“Tiempos en los que los hombres eran hombres
y las mujeres se alegraban de que así fuera”.
Los Tres Chiflados
Por Carlos Caramello
“Showman-economista” lo acomodó la ex – presidenta (que ahora atiende en su propia Patria) y, rápido de reflejos, como cualquier psicótico que se precie, el papá de Conan y sus Clones replicó: “Tal vez los nuevos tiempos requieran show”… “Loco, sí, pero hay método en su locura”, definía el viejo Polonio a Hamlet, aunque puede que también haya estado anticipando a Milei.
Cierta comprensión de un nuevo mundo que se apura en desplazar al que se va, inexorablemente. Alguna intuición para descifrar las demandas de una sociedad cuasi distópica (acaso porque sea mejor vivir en la imaginación de lo indeseable que en el dolor de lo real) y un votante desarrollado frente a la pantalla de la play, compitiendo “consigosismo” en violentos videojuegos donde si matás a una anciana vale doble, podrían explicar el éxito módico de este personaje, empleado de la casta política, que parece haberle encontrado el agujero al mate de un hoy distinto.
Porque, convengamos, de aquel cosmos en el que existían: el café, el café doble y, cuanto mucho, el cortado a éste donde podés tomar “latte straight tibio con toque de hibiscus polinesio y hojas de rúcula” y te lo traen decorado con un dibujito que representa un cocodrilo bailando música clásica… hay una distancia.
El mozo mismo que te trae la infusión, sin ir más lejos. De aquel “gallego” de saco blanco abotonado hasta la nuez y repasador colgando del brazo, con callos plantales pero una memoria -y un orgullo- que hacía que no anotara nada de lo que pedían en una mesa de cuatro a esta joven enfundada en negro (no importa qué prenda, apretada), con una araña tatuada en el párpado izquierdo, estudiante de 4º año de artes electrónicas, productora de una orquesta de cámara de sintetizadores y trapera en sus ratos libres que te dice: “Chicos” y te trae lo que se le canta, sin importar tu pedido… bueno, nada, ahí está.
Pero uno vota que haya bares abiertos desde siempre, con medialunas calientes, aroma a café recién hecho y sin quemar y un dejo del alcohol que se consumió hasta la madrugada y lo que hay (en realidad) es una deli que se despereza a las 10 de la mañana y no tienen medialunas (“recién abrimos, se están haciendo”, te explican) pero te ofrece un “avocado toast” y “frappuccino moka afrutillada”. Eso sí, cierra a las 8 de la noche. Y en sus mesas, nadie habla: todos abusan del celular.
Algo mal hemos hecho. No tengo dudas. Una fisura que aún no hemos descubierto por donde se cuela esa forma de vivir que se está yendo. Una especie de cicatriz que sólo recordamos nosotros mismos cuando la tocamos. Y que no molesta sino en ese dolor psicológico de saber que perdimos. No en la política: en nuestros proyectos.
Y entonces editamos largos papers con profundos diagnósticos cargados de gráficos y datos que, sin embargo, son inútiles a la hora de construir un indicador porque ignoran lo esencial: el devenir. Las arrugas, las canas, la falta de elasticidad, la mala digestión y el cansancio instalado no son galardones; ni siquiera recompensas. Apenas el señalamiento de horas idas. Ni gastadas ni perdidas. Minutos que se han deslizado mientras imaginábamos el amor, o la revolución, o la Patria…
Noches -porque les juro que uno podía estirar la noche en un bar, frente al hielo que se derretía en el vaso vacío de ginebra- que huían hacia un amanecer incierto porque vivíamos en la víspera, pero con un trabajo estable, una novia y la posibilidad concreta del ascenso social porque, la política…
Nos equivocamos. Hoy el presidente no discute la pobreza sino cuánto cobra una cantante popular. Y sus ministros lo retuitean a coro porque alcahuetes antes que nada. No existe (ni existirá) el video game que te dé puntos por asaltar a un millonario o por armar una banda estilo Robin Hood: pícara y solidaria. Apenas la posibilidad de cambiar créditos por armas. Pero sólo para vos, que estás solo.
Votamos mal. No por el candidato porque, al fin y al cabo, probablemente no haya quien pueda/quiera devolvernos a ese mundo que acaso sólo imaginamos, y no fue. Votamos mal porque votamos sueños. Votamos creyendo. Votamos con fe y… “Emosido Engañado”.