“Tendré que crear sobre la vida. Y sin mentir. Crear sí, mentir no.
Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad”.
Clarice Lispector
Por Leticia Martínez
Leo todo lo que aparece sobre ella. La busco en notas, en sus libros, en entrevistas y en charlas grabadas porque no me alcanza leerla, necesito verla. Es decir, la veo en sus libros y en sus crónicas pero sus gestos, esos que me imagino, de algún modo, necesito corroborarlos. Y no sucede. Porque la Guerriero, como buena artista, se escapa. Entonces vuelvo, desesperada, sobre sus textos, sus notas, sus entrevistas. Siempre quiero un poco más de eso que me gusta. Por eso, este texto.
“Firmeza, decisión, perseverancia (…) La habilidad para volverse medio invisible”, dijo Pedro Mairal en el prólogo a Teoría de la gravedad, sobre Leila Guerriero. Ese libro, publicado en 2019 (Libros del Asteroide) y que lleva varias reimpresiones, reúne una selección de columnas que escribió durante más de cinco años. Un archivo de mitología personal. Una especie de moral (si es que eso aun puede decirse y pensarse) sobre el método. Una fe en la lectura. Un camino que podemos desandar las que nos sentimos desoídas, al borde, extremas, por fuera pero dentro de eso que llamamos realidad.
Porque la primera persona es, a veces, una posición ficcional. Y la Guerriero nos lo dice, lo repite bastante en Teoría de la gravedad. Quizás esto pasó o no. Sus textos hacen de la intimidad un punto cual estrella en el cielo y en la galaxia. Si miro hacia el cielo oscurecido, brilla. Cuando es de día, la estrella pareciera no estar. Si hay muchas otras cosas que brillan, podrán ser otras estrellas o será material de basura espacial: una pareja que, de a poco, se cierra sobre sí, la infancia en la llanura pampeana, los recitales, los bares, los pogos en los que ya no saltaremos más ni nos emborracharemos más, el padre que dio consejos, la madre muerta en la cama del hospital.
Lo que me dice Guerriero es fijate cómo mirás. Desde dónde mirás eso que mirás. El lugar que se elige para afrontar la escritura (¿la vida?) conlleva un método. Un proceso, un hacer lo que deba ser hecho. Una dureza aparente que encuentra lo suave a partir de esa mirada. Anotar lo que alguien dice, un vecino, una amante, la maestra de la escuela.
¿Anotar lo que piensa, lo que siente? Sí. Estar dentro para salir. Invisibilidad. Anotar cómo estoy, en dónde, cómo estaba. No hay opuestos o más bien dar cuenta que toda oposición convive sin síntesis, que se renueva la furia al recordar las tardes eternas en la vereda cuando escuchábamos Los Redondos y también, la tristeza. Esas tardes sin preocupaciones no existen más porque crecí. Anoto: esa tipa vino a consolarte.
Qué hay en eso qué estoy viendo. Atravesar la materialidad hasta desarmar las cosas y volver a armarlas en el texto. Armar la estrella del cielo oscuro o diurno, junto a las otras estrellas, junto a la basura que queda flotando en el cielo (¿en la historia de cada una, en la historia de todas?). A veces hay que inventarse un telescopio, mirar de cerca (¿demasiado cerca?) y asumir que eso que brilla es polvo, que la infancia también quedó muy atrás, que conviene inventar los recuerdos y el tiempo. Entonces, la biografía, en la literatura (en las artes, ¿en el periodismo?), es una excusa para hacer algo mejor con eso que tocó. La primera persona, el yo, también inventa y, como dice Lispector, así accede a la realidad. ¿A cuál de todas?
Además, la lectura. Esa fe. En cada crónica, entrevista, nota o columna de Leila, aparecen sus referencias como lectora. Y del mejor modo posible: para compartirlo, con generosidad. La precisión de su escritura está en su precisión como lectora. Poesía, literatura, periodismo. También, la música. Hay mucha música en sus textos. El rock pero, por suerte, se cuela cierto sonido de la tierra que nada tiene que ver con lo folklórico sino más bien con lo natural pulsando por entrar en esa dicotomía vida urbana / vida rural. Hay animales y hay bichos y a veces plantas. Y ella nos muestra lo que lo vivo tiene para dar porque sabe que no alcanza con lo humano. Guerriero siempre está leyendo. Mirar es leer.
Entonces, necesito esa materialidad, corroborar sus gestos. Esbozo esta escritura pensando en que armo mi propia Guerriero con fragmentos de lo que leí y vi y que por qué quisiera totalizarla, o afincarla en lugares sí, como buena artista, ella está y no está. Otra vez, la capacidad de ser invisible que señaló Mairal. La ficción, el periodismo, qué escrituras son necesarias para hablar sobre la vida, las vidas que nos importan (¿la propia?), sobre aquellos/as con quienes compartimos las cosas, sobre esas personas que detestamos o que no tendrían que importarnos. A quién le importan los asesinos. A quién le importa la muerte en el fin del mundo o las personas que compiten en malambo. Donde pulse lo vivo y, también lo muerto, quien se atreva a mirar, es decir a desandar la realidad, va a encontrar una historia. Después, lo que sigue. En palabras de la poeta Mary Oliver: “Prestar atención/ asombrarse / contarlo”.
Una fe, un método, una sagacidad imposible, el alma curiosa que no se sacia con las explicaciones. Mi obsesión constante por los gestos, por las personas que hacen cosas.
Un mundo roto, arreglarlo (arreglarse). Alguien dirá y todo esto para qué. No lo sé. Un intento de soportar la vida, soportar la muerte.
Una cita de Leila Guerriero:
“(…) sólo permaneciendo se conoce, y sólo conociendo se comprende, y sólo comprendiendo se empieza a ver. Y sólo cuando se empieza a ver, cuando se ha desbrozado la maleza, cuando es menos confusa esa primigenia confusión que es toda historia humana –una confusa concatenación de causas, una confusa maraña de razones–, se puede contar”.
Leído en el seminario «Narrativa y periodismo», en Santander, España, 2010. Publicado en Anfibia, 2015.
Bio:
Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) es periodista y editora. Publica en diversos medios latinoamericanos y españoles. Sus trabajos han recibido varios premios y es autora de más de una decena de libros, entre los que destacan Los suicidas del fin del mundo (2005), Una historia sencilla (2013) y Opus Gelber (2019). Su obra ha sido traducida al inglés, italiano, portugués, alemán, francés y polaco. Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide, 2019), libro del que se ocupa este texto, es una recopilación de sus columnas publicadas en El País desde 2014.