*Por Natalia Romé
En diciembre cerramos un año muy difícil con una noticia largamente esperada por los feminismos y por el movimiento de mujeres y diversidades. El orgullo de una conquista de estas características que marca un hito en la región, empieza a dar lugar a nuevas preguntas. Sabemos, con el peso de nuestra existencia, que es la de millones y con el pulso de nuestro deseo, que esto recién empieza. Pero esa convicción necesita volverse agenda concreta, identificación de nuevas demandas, posibilidad de nuevas articulaciones y sin dudas, demarcaciones.
Antes de abrir esas preguntas es preciso señalar lo que nosotros, desde este feminismo popular que hacemos, ya sabemos hace tiempo. En la historia argentina sólo los gobiernos populares han logrado aglutinar la fuerza soberana con la decisión política para concretar procesos de democratización.
Para decirlo de otra manera: en la historia del capitalismo periférico como es el nuestro, tramado entre la herencia racista colonial y los segregacionismos imperialistas montados sobre ella, entre los que sin duda se encuentran las relaciones de subordinación de género, sólo los movimientos populares han podido protagonizar la consolidación de los derechos personalísimos que constituyen el corazón del mejor liberalismo.
Tomar al liberalismo al pie de la letra ha sido siempre revolucionario en América Latina.
La historia de revolución haitiana del siglo XIX lo muestra contundentemente, pero también la historia de las conquistas ciudadanas de los primeros gobiernos peronistas, entre ellas, el voto femenino.
Una de las tareas que nos debemos los feminismos es reflexionar sobre esta singularidad. Varias cuestiones se desprenden de ello: no solamente la posibilidad de hacer pensable la articulación específica de las desigualdades y por lo tanto, la posibilidad de identificar prioridades, contradicciones principales y secundarias, definir tácticas y demás.
También se desprende de ello un camino que las teóricas de la reproducción social vienen señalando ya hace algunos años, la posibilidad de reformular el concepto de clase trabajadora a fin de que incluya la esfera de reproducción y aquellas contradicciones políticas y culturales que para nuestro pensamiento nacional y popular resultan bastante visibles. Contradicciones que nos obligan a pensar de un modo complejo y sin eurocentrismo teórico, el vínculo entre Estado y sectores populares, las formas de organización social, política y sindical, las religiosidades, entre muchas otras cuestiones.
Que la sanción de la IVE haya sido el hito político en un año tan hostil no puede ser leído como un punto de llegada, sino como la apertura de una potencia que merece ser pensada en su singularidad. Una potencia que aglutina lógicas de construcción muy diversas: las formas más reticulares vinculadas a unas transformaciones culturales y subjetivas y las formas de acumulación política popular.
En ese camino, la conquista de una ley es apenas una victoria táctica, lo que sigue es el trabajo microfísico que supone una ardua negociación con sensibilidades muy diversas, en muchos casos resistentes a una agenda feminista.
Ese trabajo no siempre entra en los radares de la política entendida en un sentido restringido. Los feminismos no son un «identidad política» sino un proceso de transformación integral de la experiencia subjetiva y social. Tiene otros tiempos y se miden en otros logros. No nos olvidemos de eso.
Pero, sobre todo, no nos olvidemos de eso porque el neoliberalismo comenzó en el sur de América Latina con una dictadura genocida cívico-militar cuyo principal objetivo fue la reformulación profunda de la sociabilidad y la subjetividad. Esa dictadura terminó y muchos pasos dimos como pueblo, pero también quedan muchas deudas que nos recuerdan que la vigencia del neoliberalismo es la marca posdictatorial en nuestra contemporaneidad.
El plan de transformación profunda de la matriz social y cultural tuvo, entre sus pilares, además de la desmovilización y desarticulación del movimiento obrero y toda forma de política de base, además de la promoción de la desconfianza, el individualismo y la competencia, además del borramiento de toda identidad latinoamericanista y de solidaridad sur-sur, una restitución de la moral familiarista ultraconservadora.
Ese no es un detalle menor y no sólo lo comprobamos porque podemos constatar que los momentos de avanzada democratizadora desde los 80 coincidieron con momentos de transformación de los vínculos familiares (como el divorcio, el matrimonio igualitario y ahora la IVE, entre muchas otras cosas) , sino que lo podemos constatar también en el hecho de que esos vínculos también devinieron terrenos de batalla.
Que las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo sean hoy una referencia insoslayable para los feminismos contemporáneos, es todo un dato en ese sentido.
Se habla mucho de batalla cultural, pero se la piensa de un modo empobrecido como una suerte de versión comunicacional de la política partidaria.
Los procesos de lucha ideológica, las pugnas por interpretar y vehiculizar la sensibilidad y espiritualidad popular, tienen estas formas menos claras y estos tiempos más largos.
La tarea de los feminismos es enorme en ese camino. Pero no nos olvidemos tampoco que, por eso mismo, necesitan de su alianza con actores políticos que responden a otras lógicas y que se mueven con otros tiempos más cortos y a veces más torpes también.
Cuando esa articulación se da, damos pasos importantes hacia una transformación histórica capaz de dar vuelta verdaderamente la página del neoliberalismo como orden global.
Los feminismos disputamos las categorías de soberanía, igualdad y libertad como ningún otro movimiento en la actualidad, reformulamos los vínculos entre ética y política, naturaleza y cultural, subjetividad y potencial colectiva. Quienes piensen que la tarea está consagrada con la promulgación de esta ley se están perdiendo el lado subterráneo y por eso el más luminoso de esta historia.
Fuente: Me gusta cuando callas – FM La Patriada.