Jul 09 2025
Jul 09 2025

Renovaciones peronistas ante la transformación social

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El Presidente mete el dedo en la llaga del kirchnerismo cuando menta la tercera renovación del movimiento. La Vicepresidenta, se especula, podría recurrir a un outsider ante la ausencia de precandidatos fuertes. | Por Pablo Dipierri

“En la Argentina hay que elegir un presidente no sólo por lo que es capaz de hacer, sino también por lo que es capaz de no hacer. Acá hay que hacer un nuevo contrato moral”. La frase tiene 20 años de antigüedad y su autoría pertenece a Néstor Kirchner, quien la profirió el 2 de abril de 2003, durante un acto de campaña multitudinario en el estadio de River Plate.

La ceremonia, animada con indesmentible liturgia peronista, arrancó con el arribo de la militancia después de las 17, bajo un clima destemplado, casi hostil. Los discursos de Kirchner y su por entonces compañero de fórmula, Daniel Scioli, se produjeron cerca de las 22, después que Daniel Agostini y Peteco Carabajal oficiaran de teloneros suyos.

Aquella noche Kirchner se desgañitaba épicamente con un discurso ético cuyo sentido era el contraste con su rival político y síntesis de una cultura vernácula, Carlos Menem. “Dicen que en los discursos no menciono a Perón y Evita: estoy cansado de los discursos en los que se habla de Perón y Evita y luego, cuando se llega al Gobierno, se olvidan de sus principios”, sostuvo desde el escenario que se montó de espaldas a la platea San Martín, y agregó: “ya vimos lo que han hecho, acá se han pasado los límites morales y éticos”.

Al día siguiente, la tapa del diario Clarín concentraba su atención en la guerra de Estados Unidos en Irak pero mencionaba la congregación peronista en el Monumental. “Kirchner copó River y calienta la campaña”, tituló el cuartel de la calle Piedras. Debajo, un apartado de compresión informativa y contundencia estética denominado “Frase del día” estaba dedicado a un enunciado textual de Menem, esbozado en una reunión con productores agropecuarios: “o asumo o es mi exilio”.

Ni una cosa ni la otra, el riojano volvería a disputar elecciones pero ya como candidato a senador en representación de su distrito de origen, en 2005, 2011 y 2017, hasta que falleció el 14 de febrero de 2021. Interesa, más que su deslucido final, su papel protagónico en el desmantelamiento del Estado, a caballo del consenso de Washington y la transformación cultural de la posdictadura en estas pampas. Se alzó, al fin de cuentas, con el triunfo que le permitió una paradójica hegemonía desde el Partido Justicialista, luego de la compulsa por la renovación peronista que dio contra Antonio Cafiero.

Esa batalla por la conducción del movimiento vuelve a evocarse ahora, por el ingenio del presidente Alberto Fernández para mantenerse en el cetro aunque sea para dar testimonio de su Presidencia. Para irritación del entorno de la vicepresidenta Cristina Kirchner, el Jefe de Estado alega que Cafiero fue el propulsor de la primera, Kirchner encaró la segunda y él mismo estaría llamado a propiciar la tercera. Por las dudas, aclara enseguida: “Si hay algo que no está entre mis planes es terminar con el kirchnerismo, porque soy kirchnerista”. “Sería como pegarme un tiro en la cabeza. No es ese mi objetivo. Mi objetivo es terminar con los personalismos”, abundó en la entrevista que concedió al programa El Método Rebord, por Youtube.

Si los interesados pudieran suspender sus inquinas mutuas, se visualizaría con claridad que el binomio que parió el Frente de Todos yace inhibido para los próximos comicios. Durante la cena con empresarios e inversores en el Consejo de las Américas, en Estados Unidos, el primer mandatario ponderó su interés en las primarias por encima de sus apetencias personales, ante la pregunta de un representante del poder económico yanqui por su eventual candidatura a la reelección. La ex Presidenta, por su parte, ya dijo el 6 de diciembre pasado que no se postularía “a nada” porque no sería “mascota del poder”, luego de la infame sentencia del TOF Nº2 por la Causa Vialidad, y matizó sus palabras sin anunciar lo contrario 21 días después, al argumentar que no renunciaba a postularse sino que estaba proscripta. El juego de palabras puede ser enloquecedor y habilita aventuras de todo tipo en un archipiélago de agrupaciones que se miran el ombligo. La factura plebeya, además, amaga con convertirse en impagable si no se desmontan con honestidad intelectual las especulaciones que se alimentan por pujas intestinas, cimentadas en vanidades e intrigas de palacio.

Mientras la militancia busca tutoriales online para curtir sus nervios de acero y asume la tarea de explicar en territorio lo que la mayoría de los dirigentes no se anima siquiera a preguntarse, la historia avanza y arrolla a los que suponen que pueden demorarla. La evidencia es tan grande que el emporio mediático de Héctor Magnetto y el portal El Cohete a la Luna, dirigido por Horacio Verbitsky, coinciden en la información que narran. En su panorama dominical, el periodista Santiago Fioriti tipeó que el oficialismo, según una de sus fuentes, busca un “candidato sorpresa o sin pasado”. “El Presidente lo deslizó en los últimos días. Habló de la búsqueda de un Alberto Fernández versión 2023. Alguien que no está en el radar y que pueda provocar cierto asombro en el electorado”, completó.

