Feb 12 2025
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Elia Espen, la madre de Plaza de Mayo que sigue marchando: «Si te arrebataban a un hijo ¿vos qué hubieras hecho?»

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Por Laura Pomilio

A los 93 años, encabezó una vez más la tradicional ronda alrededor de la Pirámide de Mayo, frente a la Casa Rosada. «Vengo porque no quiero que esto le vuelva a pasar a ninguno de mis hijos, mis nietos ni a ninguno de ustedes», dijo a La Patriada Web.

Es un jueves de enero y el sol no da tregua en la ciudad de Buenos Aires. A las tres y media en punto, como cada jueves desde hace 47 veranos, comienza la ronda de las Madres. La encabeza ella, Elia Espen, de 93 años, integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, que con sus jeans, zapatillas y blusa floreada parece inmutable ante los 31.9° que a esa hora, frente a la Casa Rosada, se hacen sentir.

Elia sujeta con fuerza la bandera en memoria de los 30.000 desaparecidos por la última dictadura cívico militar. Cada tanto, se acomoda el pañuelo blanco que cubre sus pelo rizado cobrizo, una insignia de lucha que la cobija desde aquella peregrinación a Luján, el 7 de octubre de 1977, cuando las Madres usaron el pañal de tela de sus hijos sobre sus cabezas por primera vez.

Elia no está sola: la acompaña su hija, Cristina, que por momentos la abanica, le apoya la mano en el hombro y le habla al oído mientras otros compañeros y familiares de detenidos desaparecidos empujan su silla de ruedas, sostienen un paraguas rojo para cubrirla del sol y giran junto a ella alrededor de la Pirámide de Mayo recordando los nombres de los que ya no están.

Foto: Karina Díaz.

Nacida el 3 de julio de 1931, Elia se crio en el seno de una familia trabajadora, socialista, que desde pequeña la haría presenciar charlas sobre las necesidades de los más desprotegidos y de los trabajadores.

Ella dice que le hubiera encantado ir a la Facultad y ser bioquímica, pero eran otros tiempos y, siguiendo la indicación de su madre, estudió corte y confección

Luego se casaría con Juan Elvio Miedan y vendrían los hijos: seis en total, cinco mujeres y un varón. Ese hijo varón, Hugo Orlando Miedan, se convertiría con el paso de los años en su confidente, siempre cariñoso, protector y atento a las necesidades de su madre y sus hermanas. Según cuenta Elia, a Hugo le apasionaba desarmar cosas para crear otras nuevas. No dudó en hacerlo pieza por pieza con un camión que le regalaron para Reyes.

Desde temprana edad Hugo ayudaba a su madre con los arreglos en la casa, porque si algo se rompía, él lo reparaba. Por eso, no era de extrañar que el único hijo varón de los Miedan se volcara a estudiar arquitectura y así lo hizo en la Universidad de Buenos Aires (UBA). 

Las horas de estudio y su militancia no le quitaban tiempo para tener largas charlas en la cocina con su madre, inclusive a altas horas de la noche cuando volvía de la Facultad.

Elia atesora esas conversaciones como diamantes; las evoca, las extraña. ¿De qué hablaban? De la situación de los más pobres, de los problemas de la clase trabajadora, de las desigualdades que brotaban en una Argentina que estaba en ebullición en plena década del 70. Entre esas charlas, y ya con la Junta Militar en el poder tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, se haría cada vez más frecuente que Hugo le comentara que se habían llevado a un compañero de la Facultad. Y luego otro, otra y otro más. Elia, que compartía el compromiso social de su hijo, tuvo miedo y le preguntó si no se quería ir del país. Su respuesta fue tan tajante como definitiva: «No mamá, no me puedo ir y dejar a los chicos que se llevaron«.

Foto: Karina Díaz.

La tarde del viernes 18 de febrero de 1977 Hugo le avisó a su madre, que planchaba a pesar del calor, que no lo esperara a comer porque tenía que hacer cosas de la Facultad, algo natural para un joven de 27 años que cursaba el cuarto año de Arquitectura. Esa fue la última vez que Elia lo vió

A las 8.30 de la mañana siguiente, camiones del Ejército bloquearon la calle Páez, en el barrio porteño de Flores, y un grupo de tareas entró en el hogar de los Miedan. Elia había ido al almacén y al regresar a su casa, la golpearon y vendaron. La llevaron, entre insultos, al cuarto donde estaban dos de sus hijas, también golpeadas y vendadas. Las tocó, les hizo saber que estaba ahí. Luego la llevaron a su habitación, donde logró correrse la venda y ver a uno de los militares que usaba un pilotín del Ejército y tenía el torso desnudo. Cuando el militar se dio cuenta, le dio un golpe tan fuerte que le quitó la audición del oído derecho de manera permanente. Cuando se fueron, Elia fue a ver a sus hijas: a la de 11 años, la habían golpeado en la espalda con una ítaca; a la de 23, le levantaron el camisón, le retorcieron los pezones y manosearon. Al recorrer la casa, Elia fue testigo de los destrozos, el robo de todo tipo de pertenencias, la impunidad y el terror que dejaron a su paso. 

