En esta sección fotografías de Malvinas de Gerardo Dell´Oro, en diálogo con fragmentos de Guerra Civil de Natalia Fortuny.
Segunda Entrega
En Malvinas Gerardo Dell’Oro visita el territorio casi treinta años después de finalizado el enfrentamiento. (Edición Solo ma non troppo, París, Francia, 2010).
Por Flor Cosin
El pasto amarillo rodeado de océano.
Sí, estuvieron aquí.
Bajo este suelo. Eran jóvenes todavía, como Josep tenían veinte, veintipico.
A veces tenían comida, cigarrillos. No sabían de qué se trataba la guerra.
Algunos volvieron, otros murieron.
Muchos fueron enterrados en tumbas sin nombre.
Con la cámara como escudo voy contra el viento, para traer conmigo imágenes de la memoria.
***
Es septiembre de 2009. Gerardo viaja a las Islas Malvinas. Trabaja para un diario argentino. Acompaña a los familiares de los caídos a visitar por primera vez el territorio.
Los familiares van y vuelven en 24hs. Gerardo se queda, para mirar, durante siete días. En ese paraje del fin del mundo es tanta la inmensidad, el pasto amarillo rodeado de océano y el sonido del viento que retumba en los oídos. Se ven caminos cruzados por nubes negras. “en los bordes de la carretera/ el paisaje tan hermoso/ vimos dibujos hechos por la nieve y el viento/ que no se pueden explicar”.
Pareciera no haber marcas de la guerra, pero a veces irrumpe inesperadamente una huella: es el resto de un barco ¿su proa, su esqueleto? Cuesta reconocerlo. Gerardo fotografía lo que tiene delante: una guerra, todas las guerras. “He visto Belchite completamente destrozada”.
Las fotos son casi siempre apaisadas. Máquinas mutiladas. Parecen pequeñas en la inmensidad del lugar, pero Gerardo se acerca, fotografía monstruos enormes, deformes.
Dice Natalia Fortuny que Los Monstruos de Berni anteceden a estas imágenes y es cierto. Salvo que en Berni el Monstruo es obra, y en tanto obra, se inscribe en el universo ficcional del autor; en Malvinas los monstruos son huellas y arden con lo real. La hélice de un avión, ¿y el resto del cuerpo? Debemos reponer lo que falta, los nombres de los que cayeron.
Gerardo fotografía entonces un memorial inglés: el marco de una foto sobre la hierba junto a un ramo de flores de plástico. El marco contuvo alguna vez el retrato del soldado caído, pero el tiempo y el viento borraron su rostro y solo se ve una mancha que vira del claro al celeste. “Tengamos esperanza/ se han llorado a muchos que luego aparecieron.”
Este marco sobre la hierba es un objeto pequeño, se podría sostener entre las manos. Del tamaño desproporcionado de las máquinas, que sobrepasan la figura humana a objetos pequeños, que devuelven su dimensión. Y las flores como una ofrenda.
La foto de este memorial (un memorial sin rostro y sin nombre) es homenaje a un soldado inglés, pero también a uno argentino. Dice Gerardo: “como los pañuelos de las madres que no llevan los nombres de los hijos, sino que representan a cada uno y a todos a la vez.”
Gerardo dice también que el memorial le hace pensar en los recordatorios de Página 12 que no tienen fotos. “Al no haber una imagen para recordar al desaparecido hay una doble desaparición”, dice. La fotografía con su poder indicial, como dispositivo que posibilita una memoria en movimiento, aún cuando se prescinde de ella.
Y a pesar de que en estas imágenes no hay presencia humana, se repone el cuerpo en la batalla.
Después que las fotos fueran publicadas en el diario en el que Gerardo trabajaba, el autor editó un foto libro al que llamó Malvinas. El relato tiene ahora el lugar que se merece. Es un objeto material, corpóreo. Las fotos se pueden leer, pequeñas (cada una mide 9x13cm) sobre páginas blancas que las contienen. El blanco que rodea las imágenes nos permite entrar en la guerra, mirarla, sostenerla. ¿Cuál es el peso de un enfrentamiento?
Y la estructura que emerge del agua, ¿qué peso verdadero tiene?, ¿y qué tamaño? Parece un monstruo de muchas bocas, de las que ahora brotan helechos verdes. Esas bocas disparaban proyectiles en el frente. Las máquinas de matar siguen ahí, presentes. “Sobre las explosiones/ conozco todos los ruidos”. La guerra sigue ahí. Treinta, cuarenta, cien años después.
Una guerra, todas las guerras.