Bajo la industria de la nostalgia, la militancia popular oscila entre la antología del llanto y la orfandad como excusa para likear stories de Instagram. Mientras tanto, los libertarios chocan contra sus propios límites, el peronismo no renuncia a su derecho a reconfigurarse y Juntos por el Cambio se desgaja. Cualquier conclusión sobre el porvenir suena apresurada, además de inverificable, porque permanece en el horizonte de la presunción. | Por Pablo Dipierri.
Javier Milei va a reprivatizar las empresas públicas, dicen. Las alarmas se encienden y la corrección política del progresismo sanciona a quien ose colocarle signos de interrogación a la afirmación, bajo el sondeo de la fuerza que cada bloque parlamentario antepondría o retacearía al canibalismo liberaloide.
Sin pretensiones de refutación pero con la osadía de la problematizción, este texto reclama los efectos de las declaraciones vertidas en CNN por el diputado electo por La Libertad Avanza (LLA) en San Luis, Carlos D’Alessandro. “Las privatizaciones son medidas de segunda o tercera generación, para el 2025”, adelantó luego de responder que ese tipo de iniciativas no estarían contenidas en la “Ley Ómnibus” que el Ejecutivo giraría al Congreso después del 10 de diciembre.
Mauricio Macri fue el gran ganador y le copó el gabinete, se acuñó tras el Pacto de Acasusso. Tal vez esta idea fue una de las primeras en sucumbir bajo la catarata de acciones y tensiones al interior del PRO y los vencedores del balotaje, incluyendo la incorporación a título individual de Patricia Bullrich, Luis Caputo y Luis Petri como ministros de Seguridad, Economía y Defensa, respectivamente. La bronca del otrora líder cambiemita sería, en sí misma, la desmentida más contundente.
El triunfo de LLA va a partir al peronismo, entre los que preseten colaboración desde las gobernaciones, el sindicalismo y los movimientos sociales y aquellos que cultiven la resistencia desde el cielo impoluto de la teoría. Descripta la situación con los términos peyorativos que se imputan de un rincón al otro en el todavía oficialismo, disfuncional y traumático, no parece corroborarse aun, merced al itinerario que ensayan los dirigentes para evitar la diáspora o las divisiones que atravesaron al Frente Para la Victoria en 2016.
El miedo y la falta de liderazgos preanuncian años de oscuridad y tristeza, se acusa desde el sofá mientras se escrollea por Twitter. Tan inoperativa como nociva para la construcción de poder popular, la nostalgia permea la conciencia de militantes y conspira contra la imperiosa necesidad de asumir la derrota sin sumirse en la depresión que consumaría el final de una historia tal como pretenden los que prevalecieron en las urnas.
El cuestionamiento a estos razonamientos no supone minimización alguno del peligro o la amenaza que representan las algaradas fascistas de quienes llaman a dar palizas a los que se opongan a Milei o, dicho en términos de Macri, los que se calcen la pechera del orco. En todo caso, la orfandad que se enuncia entre sollozos frente a la etapa que se abre parece tributaria del discurso periodístico identificado con esquemas de pensamiento preprocesados, obturando la imaginación para apalancarse en el saldo organizativo consolidado en cuatro décadas de lucha para recrear y reconstruir mayorías antes que colgarse del travesaño.