En esta sección, textos e imágenes de diferentes autores dialogan sobre un mismo tema. Poemas de Natalia Fortuny, fotografías de Gerardo Dell´Oro.
Primera Entrega:
Natalia Fortuny reescribe en clave poética las cartas que su abuelo le envía a su mujer, desde el frente republicano. Guerra Civil. Tren Instantáneo ediciones 2023.
Por Flor Cosin
“Un deseo/ lo suplico/ papel para escribir”.
Se llama Josep Maria, tiene 26 años y escribe a su mujer desde el frente republicano.
En su casa, Lola cuida del hijo mayor y está embarazada del segundo. Pero, “lo que puedo haber pasado/ es que volví a ser padre/ y aún no lo sepa.”
Es agosto de 1937. Azaila, Teruel.
La guerra, quieta todavía. Josep mira el paisaje que se deshace a su alrededor: “En los bordes de la carretera/ el paisaje(…)/ parecía un pesebre/ vimos dibujos hechos por la nieve y el viento.”
El acto de la escritura, el contacto con el papel, ese bien tan preciado (un deseo lo suplico: papel para escribir) es para Josep el momento del día en el que se encuentra con su esposa, aunque esté tan lejos de casa. Lo lamenta, espera volver: “Siento mucho no poder ir/ debido a lo que ha pasado en el frente del Este. Y después: “Pronto celebraremos juntos/ no faltará a los pequeños chocolate.”
En cada verso, en cada carta, Josep cuida a Lola con lo único que tiene para ella: sus palabras.
“Estoy/ intranquilo por lo que pueda ocurrir en casa.” Lola da a luz. Josep conoce a su hija Roser recién un año después de su nacimiento, al recibir, en una de las cartas, una fotografía de la hija pequeña.
Josep, que trabajaba como tipógrafo, sabe bien la importancia de la palabra. Y hace en ella una casa, para sobrevivir en la guerra. Y sobrevive. “Qué alegría”. Y sus cartas también. “¡Dame esas noticias!”.
***
Pasan los años, termina la guerra.
Josep, Lola y sus hijos llegan a la Argentina.
Viven en una casa en Temperley. Allí nace el hijo más pequeño. Ese hijo tiene, años después, una hija. Natalia recuerda que cuando era chica y visitaba a su abuelo siempre le pedía que le leyera: “¡Las cartas de la guerra, yayo, las cartas de la guerra, porfa!.”
El abuelo se subía a una escalerita, bajaba las cartas que estaban guardadas en la parte alta del armario y las ponía sobre una mesa de fórmica blanca. A veces traducía las cartas escritas en catalán. A veces la voz se le quebraba. Leía. Lloraba.
“No recuerdo qué decía, pero me encantaba ese momento. A veces pienso, si acaso no lo inventé”.
De esta forma empieza el relato de una guerra.
Se funda en el olvido: la autora no recuerda qué decían las cartas, pero recuerda “la voz de mi yayo” que repetía la lectura, una y otra vez.
“¿Podrá un documento revelar algo de lo que contuvo entonces?”.
En esta escena de infancia, el abuelo inicia a su nieta en la lectura.
Algo que la autora no dejará de hacer. Leer, escribir y mirar las escenas de la guerra, las de la memoria. Natalia Fortuny es investigadora, docente y poeta. Desde hace más de quince años viene produciendo una serie de textos sobre la memoria y la identidad con especial interés en el lenguaje de la fotografía.
“Recibí las cartas de mi abuelo cuando tenía alrededor de veinte, veintipico”. La misma edad que tenía su abuelo cuando las escribió. “Desde entonces siempre quise hacer algo con ellas. Al principio quería escribir poemas a partir de las cartas, pero me di cuenta de que los poemas ya estaban ahí”.
Al recibir la Beca Creación del Fondo Nacional de la Artes en el 2016, Natalia encontró el tiempo y los recursos para empezar lo que sería un largo trabajo de orfebrería: escanear las cartas, traducirlas y dar en cada una de ellas, como quien esculpe una piedra, con las palabras esenciales que conforman el poema.
En la traducción del catalán al español, decidió usar el voseo en lugar del tú. De este modo la lengua se acerca al lector contemporáneo, local. También conservó el tiempo presente de las cartas. Pareciera así, que la guerra está sucediendo cada vez que leemos los poemas.
Sin embargo, mientras Josep escribe desde el frente no quiere preocupar a su familia, dice que se encuentra bien: “No hace frío, el rocío humedece las mantas/ son días tranquilos, de calma completa.”
Omitir la guerra es también un modo de contarla, pero las atrocidades irrumpen inesperadamente: “He visto Belchite completamente destrozada”.
En junio de 1938 Josep cae prisionero del ejército franquista, y el intercambio epistolar se verá interrumpido: “Numeraré las cartas, así saben si llegan”.
A medida que se avanza en la lectura del libro se advierte que no solo peligra la vida del soldado en el frente, sino también la de su familia, que a veces no tiene comida: “Si pudiera pondría dos panes/ adentro de una carta.”
Alejandra Pizarnik escribe a su analista León Ostrov: “Numero las cartas para nuestros futuros biógrafos”, consciente de que su correspondencia sería una forma posible de acercarnos a su obra. Al numerar sus cartas, ¿Josep también sería consciente de que estaba produciendo un cuerpo epistolar que serviría como documento para comprender las atrocidades de la guerra?
Sí, él estuvo ahí.
A mediados de los años ´60, desde su casa de Temperley, Josep vuelve a organizar el archivo epistolar en carpetas, ordenadas cronológicamente y tituladas Cartas mías de cuando…
El fotógrafo alemán August Sanders también clasificó su proyecto de retratos, Hombres del SXX, en carpetas. Cada una llevaba el nombre del grupo tipológico que fotografiaba (artesanos, campesinos, etc.).
La sistematización de un archivo, como instrumento para hacer posible el relato de una parte de la historia. En Sanders, el rostro de un país que antecede al nazismo; en Josep Maria, el relato en primera persona de la guerra.
La nieta que escuchó repetidamente la lectura de las cartas mientras crecía, se apropió del artefacto y lo transformó en un largo poema de la guerra: esta experiencia particular es ahora universal.
El relato de una guerra, ¿es común al de otras guerras? ¿no son, acaso, siempre las mismas?