Ese sábado 19 de febrero comenzó la búsqueda de Hugo. Fue primero a la Comisaría 50, donde un oficial tomó a mano la denuncia y, por su actitud e indiferencia, dejó más que claro que ese papel terminaría en la basura. Fue a la iglesia que estaba en la siguiente cuadra y encontró La misma indiferencia.

A Elia siempre le gustó escribir, pero jamás imaginó tener que redactar de puño y letra un habeas corpus para dar con el paradero de su hijo como lo hizo asesorada por un abogado cercano a la familia que no se quiso involucrar.

Foto: Karina Díaz.

Se unió a Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y luego fue acercándose a Madres. Primero, dispersas; luego, organizadas y unidas. Elia y otras madres no dejaron puerta de tribunal, iglesia u organismo por golpear. Nada la detuvo. Ni siquiera aquellas noches de diciembre de 1977 en que secuestraron a los 12 de la Iglesia de la Santa Cruz, entre quienes se encontraban las madres Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, arrojadas al mar desde uno de los vuelos de la muerte.

Finalmente, en una de las rondas, un muchacho se acercó a Elia que -como hasta el día de hoy- llevaba una foto de Hugo colgada, pegada junto a su pecho, para preguntarle qué vínculo tenía con el joven de la foto. «Soy su mamá«, le contestó. Luego de insistir, Elia consiguió que el muchacho le dijera que había estado secuestrado junto a Hugo en «El Atlético«, el centro clandestino que funcionó en el barrio porteño de San Telmo, para luego ser víctima de un vuelo de la muerte.

Pasarían 39 años hasta que Elia pudiera decir su verdad ante la Justicia al declarar en el tercer tramo de la causa que en 2016 investigó los crímenes de lesa humanidad perpetrados en el circuito ABO (Atlético–Banco–Olimpo). 

Desde hace décadas, Elia no sólo pelea por Memoria, Verdad y Justicia, sino que está presente en cada movilización o actividad en la que la convocan por una causa justa. 

«Hago todo lo que puedo. Estoy mucho con los trabajadores, no les pregunto de dónde son cuando son reclamos justos. Estoy y voy a seguir estando porque creo que ese es el mejor homenaje que le puedo rendir a todos nuestros hijos», explicó en una entrevista para la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Así estuvo en movilizaciones junto a trabajadores de Kraft y de Lear, en los reclamos de justicia por Luciano Arruga, en las lecturas de veredicto por el asesinato de Mariano Ferreyra y de la Masacre de Once, en las movilizaciones junto a las madres de víctimas de gatillo fácil y en tantas otras.

En 2011, la Legislatura porteña reconoció a Elia como Personalidad Destacada de los Derechos Humanos. Allí presentes, sus nietos leyeron una carta donde la describen como «una mujer fuerte e íntegra» y le expresan el orgullo por la «entereza con la que afrontó los momentos inexplicables que le tocaron vivir«.

Como hace al finalizar cada ronda, Elia tomó el micrófono e insistió este jueves en que nadie se quede callado, que cada uno no tenga miedo de decir su verdad o lo que piensa siempre desde el amor y con respeto. Después, arengó a los presentes para cantar «La Cigarra«, tan fuerte como para que escuchen «hasta los que están de vacaciones». En ese momento, ni los casi 32 grados, ni el sol de frente ni el bullicio de la ciudad lograron mitigar la emoción que flotaba en el aire.

Ante la pregunta de La Patriada Web sobre cómo definirían en pocas palabras a Elia, Mirta Israel y Nora Zaldúa -hermanas de detenidas desaparecidas y con asistencia perfecta los jueves- contestaron casi al unísono: «Luchadora, resistente y persistente«.

«Desde la alegría, el humor y la ternura, Elia logra manifestar el dolor que lleva adentro y la necesidad de luchar para que haya justicia», completaron.

Nos acercamos a Elia y antes de que se retire le preguntamos qué es lo que le da fuerzas cada jueves para venir a la Plaza. «Vengo porque no quiero que esto le vuelva a pasar a ninguno de mis hijos, mis nietos ni a ninguno de ustedes«. Y mirando a los ojos, agregó: «Si te arrebatan un hijo, ¿vos qué hubieras hecho?«.

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