Feb 08 2025
Feb 08 2025

Una fórmula de gobierno

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Entre la alquimia de laboratorio y las urgencias económicas, el binomio Massa-Rossi es no solo apuesta electoral sino también parche político hasta los comicios. | Por Pablo Dipierri

La inscripción del binomio oficialista para competir por la Presidencia es, antes que una fórmula electoral, una fórmula de gobierno. Sergio Massa y Agustín Rossi constituyen la traducción de la imperiosa necesidad de que el Frente de Todos, rebautizado como Unión por la Patria, llegue al 13 de agosto con la menor zozobra posible.

Como si se tratara de una nueva edición de Dólar Soja o un recambio de gabinete, la candidatura del tigrense es la continuidad de su ascenso al Ministerio de Economía cuando el tembladeral financiero amagaba con tragarse la experiencia gubernamental en curso. Así, su postulación es un nuevo analgésico contra su persistente extorsión a las diversas fracciones de la coalición sobre el inexorable cimbronazo cambiario o las plagas que cursaría el FMI si no lo ungían como candidato al tope de la boleta.

Las lecturas sobre la reconfiguración política en ciernes que conmueve al kirchnerismo hasta los tuétanos no admiten clausura todavía y la apertura de una nueva etapa en el Partido Justicialista demanda su comprobación empírica bajo el prisma del saldo que arroje el escrutinio electoral. El shock que acusó una parte de la militancia, sobre todo en Twitter o grupitos de WhatsApp, y el cinismo cauterizador con que respondía la logia de los agobiados por un modelo de construcción que, de a ratos, infantiliza los debates públicos y conspira contra la organización popular son deudores de la neutralización despolitizadora que opera en el sistema, a través del monopolio de todos los resortes en manos del poder económico, la falta de audacia de la dirigencia y el temor de los comunicadores a batir la posta so pena de perder audiencia.

Sólo ese combo explica la atribución de carácter sorpresivo a la coronación de Massa. La estampa de su apellido en el paño principal de la lista era una posibilidad desde que barrió a Silvina Batakis del Palacio de Hacienda, sucesora en ese cargo del economista Martín Guzmán.

Y al mismo tiempo, es la carencia de pedagogía, contención y formación políticas lo que redunda en el enojo por la composición de la fórmula. Esa irritación fue casi una constante desde la asunción de Alberto Fernández en 2019, tanto que hasta en la panoplia mediática afín al oficialismo los periodistas se refieren al actual gobierno precediendo los enunciados con el mote de fracaso y frustración. Pocos trabajadores de prensa pueden enumerar acciones y medidas positivas sin que les afecte la rifa de sambenitos con etiquetado frontal que diga “tibieza” o “albertismo”. La sanción es más fuerte que el análisis.

Para colmo, el casillero de la vicepresidencia es ocupado por Rossi, alguien insospechado de antikirchnerismo pero a quien le facturan desobediencia a definiciones tácticas de la ex Presidenta durante el mandato en desarrollo. El rosarino no solo porta la cucarda de haber sido el jefe de bloque más prolífico del Frente Para la Victoria y sus sellos posteriores, sino que bancó discusiones con honestidad intelectual y corrección ideológica en una época donde se volvió mantra el chiste de “morirse de corrección política”.

Dicho de otro modo, la figura de Rossi expresa un kirchnerismo que trasciende a La Cámpora. Su autonomía es cuestionada por los custodios de un relato que se desarma aceleradamente en contradicciones de la mismísima líder del espacio y ofrece una plataforma para que habiten todos los sectores que se identifican con el proyecto político inaugurado en 2003 pero problematizan la forma de conducción cristinista. Saborea con deleite de revancha su propio axioma el Jefe de Estado, quien durante una reunión con ministros de su gabinete en el verano pasado soltó: “somos mejor gobierno que fuerza política”.

Por lo demás, tampoco los pronósticos sobre la extinción de la identidad referenciada en la titular del Senado parecen demasiado serios. El regodeo de Eduardo van der Kooy en su panorama dominical de Clarín, titulado “El día que Cristina se puso de rodillas”, es no solo una flagrancia machista sino un error histórico que el tiempo tal vez desmienta: la Vicepresidenta perdió contra Massa y no pudo imponer la ecuación política que hubiera querido pero llegó a la instancia decisiva con suficiente gravitación como para que los miembros de su agrupación dilecta se colaran en las tiras de candidatos a la Cámara Alta y la de Diputados, y cuenta con ascendencia sobre Axel Kicillof.

Párrafo aparte merecería el derrotero del gobernador bonaerense, asediado por el diputado Kirchner con distintas maniobras en los últimos dos años. La pregunta sobre cuándo un militante se convierte en dirigente, para el caso de Kicillof, habilitaría respuestas inquietantes para el kirchnerismo celoso del ADN pingüino. Solo la lógica gerencial trasladada a la política haría suponer que los votos que el mandatario provincial retiene son de la Vicepresidenta y es en ese punto donde se apalancan los peores vicios del núcleo duro, cuya agudización limita su expansión y capilaridad a la vez que atestigua el surgimiento de desplazamientos de cuadros y emergencia de corrientes que reniegan de la aplicación de jefatura como si el territorio fuera una empresa familiar. Aun así, un ex funcionario del gabinete de Kicillof inquirió con sorna a este medio el sábado por la noche: “¿un gobernador es dirigente si no tiene candidatos a diputados en las listas?”.

Estúpido entusiasmo o alivio parcial, el cierre de listas obliga a dar vuelta la página. El peronismo tendrá la tarea de reinventarse atendiendo a las demandas sociales en danza y, tras 20 años de hegemonía relativa del kirchnerismo, reverberará la repetida frase de la ex Presidenta durante sus discursos en los patios militantes: “la historia no empieza cuando uno llega ni termina cuando uno se va”. Los hijos de la generación diezmada no nacieron en 2003.

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