¿El proceso de escribir es difícil? Es como llamar difícil al modo
extremadamente prolijo y natural con que es hecha una flor.
Clarice Lispector
Por Leticia Martínez
Suena el teléfono. El número es de Buenos Aires y no lo tengo agendado. Atiendo. Detesto las sorpresas pero sí me gusta el misterio. Por supuesto que atiendo. La voz del otro lado me dice “hola, linda, ¿te acordás de mí?”. “No”, digo y pienso si soy capaz de recordar a alguien solo por su tono de voz. Claro que sí. Pero no me acordaba. “Hicimos taller en Paternal, hace muchos años”. Me quedo en silencio.
Entonces, algo se me ordena. Una persona con la que compartí taller en aquellos martes de muchas horas escuchando y leyendo borradores de cuentos o de novelas. Pasaron más de diez años desde esas noches. Soy una persona muy distinta a aquella jovencita feroz, desbordada de pasiones, de veneno y de botella. De escritura tosca pero persistente. Sobre todo, soy una persona que aprendió a escuchar, a corregirse. A entender mi escritura (entenderme), con trabajo y paciencia. Eso me lo dio el taller: mi maestro y mis compañeros/as.
Sigo en silencio y la voz retoma la conversación. “Quiero verte, necesito que charlemos cosas”. Vivo en Córdoba, le digo y ella dice que ya lo sabe, que estamos cerca, que está de paseo por la ciudad. De algún modo no era alguien extraño. Quienes pasamos por talleres de escritura sabemos que la intimidad que nos conectó nos une para siempre. Y no exagero. Tengo más confianza con compañeros/as de aquel taller que con personas a las que quiero mucho. Por eso, ella también sintió que podía llamarme y arrebatarme de cierta calma para moverme hacia un mundo extraño. Hacia el universo en el que vivimos quienes hacemos esto (escribir, arte) desde la desesperación y la necesidad.
“No tengo tiempo”, mi respuesta habitual cuando no quiero hacer algo que escape de mi disciplina. Leer, escribir, entrenar, ver a mis amigas, hacer planes con mis hijas, los múltiples trabajos. El misterio tiene un fin para mí. Ya no voy de cabeza hacia lo desconocido ni hacia las gentes. No sé si estaré domesticada o con miedo. Tal vez, ambas.
Luego, se sucedieron una serie de mensajes en los que descubrí lo que la voz buscaba. “Te hablo de escritora a escritora”. Y logró algo que tampoco logra mucha gente, no me aburrí ni me dispersé. “A mí me importa lo que dice Arlt”, dijo. No especificó qué pero le dije que tenía razón. Roberto Arlt, el máximo escritor, el que se animó a teclear con fuerza de trabajo aquello que no existía aún en la literatura argentina. La maldad, lo vulgar, la belleza y lo triste en la marginalidad. Pero no como ideas, sino en forma de historias y con personajes. En Los siete locos, la primera novela que leí en mi vida, personajes como el Astrólogo, me hicieron pensar en que todo se podía inventar de nuevo.
Art, la insistencia. El lenguaje exacto. Como escribió Castillo: “La gente en general tiene cara, no rostro”. La audacia de escribir lo que aún no existía. El margen. Todas sus historias vienen y se desarrollan desde los márgenes. Los peores. La soledad. El mundo social que expulsa y repele. Las discusiones que dio.
Porque, a veces, alcanza con escribir cuentos y novelas pero, otras, se necesita poner la palabra a circular de formas audaces. Discutir, repensar, escucharnos. Decir que la literatura sí importa. Porque a algunas, leer libros y, luego, escribirlos, nos cambió la vida. Como me dijo, varias veces, mi maestro de taller: “no sé si vos vas a ser importante para la literatura pero sé lo importante que es la literatura para vos”. Se trata de eso. Sin ánimos de romantizar un oficio que paga mal y a destiempo, “a mí la literatura me dio una vida”, como dice Walter Lezcano. Y por qué no ponerme un poco cursi. De hacer fantasía.
Tal vez, Arlt, en el prólogo a Los Lanzallamas sea más claro: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. (…) Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”.
¿Por qué deberíamos regalarle las voces públicas sobre qué es lo literario o qué implica la escritura a ciertas personas que hablan de libros sólo en términos de mercancía? Claro que necesitamos vender, cobrar. En mi caso, pago alquiler y crío a dos hijas. Pero no voy a resignar lo más sagrado que tengo, lo que más me dio, a discusiones fútiles que bien podrían ser gráficos de barras. Necesito ir a más. Que pensemos qué rol tiene la literatura en este mundo desquiciado que nos pide acelere y respuesta inmediata. Que nos propone las redes sociales como vidriera de nuestras vidas o de nuestros proyectos. Donde leer se interpreta, solamente, en términos de consumo. Un mundo, claro, en el que Flaubert no podría escribir cómo escribió pero la Enríquez publica una novela con más de seiscientas páginas y resulta (para quienes se excitan tanto con los números) un éxito. En Argentina y en todo el mundo.
Será que cuando las historias son buenas el tiempo se ensancha. El mundo se convierte en un espacio menos hostil. Será que las discusiones que estamos dando son más bien desde la lógica de la inmediatez: decir alguna frase que suene picante, canchera. Y luego vanagloriarse por los resultados. A veces dudo de que a ciertos escritores profesionales les interese la escritura. La transformación que genera el hecho de escribir.
Recuerdo que, en taller, a veces surgía la pregunta “¿si nunca te publicaran un libro seguirías escribiendo?”. Las respuestas, variadas, nos daban la dimensión de la necesidad con la que cada una/o se enfrentaba a la tarea. El asunto sería hacerse cargo de qué estamos haciendo cuando decimos que escribimos o cuando decimos literatura. Como me dijo la voz misteriosa por teléfono: “todo esto va a pasar ¿y vos qué vas a hacer?”.
Una cita de Roberto Arlt
(..) Individuos simultáneamente canallas y tristes; viles soñadores que están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está originada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas.
Comentario sobre los personajes de Los Siete Locos.
Bio
Roberto Arlt nació en Buenos Aires en 1900. Fue un novelista, cuentista, dramaturgo, periodista e inventor. Considerado como uno de los escritores argentinos más importantes del siglo xx. Sus novelas publicadas fueron: El juguete rabioso (1926), Los siete locos (1929), Los Lanzallamas (1931), El Amor Brujo (1932). En teatro, se destacó con obras como Trescientos millones (1932), La isla desierta (1937), y como cronista,, con las Aguafuertes que se publicaban semanalmente en el diario El Mundo. Denostado por la crítica literaria, su obra adquirió relevancia a principios de los años `60. Falleció en 1942.