Verbitsky, por su parte, repara en la estimación de “uno de los principales analistas conservadores, que no simpatiza con el kirchnerismo ni subestima a la Vicepresidenta”, quien considera que la diseñadora de la coalición oficial podría “ganar la elección si propiciara la candidatura de un dirigente no mucho mayor a los 55 años, de identificación indudable con ella, bien considerado por los principales empresarios que lo conocen bien, pero de nula figuración pública en la ronda de postulantes que ocupan a medios y opinadores”. “Ni Massa, ni Coqui, ni Wado”, alerta el autor del artículo, y concluye con las palabras de su interlocutor: “es la hora de un outsider”.

 

El poder del relato

Uno de los pecados originales de la experiencia de gobierno en curso es haber renegado desde el origen de una narrativa que lo describa y movilice pasiones. El fantasma de la intensidad kirchnerista con que la oposición, articulada desde las corporaciones periodísticas y los grupos económicos, promovía la vergüenza y el estigma de esa identificación política permeó más de lo imaginable a los cuadros del oficialismo. Tanto que antes de ayer nomás el Presidente le discutió a Tomás Rebord, su anfitrión en la mencionada entrevista grabada para Youtube, que efectivamente ejerció el poder, aun cuando sus detractores lo acusen de lo contrario. “Lo único que yo no hago es un relato del poder que ejerzo”, confesó.

Tal afirmación constituye casi un sacrilegio, y no solo para los que adhirieron fervorosamente al kirchnerismo tras el furor del conflicto por la Resolución 125 en 2008 ni los que se sintieron interpelados con el programa televisivo 6, 7, 8. La periodista Mariana Moyano publicó precisamente el último fin de semana un episodio del podcast Anaconda con Memoria, producido en FM La Patriada, analizando simultáneamente los cambios sociales en trámite y la importancia del relato, cuyo significado disecciona para desmontar la operación de los que insuflaron en ese concepto tintes peyorativos para que denote falsedad o revestimiento engañoso de los hechos.

Es inocultable que el Presidente supone que contarla o contarse a sí mismo sería tramposo y contraproducente a la postre pero no apelar a su propio story telling, en la actualidad, es suicida. No obstante, asoma un punto a favor de Fernández, presente en el episodio citado de Moyano, sobre una incomodidad del espectador (o el actor social) e, inclusive y por qué no, una resistencia de época al discurso de la pedagogía política modelizado en el último tercio del Siglo XX. Talla cierto agotamiento frente a la pose evangelizadora de pastores que cantan loas a una religión con feligresía a la baja.

Las admisiones en off de gobernadores, intendentes, legisladores y sindicalistas sobre la improbabilidad de que la Vicepresidenta estampe su nombre en la boleta pero la simulación en on de que hay chances de que sí lo haga sería traducido como una estafa dolorosa si no fuera porque participan también de ese evangelio periodistas que, por ingenuidad, convicción o conveniencia, no se preguntan al aire acerca de lo que dudan en privado. El desenlace pintaría, así, demoledor y lo grafica la nota de Martín Rodríguez Yebra publicada ayer en La Nación. “Acota un gobernador peronista del Norte: ‘Todos tenemos claro que no va a ser Cristina. Y que Alberto se va a bajar de acá a un mes, mes y medio. Ella tiene clarísimo que no puede plantearse una interna contra el presidente del gobierno que creó e integró todos estos años. Él necesita una narrativa que justifique su renuncia a la reelección y eso requiere un candidato que pueda representar al conjunto y defender de alguna manera esta gestión’”. Es un despropósito que los militantes y simpatizantes del oficialismo tengan que leer el diario de Bartolomé Mitre para enterarse de lo que planean en la cúpula de la coalición que defienden.

Por lo pronto, el debate no demanda una clausura. Entre otras cosas, porque el propio Fernández, en una astucia que tal vez se valore de forma póstuma a su gobierno, retoma el tópico peruca de la organización para vencer al tiempo y, bajo preguntas retóricas, habla de que organizarse es democratizar la fuerza política que hoy conduce desde la Casa Rosada.

Quizá resulte una indulgencia diagonal para el titular del Ejecutivo, y para tantos más, la hipótesis Edgardo Mocca en El Destape, cuando advierte que la tendencia a reemplazar la política por “una forma de relato ideológico, que supuestamente tiene preparadas las recetas para enfrentar cualquier contingencia” conlleva “el peligro de constituir una suerte de policía del pensamiento político”. “Existe la amenaza de que el ‘relato’ deje de ser una guía que provea de puntos de vista conceptuales a la experiencia política presente para convertirse en un mecanismo repetitivo de consignas y de caracterizaciones cerradas. Un dogma siempre dispuesto a sancionar las ‘desviaciones’ a utilizar frases (en referencia al legado kirchnerista) en condiciones muy diferentes a la actual para sostener las posiciones propias y descalificar las ajenas”, fundamenta.

Para colmo, añade Mocca, la Vicepresidenta no ceja en los llamados a complejizar el debate para favorecer la comprensión y demanda incansablemente un acuerdo o contrato social de ciudadanía. “Cristina no es cristinista, igual que el Perón que volvió del exilio decía a los cuatro vientos que él ya no era peronista”, arguye el politólogo.

Labrado con apelaciones al pragmatismo y la inteligencia colectiva, el razonamiento que sirvió de arquitectura de la apuesta del FdT en 2019 permanece incólume. Es difícil que un dogmatismo que embalsame la mitología de un pasado feliz prevalezca en la trifulca por ganar la conciencia de una sociedad sumida en un infortunio infligido, en buena parte, por dirigentes que se mueven como testigos de Jehová.

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