El periodista Germán Ferrari propone un riguroso trabajo arqueológico de reconstrucción histórica, cultural y política a través de quien vivió medio siglo entre máquinas de escribir.
Raúl González Tuñón fue un autor tan valorado por sus contemporáneos como por sucesivas generaciones de poetas. Su poesía encarna la calle sin perder el horizonte de la revolución, analizó el investigador Guillermo Korn.
Las páginas «Raúl González Tuñón periodista – Medio siglo entre máquinas de escribir y lunas con gatillo«, sin embargo, ofrecen una faceta menos estudiada: «relevan y profundizan la convivencia entre el poeta que blindó la rosa y la condición de cronista de su tiempo», indica Korn.
«Basado en el rescate y análisis de un sinnúmero de trabajos periodísticos dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras, el periodista Germán Ferrari propone una vez más un riguroso trabajo arqueológico de reconstrucción histórica, cultural y política a través de quien vivió medio siglo entre máquinas de escribir y lunas con gatillo».
Cuando presentó la primera versión de este libro, hace más de quince años, Osvaldo Bayer dijo: A lo mejor, no sé, me hubiera gustado escribirlo a mí.
La edición corregida y ampliada del libro, publicado por EDUVIM (Editorial Universitaria de Villa María) y que se encuentra en preventa, ofrece la profundización de aquel trabajo a partir del hallazgo de nuevos documentos y el recorrido por otras polémicas. Novedades, pero también confirmaciones de los potentes cruces que el creador de Juancito Caminador produjo entre sus crónicas periodísticas y su poesía.
«Villa Desocupación» es el primer asentamiento de marginados de la Capital Federal y allí va González Tuñón:
A mí me encargaron un amplio reportaje, aconsejándome que fuera allá en zapatillas, mal vestido, sin afeitar, como un desocupado más. Así pude transitar libremente por el vasto y tortuoso campamento de Puerto Nuevo, donde habitaban el hambre, la incertidumbre, la desesperación, no faltando a veces las pinceladas risueñas o nostálgicas, el rasgo de ingenio.
Expresa su molestia por el cómico Pepe Arias que «los ridiculizaba en un monólogo cruel», en el Teatro Maipo, que sirvió de base para la película Puerto Nuevo (1936), dirigida por Mario Soffici y Luis Cesar Amadori. Allí, Arias, un habitante de la villa apodado «Dandy», vive en una casilla con un compañero –el cantante de tangos Charlo–, que entona una marcha sobre el “barrio amigo”, que es “pobre pero sincero”, donde “lleno de sol, / lejos de la febril ciudad, / vive un girón / de la doliente humanidad. / Indiferentes al dolor, / sin esperanza, amor, ni fe, / sin rencor, ni una ambición, / vive cantando su canción”.
Ese mundo de pobreza está poblado por gente de la capital y de las primeras migraciones internas –menciona el caso de Juan Ernesto Argüello, un colono argentino despojado de su parcela en Santa Fe–, pero especialmente por polacos, checoslovacos y lituanos que no encuentran la tierra de prosperidad que les han prometido. Queda en las puertas de la ciudad, a la altura de las dársenas C y D de Puerto Nuevo, un territorio extendido desde la estación ferroviaria de Retiro hasta la calle Canning (hoy Avenida Scalabrini Ortiz). Con ese material, González Tuñón escribe una serie de notas en las que se mezclan los géneros periodísticos: crónicas, entrevistas, historias de vida, reportajes.
Recuerda la labor como «una crónica densa, palpitante, que sobre todo, por la popularidad del diario, tuvo algo de impacto». Cuando, tiempo después, regresa al lugar y revela su verdadera identidad, los habitantes de la villa lo reciben con agradecimiento y le plantean que marcharán al centro de la ciudad, al grito de «Pan, trabajo, tierra, libertad». Sienten que su dolor es comprendido, al menos, por un trabajador de un diario masivo, y la difusión de su drama puede ayudar a salir de la miseria.
El hombre sensible que escribe crónicas se conmueve con las historias de vida de estas gentes desplazadas, que son parte de los dos mil habitantes de esas tierras linderas a las vías del Ferrocarril Pacífico (hoy General San Martín), y los impulsa a seguir la lucha.
En distintas entrevistas y notas evocativas, González Tuñón menciona que esa serie de notas se tituló «La ciudad del hambre». En verdad, esa frase es la que figura en el índice del libro doble «El banco en la plaza-Los melancólicos canales del tiempo» para nombrar el relato «La ciudad de hambre (cuento de Puerto Nuevo)», pero no en las notas periodísticas. «Como gitanos en su propia tierra» es el título con que Crítica inaugura las publicaciones el 5 de marzo de 1932, acompañado por una fotografía que muestra a seis hombres vestidos pobremente delante de varias casuchas de chapas y lonas, con el puerto como fondo. Para abrir el tema desde la portada, el vespertino elige la siguiente síntesis:
Los desocupados han unido su desgracia para formar campamento cerca del colmenar de trabajo que es Puerto Nuevo. En una toldería, estos hombres, inmigrantes o criollos, viven de la cordialidad de los marineros, que dan la comida que sobra a bordo. No por ello han perdido la dignidad. Diariamente hacen incursiones por la ciudad en busca del trabajo que desde hace mucho sueñan sin conseguir. Ayer les ha llegado una voz amiga.
Así avisa a los lectores que el diario se pone del lado del que sufre: es su «voz amiga». Y a vuelta de página, debajo de una fotografía que muestra a desocupados, anticipa: «Quieren trabajar, quieren abandonar la isla del hambre… ¿Lo conseguirán? Colabore en la campaña de Crítica con un puesto para estos hombres que ofrecen, a las puertas de la ciudad populosa, el espectáculo doloroso de su miseria y de su total desamparo».