Textos y fotos Flor Cosin.
Vigilo el agua sobre el fuego.
Recorro los estantes de arriba de la biblioteca con una taza de té caliente entre las manos. Busco los apuntes de cuando era estudiante, los que usé años después para dar las primeras clases de escritura.
Encuentro algunos de Berger subrayados. Hay fotos sueltas entre un apunte y otro. Mis primeros autorretratos, una foto de la abuela sentada en el comedor de Salguero, flaca y enferma. Pasaron más de veinte años desde entonces. Los mismos años que llevo haciendo fotos. Desde que empecé a estudiar fotografía nunca dejé de usar la cámara. Sin embargo de la lectura y de la escritura me alejé por momentos, por años enteros no pude leer, ni escribir. Después, como el agua que vuelve sobre el cauce del río, volví a leer en voz alta, de pie en el colectivo, en la cama. Y también volví a escribir.
Empiezo a darle forma a un nuevo taller de escritura, pero enseguida me distraigo y al margen de la hoja tomo nota sobre autores que reflexionan sobre la muerte y el tiempo. Me acuerdo de la foto que Man Ray le hizo a Duchamp una vez muerto, del uso de las máscaras mortuorias. Miro largamente un retrato de Berger, ¿en qué año murió? El retrato tiene la misma agudeza que las preguntas que hace en sus textos:
«¿Es posible enviar promesas al pasado?» *
Anoche Eva quiso saber si lloré cuando murió mi abuela. Le dije que no. A pesar de que mi abuela fue como una madre para mí, el día que murió no lloré. Permanecí cerca de la cama en la que había pasado internada el último mes. Cuando la vi envuelta en la bolsa negra quise gritar, pero aullé. Tenía que liberar una mudez de años, porque cuide de ella durante todo el tiempo que estuvo enferma. Ese período fue entre el fin de mi niñez y el ingreso a la facultad.
Con el pasar los días lloré en el subte, los domingos a la tarde, mientras me servía una taza de té. También Eva tiene preguntas sobre la muerte de los nuestros, de nuestra familia. Quiere saber cuál de sus dos abuelas morirá primero.
«¿Cuál es la relación de los muertos con lo que todavía no ha sucedido, con el futuro?» *
Voy a calentarte los pies
con un par de medias
que dejé sobre la estufa
como hacía la abuela.
Después del baño
me acostaba sobre la cama, mi pie
se apoyaba en el centro de su pecho
y ella dejaba correr la tela tibia
hasta que la media calzaba
punta con punta, talón con talón
y el elástico firme
sobre la media caña.
Te saco del agua
te envuelvo en una toalla
solo un momento tu peso descansa
sobre mí, corazón con corazón.
Te dejas hacer como pocas veces
Eva
¿Qué recuerdos tendrás de mí?
Leila Sucari dice que mientras cuida sus plantas, mientras las riega, también las mira. “Sobre todo las miro. Las miro vivas y envivecen”. Qué otra cosa es cuidar sino posar la mirada atenta sobre el otro, a quien se cuida.
Mi abuela se enfermó cuando yo tenía 12 años. No solo la miraba dormir, también la ayudaba a bañarse, controlaba que el suero goteara, que la herida no sangrara, pero a veces sangraba. ¿Fue suficiente?
La cuide como ella me había cuidado cuando yo era chica. También la fotografié.
«Un instante ha sido redimido» *
Berger escribía en su casa de Quincy, donde vivió desde que tenía cincuenta años. Era un pequeño pueblo de campesinos. Él también lo era. Trabajaba la tierra y recolectaba los frutos del nogal que veía por la ventana. Más tarde dejaba las nueces sobre la mesa, cerca de su copa vino, cerca de los bocetos que dibujaba su hijo Yves.
Cuando su esposa murió, los dos la despidieron en una serie de textos breves que se publicaron en el libro Rondó para Beverly.
Yves, el hijo pintor dice:
Puede que las cosas más importantes las llevemos muy dentro. Desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos. Sí, puede que lo que tu llevabas hace cincuenta años lo lleve yo ahora, mientras estoy aquí…Y si mis pinturas vienen de algún lado, creo que ese sitio podría estar entre tú y yo, entre entonces y ahora.
Recuerdo a la abuela cuando no estaba enferma. Ágil y fuerte. Entraba a la cocina con el delantal atado en la cintura para lavar los platos o amasar el pan que después servía sobre la mesa. Al terminar se secaba las manos con el delantal y después alisaba la tela sobre el vientre con las dos manos.
Algunas veces mi trabajo de todos los días -dar clases, prepararlas- es una forma de escribir.
La palabra es una flecha que atraviesa el tiempo: entonces la abuela, ahora mi hija.
