Por Juan Carlos Otaño.
Entre la iconografía que figura como perteneciente a Manuel Belgrano se encuentra, en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, el más pequeño e insólito de los retratos: se trata de la pintura de uno solo de sus ojos (el izquierdo), que Eduardo Schiaffino (Recodos en el sendero, Bs. As., 1926) describe de la siguiente manera:
« Sobre una plaquita de marfil de tres centímetros y medio de alto por dos y medio de ancho, está pintado con mano experta uno de sus ojos, que, como es notorio, eran de rara belleza. La expresión es admirable y la precisión exacta del dibujo, realzada por la frescura del color, está de acuerdo con la perfección técnica de la pintura. El retratista que lo ha modelado, y cuyo nombre se ignora (1), se revela por este pequeño fragmento como un miniaturista notable. »
« Ese ojo, de color castaño, rodeado de nubes como el signo masónico de la Providencia, que lo aíslan sobre campo de cielo, montado en joya, está engarzado en un marquito de oro en forma de broche para ser usado como prendedor. Y ese rasgo de la fisonomía del patricio está tan exactamente reproducido, que basta para reconstruir mentalmente la máscara entera. »
¿Cuál es el significado exacto de este retrato extravagante? ¿Es un símbolo masónico, una contraseña revolucionaria, un ex-voto? ¿Representa un « retrato disimulado y encubierto », « una prenda de amor destinada a la mujer amada, privada de la libertad de ostentar su imagen públicamente? » (E. Schiaffino, idem.). Esta última suposición, por lo demás una moda en Europa entre finales del s. XVIII y principios del XIX (« la moda de los retratos de ojos »), se ve reforzada por el hecho de que el camafeo, con toda evidencia, habría pertenecido a una dama de la sociedad tucumana: Mme. Pichegru (« Una dama… olvidada… que no le habría procurado, precisamente, felicidad » [Paul Groussac] ) (2). Como fruto de esta unión libre había nacido una niña, llamada Manuela Mónica. Cuando Manuel Belgrano se vio obligado a regresar a Buenos Aires, sintiéndose enfermo y ya próximo a morir — tenía entonces cincuenta años — dejó como heredero a su único hermano, el canónigo Domingo Estanislao, « con encargo secreto de que, pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor de una hija natural, llamada Manuela Mónica, que, a la edad de poco más de un año, había quedado en Tucumán, recomendándole muy encarecidamente hiciera con ella las veces de padre y cuidara de darle la más esmerada educación. » (3)
Con el tiempo, la miniatura habría pasado a pertenecer a Manuela Mónica, figurando actualmente entre las colecciones del Museo Histórico Nacional.
(1). Adjudicado posteriormente al retratista suizo-francés Jean-Philippe Goulu (1786-1853), llegado a Buenos Aires en 1824 y autor de muchos retratos en miniatura, entre ellos uno de Mariquita Sánchez de Thompson.
(2) Se trataba, más exactamente, de María Dolores Helguero, hija de una familia oriunda de Santander (España) afincada en San Miguel de Tucumán. Obligada a casarse por sus padres con un hombre a quien no amaba (ya estando ella embarazada de Belgrano), su marido finalmente la abandona.
(3) José Luis Lanuza, Pequeña historia de la Revolución de Mayo, Ed. Perrot, Bs. As., 1957).