chile y el Reino Unido. No se trata de una relación tradicional con un país, sino que se trata de relaciones que involucran cuestiones territoriales complejas. Si bien en el caso del Reino Unido la cuestión no es compleja, porque simplemente es la recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, en el caso de la relación con la República de Chile tiene otro cariz, porque es una relación que depende de un tratado multilateral que mantiene en un estatuto ambiguo los reclamos soberanos sobre la Antártida.
En el año 1959, un grupo de países suscriben el llamado Tratado Antártico que comienza a tener vigencia en el año 1961, y tiene dos consecuencias muy importantes:
– en su Artículo I desmilitariza el territorio antártico y en su Artículo III preserva la Antártida para investigación científica.
– en su Artículo IV impone un paraguas de soberanía preservando todos los actos de afirmación de la soberanía previos a la firma del Tratado, y congela cualquier acto que pretenda afirmar soberanía luego de la firma de ese tratado.
La segunda cuestión es particularmente importante en el caso de la República Argentina y la República de Chile, porque es la única situación entre los reclamos de soberanía en la Antártida, en la cual se superponen los reclamos de tres naciones, en un área común a los reclamos argentinos, chilenos y británicos: la región de la Península Antártica, entre el Mar de Weddell y el Mar de Bellingshausen.
Desde la asunción del gobierno de La Libertad Avanza, la Argentina ha tenido una suerte de manifiesta admiración e inclinación hacia el Reino Unido, motorizada especialmente por la admiración profunda que el libertario ha declarado respecto de la ex primer ministro Margaret Thatcher, cosa que no ha ocultado en ningún reportaje que se le ha formulado, como fue el caso de la última nota que brindó a la BBC, en la cual no tuvo reparo en señalar su admiración por todo el arco conservador inglés, partido actualmente en el gobierno. Y al mismo tiempo ha manifestado constantes críticas al presidente de la República de Chile, Gabriel Boric.
Esta inclinación sobreactuada hacia el Reino Unido, no nos va a dar ninguna ganancia respecto de la recuperación de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, y al mismo tiempo daña y echa una sombra sobre el delicado equilibrio que la República Argentina tiene que tener con la República de Chile, en la cuestión de la soberanía antártica. En efecto, en donde al presente hay una suspensión de reclamos soberanos, cuando se produzca alguna modificación que abra una ventana para la ejecución de actos soberanos, la Argentina tendrá que tener a Chile como aliada y al Reino Unido como contendiente, ya que los reclamos soberanos de la Argentina y de Chile tienen fundamentos históricos, geográficos y geológicos, mientras que el único fundamento que tiene el Reino Unido depende de su presencia en las islas, que al presente nos han arrebatado y se mantiene en disputa su soberanía.
Por consiguiente, un cambio de las alianzas estratégicas que pueda tener consecuencias de mediano plazo sobre la cuestión de la soberanía antártica debe ser algo muy meditado, y no parece ser el caso de este gobierno el tomar las relaciones exteriores con la importancia y gravedad que tienen, reduciéndolas a una suerte de actos triviales de entusiasmo y capricho.